Santa Isabel. En Playita Cortada no hay una calle libre de pilas de colchones y muebles. Lo que antes ocupaba los cuartos, salas y cocinas de la gente de este barrio ahora es basura. El huracán María les quitó todo a muchas familias.

Gabinetes, sillas, mesas, almohadones, peluches, ropa, juguetes y asientos para bebé permanecen acumulados frente a las casas en espera de ser recogidos. El agua arrasó en esta comunidad y el fango todavía está acumulado en las calles, esquinas e intersecciones, como prueba de la severa inundación que aquí se vivió.

Playita Cortada está rodeada por el Mar Caribe al sur, el río Velázquez y el Caño Mejías al este, y el río Descalabrado al oeste. Varios pies de agua dulce y salada hicieron estragos durante el ciclón, y ante la falta de agua para limpiar y el hecho de que ha seguido lloviendo, hay bache por todas partes.

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En Islote, el sector de Playita Cortada que mira al mar, el panorama es desolador. La carretera que bordea la costa se rompió y los remanentes están cubiertos por varios pies de arena y piedra. Decenas de casas quedaron inhabitables por la fuerza del viento y la furia del mar. 

En una de tantas casas sin techo, Avidia Sánchez Rodríguez y su hija María Victoria Vázquez Sánchez tratan de sobrevivir un día a la vez. Les acompañan tres gatos y un perro. Ellas pasaron el huracán en casa de un familiar, pero regresaron a su espacio y se quedaron. Bajo agua, sol y sereno.

“Yo me quedaba aquí y dormía en el piso con ella, y para que no nos mojáramos vino un muchacho a poner dos planchas de zinc en el techo”, comentó la madre, de 50 años de edad, sobre el remiendo  que, aunque hecho con la mejor intención, resulta insuficiente dado el estado en que quedó la vivienda.

La vulnerabilidad derivada de estar a la intemperie es lo más que le ha afectado a María Victoria, de 24 años y cuyo plan de empezar a estudiar psicología en la Universidad del Este en septiembre pasado fue tronchado por los huracanes Irma y María.

“Necesitamos un lugar para dormir, comida caliente, algo frío para tomar. Cuando pasan estas cosas uno añora esas cositas. Lo material no me dolió tanto perderlo, fue el techo, que cuando llegué a ver esto empecé a llorar. Fue horrible, no me lo esperaba así”, expresó la joven.

Sus provisiones ya se acabaron, por lo que Avidia y María Victoria han vivido de la caridad. La madre contó que la empleada de un legislador, cuyo nombre no recordó, les llevó de comer un día y gente de la iglesia ha hecho lo propio. 

“Mi hermana me trae comida por la tarde. Hoy nos trajeron galletas con salchichas. Comemos lo que aparece”, dijo luego de un profundo suspiro.

“Ni la Cruz Roja, ni FEMA han venido. El municipio viene por ahí, pero lo que da es una botella de agua y un contenedor de jugo. Al alcalde nunca lo hemos visto”, agregó la mujer.

Los vecinos, en cambio, sí han sido solidarios. 

“Ha mejorado un poquito la cosa aquí. Hay vecinos que nos compartieron el agua de pozo. Hemos cargado baldes de agua hasta acá para ver el piso por fin. Estuvimos cuatro días sacando el bache a pala. La gente ha sido bien buena con nosotras”, explicó la hija.

Al preguntarle si no ha considerado irse a un refugio, Avidia respondió lo que varios residentes comentan en el barrio: que a los refugiados de la Escuela Pedro Meléndez de Playita Cortada ya les dieron un ultimátum para que regresen a sus hogares, se vayan con un familiar o se muevan a la Escuela John F. Kennedy, que quedaría como único albergue.

“A la gente la botaron ya porque empiezan las clases. ¿Cómo me voy a ir a un refugio?”, cuestionó.

No esperarán por el Estado 

En la casa del frente, cruzando la calle 3, el policía retirado Domingo Rodríguez limpiaba la casa de su mamá, Carmen Lydia Pérez Pérez, con la ayuda de varios parientes.

En ese hogar se crio Domingo, de 58 años, junto a cinco hermanos. Ahora lo que queda es el carapacho. 

