Los franceses dicen ‘Oh la la’…

Los argentinos, ‘Che pibe’…

Los mejicanos, ‘Híjole, manito’…

Y nosotros… ‘¡Ay, bendito!’.

Esta expresión es única del boricua, no es parte del vocabulario de ningún otro país del mundo.  Nos distingue al igual que el cantar de nuestro coquí o el sabor de un suculento plato de bisté encebollado con arroz y habichuelas, tostones y una raja de aguacate (tengo hambre).  

Tanto es así, que a Puerto Rico se le conoce como ‘el pueblo del ay bendito’.

Nuestra frase es una forma corta de decir ‘bendito sea Dios’.  

Lo interesante de esta expresión es que habla por sí sola de nuestro carácter, de nuestra forma de ser como puertorriqueños.  Su uso más común está atado a nuestro espíritu compasivo, capaz de sentir empatía por las penas de los demás.  Denota nuestro humanismo, nuestra personalidad afectuosa.

“Ay bendito, la pobre señora se cayó al piso”, decimos con un tono de sincera preocupación.

Ahora bien, hay quien ve nuestro ‘ay bendito’ como una señal contraria, de debilidad de carácter.  Se nos ha dicho que le cogemos pena a todo, aún a personas que pagan por una culpa que, probablemente, se merezcan…

“Ay bendito, lo metieron en la cárcel por robarse el dinero, pero en el fondo es una buena persona”.  

Puede que a veces se nos vaya la mano en lo compasivo.  Es posible que suframos de los defectos de nuestras virtudes; pero al final, nuestro ‘¡ay bendito!’ habla de nuestro espíritu bondadoso, de una personalidad cariñosa que nos define como pueblo.

Más allá de la piedad, esta expresión también puede tener otras connotaciones en nuestro lenguaje cotidiano.  Veamos algunos ejemplos comunes:

-      Para comunicar frustración: “Ay bendito, ¡avanza!” 

-      Como estrategia para que nos cojan pena: “Ay bendito, no me dejes solo”

-      Para referirnos a una persona que usa la estrategia anterior: “Ahí viene este de nuevo con su ñeñeñé y su ay bendito”

-      Para expresar sorpresa: “¡Ay bendito, me asustaste, chico!” 

Nuestro ‘ay bendito’ es tan famoso y nos define tanto como puertorriqueños que hasta el gran compositor Rafael Hernández, en su famosa canción titulada “Esos no son de aquí”, inmortalizó esta expresión como un rasgo absoluto de nuestra idiosincrasia:

            Los que dicen yes, my dear, esos no son de aquí;

            Los que dicen ba’bería, esos no son de aquí;

            Los que dicen ven manito, esos no son de aquí;

            Los que dicen ay bendito, esos sí, esos sí.

Entonces tenemos la versión más corta: ‘bendito’, sin la interjección.  Se suele usar, por ejemplo, para darle más énfasis a un pedido o súplica.

“Dame una mano con esto, bendito”.

“Bendito, no me hagas daño”.

Incluso, hay una forma aún más abreviada: ‘dito’.  Es muy útil para cuando quieres que te cojan todavía más pena de lo normal.  Lo solemos utilizar con un tono de ñoñería, de plegaria, de ‘cógeme pena’…

“Dito, busca los nenes a la escuela, que tengo la espalda como si me hubiesen caído a palos”.

Y si todavía queremos inyectarle un toque adicional de lástima, entonces recurrimos a la versión extendida ‘diiiito’ (para que funcione tenemos que hacer cucharita con el labio inferior y poner una cara de perrito arrepentido):

“Diiiiito, daaaale”.

Así somos. 

Hay que sentirnos orgullosos de nuestras expresiones autóctonas, porque son las que definen nuestra cultura, nuestra personalidad única.  El ‘¡ay bendito!’ recoge en esas dos palabras la pureza de nuestro espíritu, la sensibilidad y la humanidad que define al verdadero puertorriqueño. 

¡Sigamos exclamándolo por todos los rincones del mundo!

¡Ay bendito!