¿Quién es James Bond? La pregunta ha estado colgando sobre la popular franquicia desde su bienvenida y necesaria reinvención hace nueve años en la excelente Casino Royale, cuando el espía británico comenzó a ser objeto de recurrentes análisis que ponderaban no solo qué lugar ocupa esta figura de la Guerra Fría en el mundo del espionaje contemporáneo, sino su vida antes de adquirir el rango doble cero. El potencial de este proceso de autorreflexión alcanzó su cénit en la estupenda Skyfall, filme que exploró someramente el pasado de Bond sin caer en la trampa de restarle misticismo al icónico personaje.

Porque la realidad es que a lo largo de los 53 años que este espía ha habitado la pantalla grande, nunca hemos necesitado saber quién es ni de dónde vino. Sin embargo, vivimos en tiempos de precuelas, cuentos de orígenes y universos cinematográficos que por alguna razón insisten en que todo esté interconectado y que sus protagonistas sean transparentes. James Bond no puede ser simplemente James Bond, un agente de MI6, galán, carismático, mujeriego y con licencia para matar. Hay que añadirle un trauma -como Batman, Spider-Man o cualquier otro superhéroe- que explique por qué es como es.

El resultado es Spectre, un frustrante retroceso en lo que hasta ahora había sido el fantástico rejuvenecimiento de la máxima creación de Ian Fleming que logró mantener un buen balance entre la esencia del agente 007 y los requerimientos del entretenimiento comercial actual. Lo que aquí tenemos es un filme de James Bond atravesando problemas de identidad, agobiado por los fantasmas de su pasado tanto en lo que respecta al argumento que desarrolla el letárgico libreto como en la marcada regresión que da la serie hacia sus primeros años de existencia. Entre su nostalgia por la historia de la franquicia y su deseo de amarrar la trama de las tres entregas anteriores, termina desempeñándose mediocremente en ambos objetivos.

La película arranca con promesa, y cabe destacar que los pecados del guion no apabullan sus méritos técnicos. Sam Mendes continúa siendo el mejor director que ha trabajado en esta saga de espionaje, y si por casualidad quedaba alguna duda al respecto, basta con ver el increíble plano secuencial con el que abre Spectre, siguiendo los pasos de Bond por el Zócalo de la Ciudad de México durante la celebración del Día de los Muertos. La cámara lo persigue en una toma ininterrumpida que pasa de la calle al interior de un hotel y continúa por su azotea en un despliegue magistral del manejo de cámara y composición de tiros. Pero la buena fe que se gana con esta secuencia inicial se viene paulatinamente abajo luego de los fantásticos créditos, donde se hace evidente que la película no se sostendrá por sí sola.  

Spectre repite muchas de las mismas faltas de Quantum of Solace, la otra cinta de Bond protagonizada por Daniel Craig que casi nadie recuerda porque fue tan inmemorable como esta nueva. Aquella fue la primera secuela en la historia de la franquicia, y esta nunca dejó de sentirse como un extenso e innecesario epílogo a Casino Royale. Spectre es otro prolongado epílogo, pero no solo Casino Royale, sino además a Quantum y Skyfall. Cuatro guionistas se retorcieron para hilvanar rebuscadamente los hechos de esas tres entregas con la de esta, ligándolos todos a “Spectre”, la organización secreta que fue el principal oponente de Bond durante la era de Sean Connery y que ahora regresa para recordarnos porque el “Dr. Evil” de Austin Powers fue tan buena parodia.

Christoph Waltz interpreta al cabecilla de “Spectre” en un papel que evoca el misterio que intentó generar J.J. Abrams con Star Trek Into Darkness. El ganador del Oscar parece haber nacido para encarnar a un villano de Bond, pero esto no es un cumplido. Waltz se recuesta de sus muletillas y recicla el mismo acto de malvado que ha estado reinterpretando desde Inglourious Basterds, solo que aquí no cuenta con la pluma de Tarantino para elevar su trabajo. Algo similar se puede decir la francesa Léa Seydoux, como el interés amoroso “Madeleine Swan”, quien nunca logra entablar una buena química con Craig, mucho menos una que posee el grado de credibilidad que el libreto pretendo impartirle.   

Como una serpiente que se devora su propia cola, Spectre confronta al agente 007 con su pasado literal y figurativamente, indicando que ciclo podría estar a punto de reiniciar y devolvernos a la era de los gadgets y los villanos más caricaturescos como Oddjob y Jaws. El personaje que aquí interpreta el luchador Dave Bautista, con sus uñas de metal, ciertamente caería dentro de este grupo. Y si es así, que para bien sea. Durante más de medio siglo James Bond ha demostrado que es capaz de ser tonto y liviano así como serio y profundo. Lo que no pude ser es ambos extremos al mismo tiempo, y es precisamente esta ambivalencia lo que hace de Spectre una gran decepción.