Por la boca ingerimos alimentos; por la boca expulsamos palabras.

De esta relación directa entre lo que tragamos y hablamos es de lo que vengo a hablarte hoy.

¿Te has fijado en la cantidad de expresiones que decimos a diario que están relacionadas, de alguna manera u otra, con la comida?

Hice el ejercicio de pensar en esto, y la lista es interminable.

Es que estamos obsesionados con los alimentos. Si lo dudas, piensa nada más en la cantidad de canciones navideñas que en Puerto Rico existen que se relacionan con los lechones, los pasteles, los guineítos con corned beef, el arroz con gandules y el sopón. ¡Puedes crear un ‘playlist’ inmenso de canciones que solamente hablan de lo que te tragas en la Navidad!

Pero es que nuestra obsesión con los alimentos va aún más allá. Hablemos en arroz y habichuelas

Por ejemplo, ¿qué dices cuando sigues viendo a tu exnovio en cada esquina, adonde quiera que vayas? “¡Ese muchacho se me aparece hasta en la sopa!”. Te lo encuentras en cualquier lugar y piensas que él está en todas, como el arroz blanco.

Es que te dan ganas de mandarlo a freír espárragos, ¿no?

Te pones furiosa y roja como un tomate. Y es que al que no quiere caldo, le dan dos tazas.

Aunque tu novio haya sido más bueno que el pan (que lo dudo), si decidiste que él ya no te importaba ni un pepino angolo, no habrá más vuelta atrás.

No es que le tengas mala leche al pobre muchacho; es que, si lo pillaste con las manos en la masa, es muy difícil perdonarlo. ¡Tú no eres plato de segunda mesa! ¡Quiso cambiar chinas por botellas! Y cuando lo confrontabas con los hechos, se hacía el que no entendía ni papa… ¡Te conozco, bacalao!

Luego no había quien le bebiera el caldo. Parece como si se hubiese comido arroz con trompa. Recuerda el dicho: “El que se pica, es porque ají come. Lo cierto es que, en cada momento, cuando discutían, él trataba de virarte la tortilla y te hacía pensar que era él quien tenía la sartén agarrada por el mango. ¡Qué mucho hablaba! ¡Era como si se hubiese comido arroz con perico! Siempre quería comerte el cerebro con sus habladurías.

¡Y tú que pensabas que él era tu media naranja! ¡Pamplinas! Ustedes eran como aceite y vinagre. ¡El tipo era más fresco que una lechuga! Cómo se atrevió a decirte las cosas que te dijo. La verdad que se merecía que le dieran de arroz y de masa. Al final, fuiste tú quien le comió los dulces a él.

Vayamos al grano: ¿Acaso pensabas que podías pedirle peras al olmo? Ese muchacho era, en realidad, un huevo sin sal. Incluso, cuando guiaba, era tan lento que iba pisando huevos. ¡No servía ni para dar cortes de pastelillo! Y, además, en el aspecto físico, el pobrecito estaba muy flaquito: ¡parecía un fideo!

Oye, hay que decir las cosas como son… Al pan, pan y al vino, vino.

No te preocupes: tú tienes toda la vida por delante. No te quedarás jamona. La verdad es que, a tu edad, sigues estando como coco (y no rancio). ¡Te comerás los niños crudos!

Cuando decidas buscar un nuevo novio, seguro que encontrarás un bizcochito. “¡Arroz, que carne hay!, expresarás; entonces se te hará la boca agua, te chuparás los dedos y pensarás: “Este se va como guineo en boca de vieja”. ¡Qué jartera!

Vamos, ¡dale sabor a tu vida!

¡Ve a comerte el mundo!

Buen provecho