Fueron varios los encuentros, los intercambios de correos electrónicos, largos ratos para cuidar cada detalle y lograr el lanzamiento de la propuesta en redes sociales de “Ámate y da lo mejor de ti”. Ya finalizada, lo que parece ser la última reunión, al salir de la oficina me encontré a una pareja de señores mayores - de 86 y 88- agarrados de la mano, perfumados, peinados y que nos miraban como si hubieran encontrado la salida a su aparente situación.

Ella preguntó si sabíamos dónde quedaba la calle Rodrigo de Triana. No sabíamos, un señor se detuvo y tampoco la encontró en el GPS. Mientras tanto, ella nos contaba… Venían del laboratorio, el señor es paciente de Álzheimer y quien conduce el auto que no encontraban. A los dos se les había perdido la calle donde estaba estacionado desde la mañana. Eran las 3:20 de la tarde. Les invité a que se montaran en mi carro y juntos buscar la calle. Anduvimos por lo menos media hora, mientras aprendía sobre los nombres de las calles de Hato Rey y sobre la vida de estos dos magníficos seres. Ella insistía en que los ángeles sí existen.

Evitando rendirme, seguí preguntando por lo menos a cuatro personas más, todos me enviaban a la misma área, sin suerte de encontrarla. Ya me sentía metida en un capítulo de Twilight Zone, ¿se acuerdan de esa serie? Fue entonces cuando vi a un señor, que resultó ser abogado. Le pregunté por la calle, le expliqué primero la situación y me dijo: “Sé donde queda, pero es mejor que me vaya contigo y te enseñe". No lo dudé. "Súbase", le dije contenta de ver pronto el final feliz. Nos perdimos.

Él también tuvo que bajarse al café de un amigo a preguntarle sobre la famosa calle Rodrigo de Triana. Seguíamos conversando, que si tenían hijos, que habían desayunado bien y por eso no tenían hambre, que el doctor dijo que el señor está muy bien, y de pronto la señora identificó su auto. "Yes!", gritamos de alegría. Nos bajamos a ayudarles a montarse, le pedí las llaves y al intentar abrirlo, este tampoco era el auto. Se acercaban las cinco de la tarde. Mientras nos montábamos otra vez a seguir la aventura, llegaba un auto de servicio para personas mayores. Ya convencida también de que los ángeles sí existen, le pedí información y una tarjeta al chofer, quien se bajó y le dio toda la explicación directamente a ellos. No pueden salir a la calle sin asistencia otra vez, le pedíamos todos sin descanso.

Ella compartió varias veces que habían caminado poco, desde el lugar donde estacionaron hasta los chinos de la avenida Domenech. Puse a mi agente secreto a trabajar –ese que se me activa en momentos como este- y me pareció que la calle podía continuar después de la César González, a lo que el abogado que me acompañó el resto del tiempo también aprobó. Woohoo! Efectivamente, la calle sigue y allí estaba su auto.

Identificado debidamente con el sello de impedidos, pudimos abrir la puerta, acomodar sus cosas, despedirnos con abrazos y risas y hasta guiarlos a su casa, que no era lejos tampoco. Al dejar al abogado otra vez frente al restaurante donde se dirigía inicialmente le pedí disculpas, imagínense, lo monté en mi carro por una hora a dar vueltas por Hato Rey. "Más bien te agradezco, me hiciste la tarde. Me recuerdas el Puerto Rico que somos y la esperanza en la juventud. Me siento ahora muy bien conmigo mismo", me dijo.

Ese día, algo murió y algo nació en mí. A mí me hicieron el día, la tarde, el año y más esas tres personas que tuve la suerte de toparme en un buen accidente. No somos tan desconocidos como creemos, no nos separa nada. Estamos todos unidos por una energía, fuerte e inquebrantable que se llama amor. Cuando nos dejamos llevar por ella, el dolor duele menos, el aburrimiento no existe, los fracasos no lo son, y solo hay espacio para crecer en bien. Gracias por permitirle servirles, fue lo último que les hablé. Eso pensaba, hasta que ayer que recibí una llamada de mi nueva amiga, la señora, mi nuevo ángel, Nelly.

Sugerencias

1. Ámate primero a ti para luego poder amar a otros.

2. Sirve al prójimo cada vez que puedas.

3. Sé consistente en fortalecer el amor y menos la duda.

4. Saca tiempo para dar también al que no conoces.

5. Confía en el día a día y sus sorpresas.

6. Respira.

7. Busca crecer.

8. Para ser feliz da “Lo Mejor de Ti”