El domingo me di la vuelta por Cidra para asistir al velorio de la mamá de unos buenos amigos, con quienes me crié. Para ellos y toda la familia, nuevamente, mi más sentido pésame.

Antes de arrancar de regreso a Guaynabo, me detuve a almorzar algo en el negocio “Los dos Mangoes”, famoso por sus sorullos de maíz rellenos de queso y comida criolla.

Nada de lujos, un típico restaurante ubicado al borde de la carretera. Allí se respiraba fraternidad y alegría, desde que llegamos, entre los empleados y comensales.

De inmediato a nuestra mesa llegó a presentarse don Héctor, el dueño del negocio. Con un “Bienvenidos a su casa” hizo la introducción como siempre muy simpático. 

En los 50 años que lleva dedicando su vida a su negocio, la sonrisa siempre ha sido su carta de presentación. Sus 70 y picos largos pueden que fatiguen sus músculos, pero no alteran su compromiso con la empresa que fundó y desarrolló.

Allí estaba don Héctor, haciendo de todo un poco, pero sobre todo echando el ojo para asegurar que todo marchara bien. Que los platos salieran a tiempo y con la calidad adecuada. Que el servicio fuera el que él siempre ha procurado, o sea que se trate bien a la gente.

Tienen razón nuestros viejos cuando repiten una y otra vez que el “ojo del amo engorda el caballo”.

Nada como la presencia del jefe para asegurar que una empresa eche adelante. Hay cosas que son indelegables, que nos toca atenderlas y punto.

Pasa igual en la crianza de nuestros hijos y otros asuntos importantes de nuestra vida. Nos toca dar el frente y dedicarle tiempo no importa cuán sacrificado nos resulte.

A los nuevos empresarios les viene bien, de vez en cuando, conocer y hablar con personas como como don Héctor, quien ha logrado con empeño y compromiso mantener a flote sus negocios durante mucho tiempo. Ver cómo tratan a sus empleados, cómo es su rutina y sobre todo su ética de trabajo.

Si bien se hacen notorias las historias de dos o tres que lograron convertir una buena idea en negocio para luego venderlo en varios millones de dólares, la vida real típica de asemeja más al sacrificio de vida de don Héctor.

Las cosas que tienen valor se ganan con trabajo duro, compromiso y sacrificio. Así que los invito a “Los dos Mangoes”.

Además de recomendarles que los sorullos rellenos de queso para comenzar, eso es obliga’o, los invito a que pregunten por don Héctor y se den el privilegio de estrecharle la mano a un gran puertorriqueño.