A los 42 años, el 14 de septiembre de 1224, mientras oraba en el monte Auvernia, a San Francisco de Asís se le apareció un serafín que le perforó con un rayo de luz las manos, los pies y el costado, “dejándole los estigmas (heridas) que lo acompañaron por el resto de su vida”.

De esta forma, una fuente histórica religiosa registra el que sería el primer caso de muestras físicas en personas que replican las heridas de la crucifixión y que el mundo cristiano conoce como estigmas, que por su condición vuelven a referenciarse por estos días santos.

Se dice que desde San Francisco de Asís se ha dado cuenta de más de 300 casos de “estigmatizados”, casi todos en países católicos, en una proporción de siete mujeres por cada hombre.

Relata Raimundo de Capua, biógrafo de santa Catalina de Siena, que cuando ella tenía 28 años recibió estigmas de la crucifixión, pero que los rayos sangrientos “se hicieron brillantes, transformando las heridas en luz, con lo que mantuvo sus estigmas invisibles” hasta su muerte, a los 33 años en 1830.

Aunque el listado es muy largo e incluye casos como los de Magdalena de la Cruz y la beata Ana Catalina Emmerick, la información es prolífica cuando se trata del padre Pío y Teresa Newman, quizás los más famosos.

Manos que sangran

En 1918, Francesco Forgione, un italiano conocido como el padre Pío, vio aparecer estigmas en su cuerpo tras celebrar una misa, con sangrado por las palmas y dolor severo que lo acompañaron por el resto de su vida.

Aunque algunas autoridades de la Iglesia desconfiaron de él y hasta le prohibieron celebrar misas, lo cierto fue que con el tiempo sus seguidores se multiplicaron, al punto de que sus eucaristías eran sensiblemente concurridas por devotos que tenían la esperanza de ver sus llagas. A los 82 años, el padre Pío falleció el 23 de septiembre de 1968 y en el 2002 fue canonizado por Juan Pablo II, quien de joven lo había conocido.

Por su parte, Teresa Newmann, además de las tradicionales marcas de manos, pies, costado y cabeza, también lloraba sangre, según un relato dado por el gurú hindú Paramahansa Yogananda en su libro Autobiografía de un yogui.

El sangrado era tan abundante que al parecer esta alemana, cuya beatificación está en proceso, perdía hasta medio litro de sangre y más de 3 kilos de peso de jueves a domingo, cuando las lesiones se hacían manifiestas.

¿Qué explica la ciencia?

Para la ciencia, el asunto no es tan claro y aunque no tiene una explicación definida, algunos médicos vinculan estos eventos en el campo emocional. El psiquiatra Rodrigo Córdoba, director del departamento de psiquiatría de la Universidad del Rosario, manifiesta que estos casos podrían sustentarse desde la sugestión y la interpretación de fenómenos.

“Una persona obsesionada con el fervor religioso y más por esta época puede ligar algunos episodios de su cuerpo, por ejemplo, problemas en la coagulación, heridas presentes, hematomas generados por procesos vasculares o inflamación de los vasos sanguíneos, con hechos divinos o milagrosos, al punto de llegar a creer que es una replicación de la pasión de Cristo”, dice Córdoba.

Insiste en que son episodios muy raros y nunca ligados con la voluntad. De ahí el impacto emocional de quienes dicen presentar esas manifestaciones.

Pero también puede tener componentes físicos y funcionales específicos, pues, según el dermatólogo César Burgos, presidente de la Asociación Colombiana de Sociedades Científicas, estos casos pueden estar relacionados con la llamada ‘púrpura psicógena’.

Según Burgos, esto también se conoce como el síndrome de Gardner-Diamond, que es una alteración de los vasos sanguíneos pequeños que produce una reacción sobre la piel muy localizada, asociada a situaciones de estrés emocional.

Estos cuadros se pueden presentar en forma de morados (equimosis) o puede haber sangrados pequeños acompañados de dolor, que aparecen de manera intermitente ante la presencia de situaciones vinculadas con emociones fuertes.

“Estas enfermedades orgánicas relacionadas con componentes psicológicos son un reto para los médicos porque muchas veces se quedan sin diagnóstico, al punto que en ocasiones se pueden atribuir equivocadamente a lesiones autoinfligidas, y en otros, a casos de brujería o hechos divinos de aparición mágica”, remata.

¿Qué dice la Iglesia?

La Iglesia católica se muestra prudente, aunque reconoce situaciones en las que les dan valor a estos estigmas. Con base en esto, el Vaticano cuenta entre sus santos y beatos a 250 que han vivido con estigmas a lo largo de su historia.

El padre Fernando Rodríguez, párroco de Cristo Maestro en Sopó, dice que cuando estos eventos son genuinos pueden ser interpretados como un don de algunas personas que reviven a través de su espiritualidad la crucifixión de Jesucristo.

“En este contexto, es un misterio al igual que la crucifixión misma y, por lo tanto, se queda dentro del plano de lo espiritual”, dice el sacerdote.