Samburu, Kenia— El Vaticano está investigando la denuncia de un keniano de que su padre es un cura misionero italiano que dejó embarazada a su madre cuando ella tenía 16 años. El caso pone de manifiesto la reacción de la Iglesia católica frente a la historia de curas abusadores que tienen hijos en África.

Gerald Erebon ha sido una suerte de paria durante sus 30 años de vida: alto, de tez clara y cabello lacio, Erebon no se parece en absoluto al keniano de tez oscura que aparece como su padre en su certificado de nacimiento, ni a su madre y hermanos negros.

Erebon, su familia y los habitantes de Archer's Post, Kenia, dicen que se debe a que es hijo del padre Mario Lacchin, un cura italiano de 83 años, miembro de la orden misionera Consolata que oficiaba en esa aldea remota de Kenia en la década de 1980.

“Según mi certificado de nacimiento, es como que vivo una vida equivocada, una mentira”, dijo Erebon a The Associated Press en una serie de entrevistas en Nairobi y Archer's Post. “Solo quiero mi identidad, mi historia”.

Lacchin niega ser el padre de Erebon y rehúsa someterse a un examen de paternidad. Sus superiores no lo han obligado, pero organizaron tres encuentros entre Lacchin y Erebon este año con la esperanza de generar un diálogo.

El Vaticano intervino e inició una investigación cuando un defensor de los hijos de sacerdotes, Vincent Doyle, trajo a su atención la denuncia de Erebon.

Doyle obtuvo los certificados de nacimiento de Erebon y su difunta madre, Sabina Losirkale, los cuales demostraron que ella tenía 16 años cuando dio a luz en 1988. En Kenia, la edad legal de consentimiento es de 18 años.

En medio del torrente de acusaciones de abuso sexual que han remecido a la clerecía católica, se ha prestado escasa atención a los embarazos provocados por esos actos ilícitos. Y en ningún lado el problema es más flagrante que en África, donde la violación del celibato por los sacerdotes es un problema conocido y de vieja data.

El continente está muy retrasado con respecto a Estados Unidos, Europa y Australia en el abordaje del problema de los abusos sexuales de menores por los sacerdotes, dado que las prioridades de la Iglesia allí son la lucha contra la pobreza, los conflictos y los traficantes que venden niños como soldados o trabajadores.

Recientemente, los obispos del este de África aprobaron pautas regionales y normas para la prevenir el abuso sexual de menores. Y en partes del África occidental francófona, la Iglesia ha lanzado programas de salvaguarda para la sociedad en general.

Sin embargo, son iniciativas relativamente recientes, aisladas y cortas de fondos.

Lacchin conoció a Sabina Losirkale cuando era estudiante en la Escuela Primaria Gir Gir en Archer's Post, una aldea polvorienta en la ruta a Etiopía.

En los años 70 y 80, las niñas Losirkale y dos primos solían quedarse solos; sus padres eran pastores pobres que pasaban días lejos de casa en busca de lugares donde pastar sus animales.

Aproximadamente un año antes de cumplir los 16, Sabina dejó de practicar deportes después de la escuela para ir a hacer la limpieza, cocinar y lavar la ropa de los curas párrocos.

Su hermana, Scolastica Losirkale, recuerda que a veces veía a Sabina y Lacchin abrazarse cuando se despedían.

Otras veces, dijo Scolastica, Sabina llegaba de la casa de Lacchin y le pedía llorando que le trajera agua para bañarse. Algunas noches ni siquiera regresaba a la casa.

En esa época, el sacerdote tenía poco más de 50 años.

“Creo que el padre Mario se aprovechaba de mi hermana”, dijo la viuda de 45 años mientras hojeaba fotos familiares en su casa de ladrillos de barro. “La sobornaba con regalos, comida, ropa. Incluso nos compraba libros. Mi hermana solía venir a casa con libros, lapiceras, todo lo que necesitábamos”.

Una noche, Sabina vomitó. Fue el primer indicio de su embarazo.

Lacchin fue transferido discretamente a otra misión; su conductor, un catequista en Archer's Post, Benjamin Ekwam, fue escogido para casarse con Sabina.

Pero la gente hablaba.

“La gente de Archer’s sabía que era el padre Mario. La gente sabía que el cura era responsable. Porque el chico, se parecía al cura cuando nació”, dijo Alfred-Edukan Loote, que fue maestro de Erebon en la escuela primaria.

A mediados de 2013, Erebon se comunicó con Lacchin, le envió una serie de correos electrónicos a lo largo de dos meses con la esperanza de crear una relación tras la muerte de su madre. El parecido entre los dos hombres era notable: altos, delgados, de pómulos salientes.

Al no recibir respuesta, Erebon dijo que trató de encontrar a Lacchin en Marsabit, donde era administrador de la iglesia. El cura lo rechazó, le dijo que si tenía una queja que hablara con el obispo. Erebon no lo hizo.

Cinco años después, Erebon se comunicó con Doyle, un psicoterapeuta irlandés que trabaja con Coping International, organización defensora de los hijos de sacerdotes.

Doyle se puso en contacto con la sede de la orden Consolata en Roma, la que envió a un investigador, el padre James Lengarin.

Entrevistado en Roma, Lengarin dijo que la orden no podía obligar a Lacchin a someterse al análisis de ADN, y que lo mejor era iniciar el lento proceso de reconciliación.

“Pensamos que no debíamos obligarlo por la fuerza de la obediencia hacerlo”, dijo Lengarin, y destacó que Lacchin tiene 83 años.

Lengarin dijo que la orden planeaba continuar la investigación y esperaba que Lacchin aceptara someterse al análisis, pero por el momento aguardaba órdenes de la oficina vaticana a cargo de las órdenes religiosas antes de proceder.

El Vaticano confirmó que la oficina está estudiando el caso, pero se negó a entrar en detalles.

Doyle envió un informe a Interpol, pero que se sepa en Kenia no se le ha iniciado un proceso criminal a Lacchin.

Resultó imposible comunicarse con Lacchin, que no respondió al correo electrónico, los mensajes de texto o el teléfono. Después de verlo oficiar misa en su parroquia Resurrection Gardens en Nairobi en julio, la AP regresó a la iglesia y se le dijo esta semana que visitaba a una hermana enferma en Francia y se tomaría un descanso al menos hasta el final de octubre.

Erebon dice que quiere que Lacchin le ayude a obtener la ciudadanía italiana para sí y para sus dos hijos. Pero sobre todo, quiere una vida basada en la verdad.

“Solo quiero tener mi identidad, mi historia, para que mis hijos puedan tener lo que son realmente: su herencia, su historia, todo”, dijo.