La escena se repite en otro pasillo, en un laboratorio, en las oficinas centrales. Y es que en esta región se ha plantado la bandera puertorriqueña, con una creciente comunidad boricua de estudiantes y profesores radicada en torno a la universidad Sherman College of Chiropractic (Colegio Sherman de Quiropráctica).

Esta tendencia, que apunta a continuar creciendo con la recién inaugurada expansión del colegio, comenzó con una idea que persiguió su actual presidente, el Dr. Edwin Cordero, quien celebra con orgullo que además de contar con profesores boricuas, el 22% de la matrícula estudiantil actual esté conformada por personas provenientes de todos los rincones de Puerto Rico.

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De hecho, a principios de este mes, poco después de la inauguración del nuevo edificio de la universidad, el Centro Estudiantil Gelardi, donde estarán la biblioteca, cafetería, salones de estudio y teatro, en la escalinata de entrada un numeroso grupo de estudiantes que fueron a visitar la institución posó para fotos detrás de la monoestrellada.

A poca distancia, en el edificio de la clínica, otros boricuas estaban ocupados en dar servicios a personas de todas las edades que acuden a recibir tratamiento, o aguardando para servir de anfitriones en un recorrido para los visitantes.

En uno de los salones de tratamiento, Carolina Otero, de Morovis y quien está cerca de graduarse, ofrece una demostración del tratamiento quiropráctico. Otro interno puertorriqueño, Kenneth Dávila, de Trujillo Alto, sirve de modelo para la demostración.

Carolina explica el procedimiento mientras revisa la espalda de Kenneth a lo largo de la columna vertebral, con las manos y con un equipo que determina las áreas con diferencia de temperatura. Detalla que de esa manera buscan determinar las posibles interferencias en el sistema nervioso para luego realizar el ajuste de la vértebra afectada.

Carolina cuenta que llegó a Sherman College luego de graduarse de farmacia de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras y trabajar en una farmacéutica produciendo tabletas y en una planta de biotecnología.

“Estaba aportando mi parte hacia la salud de la población en general, pero sentía que faltaba algo. Sentía una parte incompleta en todo este rompecabezas. Pensaba, ¿por qué si estoy promoviendo la salud, si estoy produciendo algo realmente tan valioso como un medicamente, por qué la persona siempre tiene que estar suplementándose más y más, por qué uno no puede ser suficiente?”, relata.

Entonces se inclinó a estudiar sobre la medicina natural y se encontró con la quiropráctica.

“Tuve la dicha de ir a una charla con el Dr. Cordero, y cuando conocí la filosofía de la quiropráctica a un nivel más profundo esta profesión me enamoró. Porque esta sí contestaba mis preguntas de que la salud comienza desde adentro y se expresa hacia afuera, sin depender de un medicamento”.

Su próxima meta es llevar lo aprendido a Morovis y “poder servir a las familias de mi comunidad y que tengan un cuidado quiropráctico accesible, dentro del mismo pueblo, específico y de alta calidad”.

“Sentí ese ambiente familiar”

En la entrada de la clínica saluda Jeimmy Liz Sánchez Guzmán, de Coamo y quien es una de las embajadoras del colegio. Su ruta hacia aquí comenzó en la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico en Ponce, que tiene un acuerdo binario con Sherman. Tras graduarse de ciencias biomédicas, su afán de buscar “algo más natural, más holístico” y no con tantos medicamentos, “llegué aquí y sentí que estaba en el lugar que tenía que estar”.

“Sentí ese ambiente familiar. El campus me encantó. Te ofrece la tranquilidad que es muy buena para el estudio”, dice Jeimmy, quien asegura que le gustaría “educar a mi comunidad puertorriqueña de lo que es la quiropráctica. Quiero combinar educar con la quiropráctica, ser testimonio de vida, porque en mí ha funcionado (la quiropráctica), y quiero que otros puedan también disfrutar de lo que yo disfruto”.

En otro salón, Roberto A. Vázquez Salas, de Bayamón, y David Cifuentes Navia, de Hato Rey, hacen una pausa en su rutina para hablar de su experiencia.

Roberto estudió biología en la UPR Río Piedras, pero luego de lastimarse la espalda y quedar casi sin poder moverse, la experiencia con un quiropráctico, “me cambió la vida”.

“Mi salud había cambiado mucho y me interesó más el método de ajustar manualmente a las personas. Tan pronto terminé el bachillerato me vine para acá”, relata Roberto.

“Sherman fue la escuela que más me llamó la atención. Sabía que podía ser un mejor doctor”.

