A ver, señores. Es hora de que entiendan que la eyaculación, además de estar emparentada con sus gratos orgasmos, es una salvaguarda contra el preocupante cáncer de próstata; un mal que, como van las cosas en cuanto a la expectativa de vida, puede terminar por afectarlos a todos.

No lo digo yo, y menos se trata de una burda invitación a las actividades sobre el catre. Es la confirmación científica de una antigua sospecha. La encopetada Universidad de Harvard desarrolló un estudio que demuestra –sin ningún tipo de atenuantes– que al menos 21 eyaculaciones al mes son necesarias si se quiere mantener a raya la enfermedad.

Según estos magos, mientras más polvos se echen los hombres, menos riesgo tienen de padecer este tumor. Al parecer, mediante el semen expulsado se eliminan células viejas y defectuosas, que serían las más propensas a transformarse en cancerosas.

Aquí hay que ser claros y decir que los resultados –publicados en la Revista Europea de Urología– hacen referencia a los beneficios de la eyaculación, independientemente del modo en el que se alcance: bien sea en grupo, en pareja o solitarios. Buen punto para la socorrida masturbación, que se vuelve protagonista con carácter profiláctico en casos de escasez extrema.

Los científicos también demostraron, después de estudiar a 32,000 hombres a lo largo de 18 años, que aquellos que no alcanzaban a cumplir con esta cuota –pero que se deslizan bajo las sábanas de manera más o menos frecuente– están relativamente mejor protegidos contra este tipo de cáncer que aquellos que llevan vidas de monjes cartujos de la cintura para abajo; en otras palabras, cualquier encamada, por infrecuente que sea, se torna terapéutica para los varones.

Aunque el estudio no dice con exactitud desde qué edad debe comenzar esta sana recomendación, por si las dudas, no sobra tomarlo en cuenta desde el mismo momento en que el aquello irrumpe en la vida de los señores. Y ojalá esta frecuencia se mantenga más o menos constante durante su historia sexual. Mejor dicho, no vale que en edades tempranas ellos se coman todo lo que se mueva y ya mayorcitos se dediquen a la contemplación. De ninguna manera: hay que mantener los polvos con fines preventivos mientras la vida exista.

Y aquí, valga decir: nosotras no tenemos que permanecer pasivas de modo alguno. Si se trata de ayudarlos, lo único que nos queda es procurarles todas las encamadas posibles. Y ante su apatía –motivo partidos de futbol, sueño profundo o estrés por el trabajo– solo nos queda recordarles que la salud está primero y que por cuenta de ella la ropa debe ir para abajo. Hasta luego.