Manuel Antonio Vázquez Urdaneta, a quien llaman “Papote”, subió por primera vez las escalinatas del Capitolio un día de marzo de 1961. Desde entonces, no ha dejado de llegar cada mañana al imponente edificio en mármol blanco, donde ha trabajado durante 56 años.

Apoyado por dos bastones y con algunas condiciones de salud, Vázquez Urdaneta se reporta sin fallar a la Oficina de Grabaciones de la Cámara de Representantes. 

Comenzó como mensajero a los 17 años en la llamada Casa de las Leyes. También ha sido ujier, grabador y director de la Oficina de Grabaciones de la Cámara Baja. Actualmente, tiene un contrato por tres días de labores. 

Respetado por mayorías y minorías, es el empleado más antiguo del Capitolio. Ha laborado bajo 14 presidentes de la Cámara, muchos de los cuales lo honraron con distinciones y reconocimientos como empleado ejemplar. Pero, más que nada, a Papote le distinguen su carácter afable y su gran humildad.

“Es una vida completa llena de muchas satisfacciones. Recuerdo tantos compañeros que se han ido, representantes y secretarios de la Cámara, y es doloroso para mí porque es el único trabajo que he tenido. Todas las administraciones que han pasado me han dejado trabajando porque siempre he sido un empleado que difícilmente falte y siempre hago todos los deberes que se me asignan. Me siento muy feliz de haber trabajado y seguir trabajando aquí en el Capitolio”, expresó con ojos aguados en entrevista con Primera Hora.

En 1961 el entonces presidente de la Cámara, Ernesto Ramos Antonini, lo reclutó. Se la pasaba con su madre, Regina Urdaneta Del Valle, que en aquella época de reformas laborales, era una líder obrera. 

“Con cuarto grado mi mamá fue líder obrera y donde hubiera una fábrica de la aguja ella iba”, contó con voz quebrada.

“Empecé con $150 mensuales como asistente de grabaciones”, dijo para recordar que bajo la presidencia de Ángel Viera Martínez lo nombraron grabador y otro presidente de la Cámara, José Ronaldo Jarabo, lo asignó como director de la Oficina de Grabaciones.

Lo mandaron a buscar

En 1991, Papote se retiró con 30 años de servicio, pero la entonces presidenta, Zaida “Cucusa” Hernández, lo mandó a buscar y le otorgó el contrato de servicios con el que se ha mantenido trabajando. 

“Siempre he tenido la dicha de que las personas me han apreciado mucho y he procurado que el que no me quiere mucho, buscarle la vuelta”, afirmó.

En su baúl de recuerdos atesora múltiples anécdotas y emotivos momentos vividos, muchos de los cuales grabó para la historia de la Casa de las Leyes. 

Hizo amistad con muchos periodistas, en especial con el fenecido fotógrafo Armando “Mandín” Rodríguez. “Ese era mi hermano. Me iba a buscar todos los sábados”, narró.

Relató que en los años 70, en un debate hacían uso de la palabra los entonces representantes Carlos Gallisá y Roberto Rexach Benítez “y Bobby le dijo a un representante de Vega Baja, Manuel Vélez Ithier, que era tan inteligente como los pelos que tenía en la ca-beza y Vélez Ithier era calvo”. Éste tomó en sus manos un lapicero de su banca en el hemiciclo y le quería tirar con la base, pero los ujieres lo aguantaron. “Todo el mundo pegó a reírse”, recordó Vázquez Urdaneta.

Como grabador presenció en el hemiciclo de la Cámara la muerte de un representante de Caguas.

“Hubo un proyecto, una discusión y estaban hablando de don Luis Muñoz Marín. El representante se agitó, gritó fuertemente y ahí fue que se desplomó”, narró. “Eso fue un revolú. El Sargento de Armas era Jaime Rosario, de Cayey. Rápido llegaron ambulancias y paramédicos y se lo llevaron. Después nos informaron que había fallecido”, rememoró.

Recordó también que la representante Carmen Solá de Pereira le encomendó que averiguara la dirección de una mujer pobre de Puerta de Tierra que vendía periódicos en el Capitolio junto con una hija de 9 años. 

“La muchachita tenía notas sobresalientes, le hicieron una recolecta y le compraron una bicicleta para que ayudara a la mamá a traer los periódicos. La representante siguió ayudando aquí a la mamá. Luego la Cámara le dio una beca a la nena y se hizo enfermera”, sostuvo Papote. 

¿Cómo era el Capitolio de los años ’60?

“Lo más que sonaba era el timbre de las sesiones. A veces se quedaba pega’o, esperando que llegaran los representantes. A veces estábamos una hora esperando, pero se trabajaba bien. Eran unos debates, venía mucho público de afuera. Venían en carros públicos. Tú veías esa gente con esos pantalones khakis enrolla’os y camisas blancas, y tú preguntabas ¿quién es ese? Ese es fulano de tal, que tiene una finca por allá”, relató.

Añadió que entonces era mensajero y lo mandaban a San Juan a buscar “café y bacalaítos” para darles a los visitantes.

Por una peseta

Describió el ambiente de trabajo como “uno de hermandad” y recordó sonriendo que en esos años, él almorzaba con solo 25 centavos. 

“Las mixtas por ahí costaban 45 centavos, pero aquí había una señora que se llamaba María Cartagena, que en paz descanse. Ella recogía dinero para los conserjes y mensajeros, tenía unos calderos grandes y hacía nuestras comiditas. Yo daba una peseta y había un muchacho que estaba bien pobre, que no podía dar nada y nos ayudaba a fregar”, contó. 

A sus 76 años, tiene diabetes, alta presión y proble-mas de circulación, pero el buen humor y el ánimo no le faltan a Papote.

Nació en Santurce, se crió en el sector Apenino de Puerto Nuevo y es residente de Levittown, en Toa Baja. Antes llegaba al Viejo San Juan en la Lancha de Cataño, pero ahora uno de sus cuatro hijos, “Papotito”, lo lleva al Capitolio. Tiene nueve nietos y tres biznietos.

Espera completar este cuatrienio “si Dios lo permite y viendo las circunstancias como están, pero siempre estoy agradecido de todo”.

El día que ceses tus labores, ¿qué es lo más que vas a extrañar del Capitolio?

“Si estoy vivo, siempre me voy a dar la vuelta por acá, porque esto ha sido mi vida…”