La piel es una potente barrera defensora del organismo. En los últimos 30 años, las investigaciones determinaron con certeza su capacidad de ser una barrera inmunológica. En línea con estos hallazgos, la cosmética apunta cada vez más a conservar esa capacidad intacta.

En la piel, la primera defensa está a cargo de las células de Langerhans (que se encuentran en la capa intermedia de la epidermis) que funcionan a modo de guardianes ante señales externas de peligro. Son el primer control de autodefensa de nuestro organismo. 

Además, para que la piel permanezca saludable y cumpla con esas funciones de defensa, el microbioma (un ecosistema invisible de bacterias, hongos y otros microorganismos) deben estar en equilibrio. A su vez, la piel está cubierta por un manto hidrolipídico, una película conformada por agua y lípidos, que mantiene la hidratación y tiene una acción antibacteriana y antifúngica.

Cuando el manto hidrolipídico se altera, la piel se seca y el microbioma se desequilibra, y esto puede acarrear problemas inflamatorios e incluso infecciones. Cualquier factor interno o externo que incida sobre el manto hidrolipídico o el microbioma dará como resultado una piel sensible, un aumento de la permeabilidad facilitando la entrada de sustancias no deseadas como gérmenes.

De qué se defiende la epidermis

La piel se defiende de distintos agentes como la radiación ultravioleta (UV), la deshidratación provocada tanto por la exposición solar como por el frío, vientos intensos o una calefacción intensa. Estos hacen que la concentración de lípidos de las capas superficiales de la piel disminuya, entonces la barrera cutánea se vuelve más permeable y menos protectora.

Pero la piel también debe defenderse de microorganismos tanto bacterianos como micóticos (tipos de hongos), de factores externos relacionados con la contaminación y de internos derivados del estrés por la forma de vida actual.

Estos factores generan respuestas exageradas del sistema inmunológico cutáneo o la pérdida de su función como barrera protectora conduciendo al desarrollo de enfermedades cutáneas como infecciones, dermatitis, psoriasis, acné, fotodaño. Por eso es tan necesario prestar atención, prevenir y recomponer ese balance. 

Hidratación = protección

Diariamente podemos seguir una rutina que preserve y fortalezca la barrera cutánea. Para eso debemos respetar las cuatro etapas básicas del cuidado de la piel: higiene, tonificación, hidratación y protección. Este hábito disminuye las posibilidades de padecer dermatitis, resequedad, acné, rosácea, piel sensible, entre otras afecciones que alteren la salud y el aspecto de la piel. A la vez hay que tener en cuenta la importancia de las siguientes acciones:

Desintoxicar la piel de impurezas y toxinas a las que se expone por agentes contaminantes, contaminación, suciedad que pueden traer inflamación, decoloración y envejecimiento prematuro.

Proteger contra compuestos orgánicos volátiles: gases liberados por ciertos materiales que contienen solventes orgánicos, asociados al uso de productos químicos en el hogar u oficina, también por el tabaco. Estos disminuyen el agua en la epidermis, aumentan las posibilidades de reacción a los alérgenos y a una mayor dermatitis, alterando la barrera cutánea.

Limpiar y eliminar impurezas y grasas derivadas del exceso de sebo, la suciedad y los residuos de maquillaje que se acumulan en los poros y debilitan la barrera cutánea.

Hidratar es fundamental para mantener la barrera física intacta y saludable. Al elegir cosméticos hay que evaluar si son humectantes (controlan la pérdida de agua), emolientes (contribuyen a la restauración de la barrera cutánea, a la vez que suavizan y mejoran la textura) e hidratantes (evitan la deshidratación ayudando a incorporar agua).