David, por su parte, estudió biología en los Estados Unidos, a donde se mudó de adolescente, y conoció la quiropráctica a través de una dolencia que tenía su papá y “tuvo un montón de mejoría después de los ajustes (quiroprácticos)”. Una compañera de escuela superior que estudiaba en Sherman College le habló del lugar y tras visitarlo decidió quedarse estudiando.

En el laboratorio de anatomía, una de las joyas de la institución, pues ofrece a los estudiantes la posibilidad de estudiar con cadáveres reales, encontramos a Orlando Figueroa, natural de Arroyo y quien tras una exitosa carrera como entrenador atlético de la Selección Nacional de Voleibol Masculina y otros equipos, decidió entrar a la quiropráctica.

“Era una idea que venía de muchos años, y dentro de las ideas de progreso, me decidí hace dos años a venir aquí y empezar mi propio rumbo como doctor en quiropráctica. Me gusta mucho la dinámica del colegio”, comentó Orlando, quien asegura que tras sus estudios, vuelve a la Isla.

“Yo voy a Puerto Rico, regreso 100%. Es mi primera opción. Posiblemente, me instale en el área de Bayamón, o San Juan. Ahí está mi gente, es donde me siento cómodo”, aseguró Orlando, destacando que la quiropráctica ha mostrado ser de gran ayuda para deportistas de alto rendimiento.

De todos los rincones de la Isla

Los atractivos de la universidad se extienden más allá de los salones de clases. Una de las áreas de hospedaje es un moderno edificio en un bosque con una espectacular vista a un lago. Aquí una bandera boricua adorna la pared de uno de los apartamentos, donde comparten Crystal Rosa, de Adjuntas; Christian Fuentes, de Corozal; Eduard Vicente, de Dorado; Abdiel Ocasio, de Gurabo; y Luis Otero, de Villalba.

Allí suelen reunirse a estudiar, comparten los días de Acción de Gracias, y Christian incluso suele pescar en el lago para distraerse.

“Esto está lindo. Es cerca del campus. La universidad te ofrece un ambiente bien hogareño. Eso no te lo ofrecen muchas universidades”, resalta Crystal, quien espera regresar y abrir una clínica en Adjuntas. “Los profesores hacen una conexión contigo. Todos te conocen. La educación es excelente, muchas herramientas, tutorías gratis, estudio uno a uno con el profesor. Y si tienes problema con el idioma van con calma, hasta que entiendas. Y sales bilingüe”.

Todos los internos coinciden en que, encontrarse una comunidad boricua en Sherman College ha servido de gran ayuda para poder salir adelante ante un currículo que unánimemente definen como desafiante y complicado.

“Ha sido algo increíble. Fue algo que ayudó mucho en el proceso de adaptación. Estamos dentro de una cultura diferente, un idioma diferente, un lugar que no conocemos. Y tener el apoyo de la comunidad puertorriqueña, de la facultad en general, ha sido bien gratificante”, afirma Carolina. “Ha sido mucho más de lo que imaginaba”.

“Me siento en mi casa porque tengo mi comunidad puertorriqueña aquí respaldándome desde el primer momento que llegué”, asegura Jeimmy. “No sé cómo explicarlo, pero me sentí en mi casa. La única diferencia es que la temperatura baja demasiado (en invierno). Desde que llegué sentí ese calor puertorriqueño. Siempre estaban ofreciendo ayuda. Sentí que nunca me fui de Puerto Rico”.

“Tener unas cuantas personas aquí que hablan español, personas que terminan siendo los mejores amigos de uno. Ayuda a fortalecer a uno”, asevera Roberto.

“Para mí fue como un ‘flasback’. ¡Ah, diablos, me siento otra vez en Puerto Rico! Aquí todo el mundo era como que vamos al chinchorreo, el arroz con gandules, las alcapurrias. Eso lo necesitaba. Me sentí como en casa otra vez, con los panas”, recuenta con alegría David.

“Aquí el grosor del estudiantado boricua te ayuda mucho. Te da las herramientas. Y como es pequeña es pequeña la universidad en sentido de tamaño de población, hace esto más fácil. Más fácil la transición porque te sientes más en familia”, afirma Orlando.

“Ya de por sí, con tener un presidente boricua, tú vas en las faldas del piloto, te tratan con cariño. Y el colegio tiene muchas herramientas. El que viene enfocado a estudiar, va a salir bien”, añadió el estudiante.

“Vine con la mentalidad de vivir solo y me sorprendió lo fácil y casi imposible que se hizo no apegarse al resto de los puertorriqueños aquí. Compartimos los sufrimientos de estar lejos de casa, y se convierten en familia. Pasamos muchas horas compartiendo. La gente de otros estados se sorprende del sentido de comunidad que tenemos”, repasa Christian, quien también quiere volver, poner una clínica en Corozal y atender a la gente con la que creció.