“El huracán lo que hizo fue algo desastroso. Los vientos causaron grandes estragos y a varias residencias les volaron los zinc. No conforme con los vientos, el océano también llegó hasta acá y luego el río Descalabrado, ocasionando daños cuantiosos. Esta residencia perdió el techo en su totalidad, la mobiliaria y como esta hay muchas en el barrio”, señaló el hijo.

Su plan inmediato es restaurar la residencia sin ayuda gubernamental.

“No vamos a esperar por las ayudas porque tardan mucho y ya ella está mayor para estar pasando malos ratos. Voy a hacer la gestión para conseguirle el techito con mis hermanos y suplir lo de la casa que sea necesario, porque si nos ponemos a esperar perdemos el tiempo”, sostuvo.

Lenta la ayuda

Mientras, en la calle 3, Manuel Roche tuvo serios daños en la casa que sus padres dejaron como herencia y que él vivía por acuerdo entre hermanos.

“Esto es pérdida total porque al irse la parte de arriba se mojaron los juegos de cuarto y de sala, el televisor, mi ropa, todas mis pertenencias se perdieron, mi carro también”, describió el hombre de 73 años, quien hace poco había remodelado la cocina.

Roche, que hace 14 años se mudó de Estados Unidos a Puerto Rico, considera que la asistencia a los damnificados de Playita Cortada ha tardado demasiado. 

“Algo está pasando porque están muy lentos. Esto está devastado completamente. FEMA está haciendo nada, no sé si es por la cantidad de trabajo que hay, pero está bien lento”, opinó el residente, quien agradeció la entrega de agua y comida por parte del municipio.

Solidarios y optimistas

Uno de los que perdió su casa en Islote fue Guillermo Torres González, de 64 años. 

“Estuve como tres días en casa de un amigo y luego me moví al refugio. Siempre he vivido aquí y nunca he visto una cosa como esta. Eso (apunta al frente de la casa) me lo explotó el mar y la brisa por el otro lado”, relató el dueño de la casa 670, que tiene un perro llamado Toncan.

En vez de lamentarse, lo que este hombre desea es rehacer su vivienda y retomar su vida. De lo que no está seguro, como el resto de sus vecinos, es si las autoridades les permitirán reconstruir en esta zona.

“Familia y Hacienda vinieron y me llenaron unos papeles. No sé si pueda reparar mi casita”, manifestó.

Varios metros adelante, en esa franja costera, Miguel Luciano sueña con el momento en que le presten una excavadora para abrir camino.

“Si me consiguen un digger para restablecer el camino, llego a mi casa porque es la única que está sobreviviente aquí y entonces en esa podemos refugiarnos todos. Si me dejan, abro camino por aquí (la costa) y por detrás”, expresó el hombre de 77 años.

Su casa sobrevivió, dijo, “porque hace ocho meses la subimos en bloques”. Allí espera acomodar, entre otros, a su vecino inmediato Alí Feliciano, de 70 años y cuya vivienda fue pérdida total.

“La comunidad mía está triste y lo que se necesita es ayuda. El alcalde no ha venido aquí a ayudarnos para nada. Pero yo espero que este hombre (Bienvenido Maldonado Rolón) nos dé la mano, él es el que nos va a ayudar a conseguir el digger para bregar aquí”, expresó Luciano.

Maldonado Rolón, de 66 años, es el presidente de la Asociación Pro Desarrollo Social, Económico y Cultural de Playita Cortada. Todos lo reconocen como líder comunitario y ven en él a un intermediario que puede provocar que las cosas pasen. Su optimismo es contagioso.

“No nos sentimos que estamos renaciendo porque no nos sentimos muertos, ni que nos vamos a levantar porque no estamos acostados, ni que no ponemos de pie porque no estamos hincados. Realmente estamos de frente a los efectos de la tormenta y eso es lo que le hemos enseñado a todos los playicortadeños. Vamos a trabajar, a luchar, vamos a empezar en cero, pero vamos hacia adelante. Es una comunidad optimista y yo estoy seguro que realmente en unas semanas o meses vamos a tener organizada la comunidad, salvo aquellas cosas que no están bajo nuestro control”, sentenció Maldonado Rolón.