ROWLAND, Carolina del Norte. Seis adolescentes dejaron caer sus pompones la noche del viernes en la escuela secundaria de su pequeña ciudad. Se ubicaron junto a la raya lateral del terreno de fútbol americano y cuando empezó a sonar el himno nacional, apoyaron una rodilla en el piso. 

A la mañana siguiente, la guerra cultural que está dividiendo la nación arrastraba a estas niñas del condado rural con mayor diversidad racial de Estados Unidos. 

Alguien tomó una foto, que fue difundida por las redes sociales, y llovieron los pedidos de que las muchachas fuesen castigadas y de que el director de la escuela fuese despedido. 

Las reacciones respondían a posturas ideológicas y raciales, y algunas personas que conocían de toda la vida aparecieron en el otro bando. Al ver la brecha que ha surgido, reina la sensación de que algo está pasando con el alma de la nación. 

“En el plano racial, nunca me había sentido tan perdida en mi vida”, comentó Tiona Washington, madre de una de las cheerleaders. 

Su hija Aajah, de 14 años, pasó su infancia en Rowland, en el condado de Robeson, donde conviven blancos, negros y nativoamericanos, y a menudo la gente se sorprende de lo bien que han superado las heridas de la esclavitud y la segregación racial. 

El único presidente que Aajah conoció en realidad fue un afroamericano como ella. Pero su condado, que había votado dos veces por Barack Obama, terminó apoyando la candidatura de Donald Trump, cuyos comentarios sobre los musulmanes y las minorías no hacían sino aumentar las divisiones, según ella. 

Aajah vio cómo su nuevo presidente decía que había “gente muy buena en ambos bandos” tras una confrontación durante una manifestación de nacionalistas blancos que dejó una persona muerta en Charlottesville, Virginia. Que les dijo a los propietarios de los equipos de fútbol americano que despidiesen a todo “hijo de...” que apoyase una rodilla en el piso para protestar la brutalidad policial y la desigualdad racial. Que insinuó durante un discurso que tal vez la policía no era lo suficientemente dura. 

“Veo televisión todos los días y eso es lo que vemos todos: brutalidad policial o el KKK que asoma de nuevo”, afirmó Aajah. 

Fue así que esta muchacha tímida que sueña con ser enfermera apoyó una rodilla en el piso con sus amigas y al día siguiente se despertó y vio que eran consideradas una desgracia para el país por gente de su propio condado en cuentas de Facebook. Una persona dijo que las niñas debían tener algún deficiencia intelectual. Una mujer aseguró que le partiría las rodillas a su hija si hiciese lo mismo. 

La madre de Aajah recuerda haber visto miembros del Ku Klux Klan vestidos de blanco con antorchas cuando iba al jardín de infantes en la década de 1980, y dice que ese fue un momento clave de su vida, en el que perdió la inocencia infantil y tomó conciencia de que hay gente que la odia por el color de su piel. Esperaba que su hija no tuviese que experimentar el racismo. 

“Estamos en una encrucijada”, opinó Tiona Washington. “Hay que hacerse la siguiente pregunta: ¿Hacia dónde queremos ir?”. 

Días antes de la protesta de las cheerleaders, el diario local entrevistó a Vonta Leach, un ídolo local que sacó a su familia de la pobreza jugando al fútbol americano. El titular decía: “Yo hubiese apoyado la rodilla”. 

Gente que Leach consideraba sus amigos dijo cosas tipo “no es nada más que un negro”, expresó. 

Leach se crió en Rowland y regresó porque quería que sus hijos creciesen aquí. Un edificio de una iglesia lleva su nombre. Pero ni siquiera él se salvó de desdén de quienes se sienten envalentonados por la retórica del presidente. 

“Estoy bien económicamente. Pero al final del día, soy un negro, y para algunos soy... ya sabes...”, señaló. “Ahora lo comprendo mejor”. 

La actitud de las cheerleaders, por otro lado, reveló hasta qué punto se están devaluando viejas visiones del patriotismo y el honor. 

Bily Hunt, nativo americano e infante de marina que es miembro de un club de apoyo a la escuela, respondió numerosas llamadas de personas que dijeron que no querían participar en una campaña de recaudación de fondos. Dice que las muchachas no tuvieron en cuenta a personas como él, que sirvieron en las fuerzas armadas y consideran la bandera un símbolo de esos servicios, de los seres queridos y de las personas que perdieron algún miembro en la guerra. Cree que las niñas tomaron partido sin imaginar lo que es la vida del otro lado. 

“Me gustaría que la gente volviese a preocuparse por los demás”, manifestó. 

Al día siguiente del partido, Christopher Clark, director de la escuela South Robeson High, recibió un mensaje de un amigo: “No tienes agallas para liderar”. A medida que seguían llegando mensajes similares, Clark trató de explicar que la gente tiene el derecho constitucional a protestar. Que el malestar de la gente no puede silenciar a los demás. Pero nadie parecía querer admitirlo. 

“Estamos enfrascados en una batalla cultural por el corazón y el alma del país”, afirmó. “Dicen ‘estamos recuperando el país’. Y yo me pregunto, ¿hacia dónde lo quieren llevar?”. 

Comprende que algunos quieran volver al país de Ozzie y Harriet, los personajes de una serie que reflejaba los valores de los años 50 y 60. Una época en la que Clark, en nativo americano, hubiera tenido que entrar a la farmacia por la puerta trasera. 

Clark jamás hubiera apoyado su rodilla ni hubiera permitido que sus hijos lo hiciesen. Pero dice que no decide por los demás. 

“Cuando empezamos a hablar del ‘otro’ --el otro se equivoca, el otro es antiestadounidense, el otro, el otro, el otro--, ¿dónde paramos”, preguntó. “Llegará el día en que pensaremos en esto y nos diremos: ¿qué nos pasó?”.