Se esconden entre la hierba junto a rutas de senderismo y en los pastos de patios de juegos. Acaban en los ríos y flotan corriente abajo hasta quedar varadas en las playas. Se encuentran en bancas de béisbol, veredas y calles. Las jeringuillas abandonadas por los drogadictos en plena crisis de heroína en Estados Unidos están por todas partes. 

En Portland, Maine, las autoridades han recogido más de 700 jeringuillas en lo que va de año, lo que apunta a que se superarán de lejos las casi 900 reunidas en todo 2016. Sólo en marzo, San Francisco recogió más de 13,000 jeringas, en comparación con aproximadamente 2,900 en el mismo mes de 2016. 

La gente, a menudo niños, corre el peligro de pincharse con las agujas abandonadas, lo que plantea la posibilidad de contraer enfermedades contagiadas por la sangre como hepatitis o sida o la exposición a restos de heroína y otras drogas. 

No está claro si alguien ha enfermado, pero los reportes de niños que encuentran las jeringuillas pueden ser perturbadores por sí solos. Una niña de seis años en California confundió una jeringuilla desechada con un termómetro y se la puso en la boca, aunque resultó ilesa. 

“Sólo quiero que haya más conciencia de que esto ocurre”, dijo Nancy Holmes, cuya hija de 11 años pisó una aguja en Santa Cruz, California, cuando estaba nadando. “Oyes historias sobre gente que encuentra jeringuillas en la playa o que se pincha en la playa. Pero piensas que no te pasará a ti. Seguro”. 

El problema crece en Nueva Hampshire y Massachusetts, dos estados que han sufrido muchas muertes por sobredosis en los últimos años. 

“Desde luego lo calificaríamos de riesgo sanitario”, dijo Tim Soucy, director de sanidad en Manchester, la ciudad más grande de Nueva Hampshire, que recogió 570 jeringuillas en 2016, el primer año en el que empezó a contabilizarse. En lo que va de año se han encontrado 247 agujas. 

Las jeringuillas aparecen en lugares como campos de béisbol, rutas de senderismo y playas, lugares aislados donde los drogadictos pueden reunirse y llamar poco la atención, y a menudo los mismos que utiliza el público para sus ratos de ocio. Las agujas se abandonan por descuido o por temor de los consumidores a ser procesados por poseerlas. 

En Utah, un niño se pinchó con una aguja abandonada en los terrenos de una escuela primaria. Otro joven pisó una cuando jugaba en una playa de Nueva Hampshire. 

Aunque los niños o adultos afectados no enfermen, deben pasar por una inquietante batería de pruebas para asegurarse de que no se han infectado de nada. La niña que se puso la jeringuilla en la boca no se pinchó, pero tuvo que pasar análisis de hepatitis B y C, dijo su madre. 

Algunos activistas locales intentan hacer frente a esta contaminación. 

Rocky Morrison lidera una campaña de limpieza en la ribera del río Merrimack a su paso junto a la localidad de Lowell y ha recuperado cientos de jeringuillas en campamentos abandonados por personas sin hogar, además de en montones de desperdicios que se acumulan en barreras flotantes que ha empezado a colocar sobre el agua. 

Tiene una colección de varios cientos de jeringuillas en una pecera, que utiliza para mostrar que el problema es real y que las ciudades deben hacer algo más para combatirlo. 

“Empezamos a verlo el año pasado aquí y allá. Pero ahora llueven agujas allá donde vamos”, dijo Morrison, un fornido y tatuado trabajador de la construcción. Su programa Clean River Project tiene seis botes que trabajan en distintos tramos del río de 188 kilómetros (117 millas). 

Uno de los programas más antiguos está en Santa Cruz, California, donde el grupo comunitario Take Back Santa Cruz ha documentado el hallazgo de más de 14.500 jeringuillas en el condado en los últimos cuatro años y medio. El grupo dice haber recibido reportes 12 personas que se pincharon, la mitad niños. 

“Se ha vuelto bastante habitual encontrarlas. Decimos que es un rito de iniciación que un niño encuentre una por primera vez”, comento Gabrielle Korte, miembro del equipo de recogida de jeringuillas del grupo. “Es bastante deprimente. Es indignante. Es simplemente repugnante”. 

Algunos expertos dicen que el problema sólo se suavizará cuando más drogadictos reciban tratamiento y se invierta más dinero en los programas de tratamiento. 

Otros señalan a programas de intercambio de jeringuillas, que ya funcionan en más de 30 estados, o a la creación de espacios seguros para inyectarse, ya introducidos en Canadá y propuestos por autoridades locales y estatales de Nueva York a Seattle. 

Varios estudios indican que los programas de intercambio de agujas pueden reducir esta forma de contaminación, dijo Don Des Jarlais, investigador de la Facultad Icahn de Medicina en el hospital Mount Sinai en Nueva York. 

Sin embargo, Morrison y Korte se quejaron de que una pobre supervisión de esos intercambios simplemente pondrá más jeringuillas en manos de personas que quizá no las desechen de forma adecuada. 

Tras las quejas sobre las jeringuillas abandonadas, el condado de Santa Cruz tomó el control en 2013 de su programa de intercambio, que antes gestionaba una organización sin fines de lucro, e hizo cambios. Eliminó los puntos móviles de intercambio y dejó de permitir que los adictos recibieran agujas sin entregar un número igual de jeringuillas usadas, señaló Jason Hoppin, portavoz del condado de Santa Cruz. 

A lo largo del Merrimack, casi tres docenas de localidades ribereñas debaten cómo combatir el problema. Dos comisiones regionales trabajan en una petición de sugerencias para un plan de limpieza. Confían en tenerlo listo para finales de julio. 

“Todos intentamos controlar el problema”, dijo el alcalde de Haverhill, James Fiorentini. “Esto viene de algún sitio. Si podemos trabajar juntos para pararlo en la fuente, estoy dispuesto”.