Hay héroes que se hacen y héroes que nacen. “Diana”, la princesa de Themyscira que el mundo popularmente conoce como “Wonder Woman”, nació siendo una heroína, y así se manifiesta desde la primera escena de la película que lleva su nombre y que –con fortuna- corregirá el rumbo sombrío y a la deriva que llevaban hasta ahora las recientes producciones basadas en el universo de DC Comics. La llegada de la Mujer Maravilla destruye con un golpe contundente el cinismo y la pesadumbre que ha plagado estos blockbusters tan pesimistas, inflados y alborotosos, y lo logra armada de algo más poderoso que su espada, escudo y lazo de la verdad: bondad y nobleza. 

En tiempos cuando la gran mayoría de los superhéroes que vemos anualmente en pantalla atraviesan el mismo trillado arco, en el que primero adquieren sus poderes y luego dudan de sus capacidades hasta “aceptar el llamado” y convertirse en justicieros encapuchados, resulta inmensamente refrescante ver a una heroína de pura cepa, alguien que –desde niña- siente la vehemente necesidad de ayudar y defender al prójimo. Ausente queda esa renuencia cansada y las crisis existenciales que en las revisiones modernas han infectado incluso a Superman, el máximo representante de los superhéroes. Lo que la directora Patty Jenkins trae a la mesa es heroísmo de la vieja escuela, desinteresado y puro, más en la línea de Richard Donner que en la de Christopher Nolan o Zack Snyder.

Tras un breve e innecesario prólogo que desafortunadamente nos recuerda que esta película está ligada a otras muy inferiores, la trama arranca en la isla de Themyscira, un paraíso terrenal escondido mágicamente del resto del mundo. Su sociedad matriarcal se compone exclusivamente de las guerreras amazónicas creadas por el propio Zeus para restaurar la paz en la Tierra luego de que su hijo, Ares, aprovechase la vocación bélica de la humanidad para desatar el caos que le permitió matar a los demás dioses hasta eventualmente ser vencido por su padre y escapar malherido del combate.

Jenkins presenta este recuento histórico como un hermoso mural renacentista, estableciendo de entrada el espíritu homérico que imperará en la película y que guiará la interpretación de Gal Gadot como “Diana Prince”. Más que una gran actuación –algo que nunca resulta fácil evaluar cuando se trabaja con arquetipos tan viejos como este-, la actriz israelí encarna a la Mujer Maravilla con la misma persuasión que lo hizo Christopher Reeve casi 40 años atrás como Superman. Su presencia es un imán en pantalla que secuestra la mirada del espectador y conquista corazones, no por sus atributos físicos, sino por la convicción con la que se expresa y acciona, invitándonos a creer en ella y su misión en la vida, la cual le cae literalmente del cielo cuando un avión se estrella en la costa de Themyscira.

Este era piloteado por “Steve Trevor” –interpretado fabulosamente por Chris Pine-, un espía británico que se encontraba infiltrado entre las tropas alemanas involucradas en la Primera Guerra Mundial, las mismas que invaden la Isla persiguiéndolo y motivan a “Diana” a marcharse de su hogar para acabar con el conflicto que, ella cree, es impulsado por Ares. 

La combinación de Pine y Gadot no podría ser más acertada, proveyéndole a la película una bienvenida dosis de humor producido en gran parte por la exposición de “Diana” a las costumbres de la era, así como de la humanidad en general. Pero Pine no es un simple interés amoroso o “comic relief”. Al igual que lo ha demostrado en las tres películas de Star Trek, el actor estadounidense posee un don para combinar la comedia con la galantería requerida de todo buen héroe cinematográfico, por lo que su aportación al lado de “Diana” funciona más como la de un “sidekick” de mayor estatura.

El traslado de la pareja a Londres y eventualmente a las trincheras, les provee el tiempo necesario para desarrollar sus personajes antes de que arranque el grueso de las secuencias más características de este tipo de producción, dirigidas aptamente por Jenkins aunque pecando del exceso de “speed ramping” que se ha convertido en la muletilla de Zack Snyder. Esta técnica de edición, en la que se desacelera y acelera rápidamente la acción, hace que las deficiencias de los efectos especiales se hagan aún más notables. El trabajo de Jenkins se aprecia mucho mejor en los momentos más calmados y cargados de emoción, en el fortalecimiento de la relación entre “Steve” y “Diana”, así como en el manejo de los tres soldados que se suman a su causa: un francotirador escocés (Ewen Bremmer), un indio americano (Eugene Brave Rook) y un espía árabe (Said Taghmaoui), papeles pequeños pero que igual resultan memorables.

La influencia de Snyder reaparece en el momento más inoportuno, justo en el desenlace cuando Wonder Woman se transforma en una película de superhéroes más convencional luego de parecer que lograría evitar caer en las trampas del género. La poderosa revelación que impacta a “Diana” y perturba sus ideales -un momento de gran profundidad temática- pierde su efecto cuando es inmediatamente interrumpido por uno de esos finales dominado por las gráficas computarizadas. Si bien queda claro desde el principio que acabaríamos aquí, por un instante pareció que la película aspiraría a un tercer acto menos estrambótico y, sí, cursi, aunque un emotivo instante entre la pareja protagónica consigue suavizar esta falta. 

El final no será el mejor, y la sobrada inclusión de un epílogo que –nuevamente- vincula a Wonder Woman a la pésima Batman v Superman, no le hace ningún favor a esta tremenda producción veraniega, pero tampoco son suficientes como para derrumbar todo lo bueno que hasta ese momento Jenkins y Gadot habían construido: una película fiel a la creación de William Moulton Marston, quien se inspiró en las primeras feministas al delinear este personaje que tanto tiene que enseñarle a los filmes superhéroes modernos como al público que disfruta de ellos. Una heroína valiente, determinada, honrosa, de inquebrantable convicción y sin titubeos a la hora de enfrentar la maldad generada por los hombres. Sí, los hombres. Decir “humanos”, por aquello de la equidad, no sería lo propio en este caso. El cine necesita más mujeres maravillas, al frente y detrás de las cámaras.