Se acabó el verano y las vacaciones, por lo menos para mí. Yo no sé si tú eres una fiebrúa del gimnasio, pero por lo regular este es el momento en que la gran mayoría de las mujeres se mira y dice: “Necesito un gimnasio, una dieta, algo para rebajar todo lo que aumenté en el verano”. 

Personalmente nunca me han gustado los gimnasios. Las veces que fui no me puedo quejar porque tenía excelentes entrenadores, pero todos tenían que luchar conmigo.  La realidad es que nos pasamos todo un año cuidándonos y llega el bendito verano a arruinarnos todo lo que trabajamos. Para colmo, a las que ya pasamos los 40, como yo, se nos hace más difícil. Claro, por el bendito metabolismo… ajá… que nos hace trabajar el doble.

Entonces, ¿qué hacemos?. Bueno, yo me pongo a pensar en todo lo que disfruté, descansé  y, claro, en lo que me comí. Y luego me pregunto: ¿vale la pena agriarme después de que la pasé tan bien? No, no. Es que si lo tengo que volver a repetir, lo hago con el mismo gusto. 

Estoy clara que entre nosotras a veces somos un poco, repito, un poco, crueles. Rápido que nos vemos, este es el saludo típico: “La pasaste muy bien... te ves más llenita”.

Sííí, lo sabemos. Pero aprendamos a ser más consideradas. ¿Qué tal si preguntamos mejor qué hicimos o  cómo la pasamos  y obviamos el cómo nos vemos? Mejor no decir lo que no te gusta que te digan. 

Bueno mujer, ¡qué importa! Empecemos de nuevo a cuidar lo que comemos; las que van al gimnasio vayan, las que corren o caminan por sus casas, a hacerlo.

Lo importante es que sigas siendo feliz contigo misma. Hay etapas... y hay etapas. Como hay momentos... y hay momentos.

Lo que sí te recomiendo es que tomes mucha agua, (la mitad de lo que pesas en onzas), trata de no comer después de las 6:30 de la tarde (difícil) y que tu cena sea siempre algo liviano. 

Pero acá entre nosotras,  te invito al mejor gimnasio, al que yo siempre visito. Se llama “Tiempo con Dios”. Allí yo me fortalezco y ejercito con las mejores pesas: su palabra. Y salgo tan pompeá que la luz de Su rostro se posa sobre mí y todos me dicen que me ven hermosa. 

Y lo más chuchin es que sales con la convicción de que tu belleza no está en tu cuerpo, peso, estatura ni en tu físico, sino que proviene de nuestro corazón, porque agrada a Dios y está lleno de su presencia.

¡Dios te bendiga!