A veces, la verdad nos incomoda.

No nos gusta que nos digan ‘viejos’ o ‘gordos’, como tampoco nos gusta ‘despedir’ a alguien de su trabajo.

Son palabras que se interpretan como fuertes, directas, que ocasionan malestar.

Cuando nos enfrentamos a ellas es que empieza, lo que yo llamo, “la danza sutil del lenguaje”: reconstruimos nuestras ideas para que las palabras que salgan por nuestra boca se conviertan en bailarines elegantes capaces de suavizar hasta las más crudas realidades. Son como una hermosa música que suena bien al oído.

A estas expresiones suaves o menos directas se les conoce como ‘eufemismos’. Son parte de nuestra vida cotidiana, aunque no nos demos cuenta.

Por ejemplo, no nos gusta la palabra ‘morir’. Nos resulta, a veces, difícil enfrentar a alguien que perdió a un familiar con el uso de ese término. Preferimos decir: “Me enteré de que tu esposo pasó a mejor vida” o “Ya Juanito descansa en paz”.

Los rasgos físicos de las personas son, también, temas sensitivos en los que solemos bailar la danza de los eufemismos. No decimos que Pepita es gorda; nos sentimos más cómodos al decir que es una persona de talla grande. Si queremos apuntar al color de una persona negra, preferimos usar el diminutivo (negrita) o el eufemismo (persona de color). Por cierto, ese eufemismo siempre me ha parecido un disparate, porque todos somos personas de algún color (blanco, amarillo, marrón, negro, crema, etc.), pero eso es tema para otra columna…

La edad es otro aspecto sensitivo que nunca, en realidad, he entendido. No tenemos problemas con calificar a una persona (o a uno mismo) de joven, pero nos cuesta reconocer la llegada de la vejez. Yo pensaría que es lo contrario: los años traen consigo mayor sabiduría, madurez, experiencia. Debería ser algo de lo cual sentirnos orgullosos. Sin embargo, cuando se trata de este tema, preferimos bailar la danza de los eufemismos para tratar de suavizar una realidad que no tiene por qué ser bochornosa. Así pues, decimos que alguien está en la edad dorada o en la tercera edad. ¿Cuál es la segunda edad? ¿Y la primera? Nunca se menciona. Solo nos enfocamos en la ‘tercera’. Y otra cosa: el concepto de vejez es subjetivo. Conozco ancianos de 40 años y jóvenes de 80. La vejez es, entre otros criterios, la actitud que tenemos ante la vida.

Pero no hay pista de baile más rica en eufemismos que cuando entramos al reino de la política. Ahí sí que nos sirven, con la cuchara ancha, el plato de las palabras disfrazadas.

Por ejemplo, cuando nos vienen a subir los impuestos, prefieren hablar de ajustes fiscales. Suena menos catastrófico para nuestros bolsillos. En ocasiones podemos escuchar hablar de la optimización de recursos para referirse al despido de empleados públicos.

La crudeza de las guerras es otro terreno fértil para la creación de eufemismos. Por ejemplo, el asesinato de civiles a causa de un proyectil perdido se suaviza con la expresión daños colaterales, frase que elimina toda referencia al aspecto humano y trágico del suceso. Algo parecido ocurre cuando dicen que el enemigo fue neutralizado, un término más genérico que el de asesinado.

El baile de los eufemismos puede ser una navaja de doble filo: por un lado, es capaz de no herir sensibilidades, lo cual es un propósito noble y loable, pero también puede representar, cuando es usado estratégicamente, como una manipulación del lenguaje para ocultar las verdades y realidades. Ante esto, es necesario desarrollar una mente crítica y saber diferenciar entre una cosa y la otra.

Bailemos con cautela la danza de las palabras…