Si el cine puede fungir como una cápsula de escape, un viaje de ida capaz de transportarnos a otro tiempo y lugar por dos o tres horas antes de traernos de vuelta a la dura realidad, Blade Runner 2049 es el pasaje que todo cinéfilo local necesita ahora mismo. Sus extraordinarios paisajes futuristas no se asemejan en nada a nuestro entorno actual. Cada escena nos confronta con imágenes impactantes que gravitan entre lo tétrico y lo hermoso –a veces coincidiendo-, en las que la tecnología y arquitectura vanguardista se confunden detrás de ángulos agudos, luces de neón y cuerpos humanoides que viabilizan la extensión de las ideas propuestas en la película original de 1982 y que ahora expande dentro del siglo 21.

Ningún otro estreno del 2017 se le acerca a la combinación de ambición y maestría cinematográfica plasmada en cada recuadro de este épico blockbuster, valientemente financiado por Warners Bros. Cabe subrayar el riesgo tomado por estudio ante el hecho de que aquél filme de Ridley Scott fue un fracaso tanto crítico como taquillero. Tomó el transcurso de tres décadas –y dos reediciones por parte de Scott- para que fuese debidamente reevaluado como uno de los trabajos más influyentes de la época, uno de los pilares del subgénero del neo noir que ahora retorna a la pantalla grande como un sueño olvidado que invita a perderse en su neblina.  

Bajo la dirección del visionario Denis Villeneuve (Arrival, Sicario), la película es una secuela directa que prácticamente exige que el espectador recuerde los hechos del largometraje original. El año, como indica el título, es el 2049, y el guión sigue los pasos de “K” (Ryan Gosling), un agente adscrito a la Policía de Los Ángeles que se desempeña como un “blade runner”. A su cargo está la eliminación de viejos modelos de “replicants” (humanos fabricados genéticamente para servir como sirvientes o esclavos) que han logrado escapar. Su asignación más reciente lo lleva a destapar un secreto que pudiese estallar la tensa convivencia entre los humanos y sus réplicas. 

El secreto, así como otros detalles de la trama, los dejo para que usted los descubra, uno de los múltiples placeres que brinda la cautivante narrativa detectivesca, que si bien avanza a un paso glacial, nunca deja entrada para que el aburrimiento se asiente. Tal es la reverencia de Villeneuve por el filme de 1982 que el cineasta quebequés adopta la misma atmósfera melancólica y pausado ritmo que lo distinguió. Sin embargo, su dirección no es una mera imitación del estilo de Scott. No importa por dónde se mire, esta es una película de Villeneuve de pies a cabeza, preocupada con el fatalismo, conflictos de identidad e introspección contemplativa que ha caracterizado su filmografía.

Si acción es lo que busca, elija otra de las ofertas en cartelera, pero sepa que se estará perdiendo una de las mejores experiencias audiovisuales del 2017, colmada de secuencias que dislocan la quijada. Y no es que no haya acción, la hay, y si algo se puede señalar como una de las debilidades de la producción es cómo su desenlace recae en otro trillado duelo mano a mano que se extienden más de lo necesario, pero esta es una película de ideas, examinadas pacientemente, y cada elemento dentro de la increíble puesta en escena está al servicio de que el espectador pueda sumergirse en ellas.

Para ello, Villenueve vuelve a colaborar con el veterano cinematógrafo Roger Deakins, quien aquí realiza uno de los trabajos más sobresalientes de una carrera desbordada en méritos. Los adjetivos no dan para describir la labor de este indiscutible maestro de la luz, capaz de robarte el aliento desde la primera imagen proyectada, haciendo invisible la división entre lo digital y lo análogo. La contribución de Deakins es un componente esencial de la efectividad de este proyecto, la puerta que te permite escapar a este escalofriante futuro, antes de regresar al incierto presente.

Nota al calce: Blade Runner 2049 fue la primera película que vi post María y la primera que reseño desde agosto. Lo invito a verla –en la pantalla más grande que encuentre- y a valorar la manera como el cine nos permite olvidar todo lo que existe fuera del recuadro.