Aunque recomiendan no hacer compra cuando una está esmallá, de vez en cuando hago caso omiso y almuerzo en la cafetería donde hago la compra. Hacen una comida criolla sabrosa.

En mi más reciente visita, fui seducida por un fricasé de pollo, rodeado de papas y zanahorias. En la bandeja del lado un buen canto de tocino adornaba la pirámide del arroz blanco. La empleada del Deli del supermercado, consciente del cerebrito que estaba haciendo con la comida de inmediato me comentó: “Alexandra, pollo guisa’o y arroz blanco es el especial del día, dale que estás muy flaca”. 

Me toqué las “jaboneras”, así le decimos al hueco que le hace la clavícula a las muy flacas y acepté su recomendación del especial del día. 

Detrás de mí había una señora, de esas que tienen la nariz paraíta y resulta un parto sacarle una sonrisa, pidió pescado, ensalada y un “chin” de arroz blanco. La empleada le toma la orden gentilmente y luego me pregunta si quiero agua o refresco, y le contesto que agua.

La señora “simpática” también pidió agua, pero la cajera le explicó que, en su caso, el agua era aparte. Para que fue eso. Aquella señora reaccionó como si le hubieran mentado la madre. Perdió todo el caché. La empleada, muy respetuosa, le explicó que el agua estaba incluida, sólo en el especial del día. 

“¿Y dónde dice el especial del día, ahí? Acto seguido ella misma se responde. “Eso está muy pequeño y no se ve. Total, comoquiera no iba a pedir eso”. Pagó refunfuñando y se retiró.

Las orejas se me pusieron coloras del coraje que me dio. No hay derecho al maltrato ni al insulto, menos hacia una persona que está siendo amable y ganándose las habichuelas honestamente.

La empleada nunca perdió la compostura, dándole cátedra de civismo a quien presumía ser más que nadie en aquella fila.

Imposible no ponerme en los zapatos de aquella trabajadora, pues tuve el honor de ser mesera y cajera en mis años universitarios. Me quito el sombrero ante ella, por su profesionalismo y don de gente.

Por mucho demostró ser mejor ser humano que la señora que la maltrató. Lo peor de todo es que en ocasiones injustamente, estos malos clientes se querellan ante la gerencia de los comercios, quienes terminan penalizando a sus buenos empleados. Importante analizar bien, antes de adjudicar. 

Es posible que la señora ni cuenta se haya dado, de lo que hizo. Creen que se lo merecen todo y convierten en hábito, el maltrato a quienes le sirven. Ojalá que lea esta columna y se sienta aludida.

Estos días de reflexión son ideales para autoevaluarnos y hacer ajustes a nuestra vida. De nada nos vale dejar de comer pesca’o y caminar la procesión de la iglesia si no hacemos un acto real de comunión con Dios y reflexión.