WASHINGTON.- ¿Siente cómo una quemadura o una puñalada? ¿En la escala del 1 al 10, es un 6 o un 8?

Una y otra vez Sarah Taylor, de 17 años, trató en vano de describirles a sus médicos los niveles de dolor que sentía, producto de una artritis que dañó sus articulaciones durante su infancia y luego de una fibromialgia.

“Es duro cuando la gente no entiende el dolor que sientes. Lo único que tienen es tus palabras y a veces no te creen”, se lamentó la muchacha.

Los científicos ahora observan los ojos de Sarah para ver cómo reaccionan sus pupilas cuando siente dolor y cuando no, parte de un esfuerzo por encontrar una forma objetiva de medir el dolor.

“Si no podemos medir el dolor, no podemos resolver el problema”, dijo la doctora Julia Finkel, anestesióloga de pediatría en el Centro Médico Infantil de Washington, que inventó el aparato experimental que estudia las reacciones de los ojos.

En casi todas las visitas al médico se le mide a una persona la temperatura, el ritmo cardíaco y la presión. Pero no hay un estetoscopio para el dolor. Los pacientes deben describir qué tan fuerte es usando una escala del 1 al 10 o dibujitos con distintas expresiones.

Esto es problemático por varias razones. Los médicos y las enfermeras tienen que calcular el dolor de los bebés por su llanto y otras expresiones, por ejemplo. Cierto dolor puede ser descrito con un 7 por una persona y con un 4 por otra más acostumbrada al dolor o genéticamente más tolerante. Las discrepancias entre los pacientes hacen que sea más difícil saber si los analgésicos realmente funcionan.

¿Es necesario usar opioides? ¿O es mejor emplear medicinas para cuestiones neurálgicas, como en el caso de Sarah?

“Es muy frustrante sufrir dolores y que tengas que esperar seis semanas o dos meses para ver si las medicinas funcionan”, dijo Sarah, quien usa una combinación de medicinas, acupuntura y ejercicios para combatir el dolor.

Alentado en buena medida por la crisis de los opioides, los Institutos Nacionales de Salud promueven el desarrollo de lo que su director Francis Collins describe como un “dolorómetro”. El objetivo es determinar no solo qué tan fuerte es el dolor sino también de qué tipo y qué medicina puede ser la más efectiva.

“No es un detector de mentiras”, afirmó David Thomas, del Instituto Nacional de Abuso de las Drogas, que supervisa la investigación. “No queremos dejar de escuchar al paciente”.

Científicos de todo el país están estudiando tomografías del cerebro, las reacciones de las pupilas y otras posibles medidas del dolor, en la esperanza de poder descifrar mejor el significado de un “¡¡aaayy!!”. Recién comienzan las investigaciones.

“No va a haber una sola forma” de medir el dolor, pronosticó Thomas. “Mi impresión es que algún día vamos a analizar estos tres medidores”.

Los ojos permiten observar los centros del dolor en el cerebro, según Finkel, quien dirige la unidad abocada al estudio del dolor en el Instituto Sheikh Zayed de Innovaciones en las Cirugías Pediátricas para Menores.

Algunos nervios sensibles al dolor transmiten señales al cerebro a lo largo de senderos que también alteran los músculos de las pupilas al reaccionar a distintos estímulos. El aparato de Finkel registra las reacciones de la pupila a la luz y a estímulos que no provocan dolor, en la esperanza de encontrar patrones para los distintos tipos e intensidades de dolor.

Científicos del Hospital General de Harvard y Massachusetts comprobaron que las resonancias magnéticas revelan patrones de inflamación del cerebro que identifican la fibromialgia o dolores crónicos en la espalda.

Otros investigadores encontraron cambios en la actividad del cerebro que reflejan ciertos tipos de dolor. Y hay quienes usan electrodos para medir el dolor a través de las ondas del cerebro.

“El cerebro cambia con el dolor”, dijo Thomas. “Una escala del 1 al 10 o una carita feliz no son indicadores del dolor de una persona”.