Berlín, Alemania. Son 3.93 x 3.93 pulgadas de concreto y bronce. Pequeños adoquines o stolperstein que, en alemán, quiere decir obstáculo. Están por todo Berlín y son el recuerdo constante de lo que nunca debió haber pasado.

Estos adoquines honran a las víctimas del holocausto.

Cada uno lleva el nombre y apellido de una persona perseguida y asesinada por los nazis entre 1933 y 1945. Se los encuentra por las calles de la ciudad y su ubicación no es aleatoria. Están frente a la última vivienda voluntaria de las víctimas antes de que fueran llevadas a un campo de concentración.

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La idea fue del artista Gunter Demnig, quien comenzó colocando 51 stolperstein de manera clandestina por la ciudad a comienzos de la década de 1990. Lo que inició como una iniciativa personal se transformó en un movimiento popular de voluntarios que trabajan en Berlín para rescatar la memoria y las identidades de los judíos perseguidos y aniquilados por los nazis.

Los voluntarios ayudan a identificar las casas de las víctimas en sus barrios e investigan qué pasó con ellas. Son vecinos, estudiantes o grupos religiosos que hablan en su nombre; se contactan con el artista y entre todos trabajan por un nuevo stolperstein.

En Berlín hay 7,876 adoquines y en Alemania más de 30,000 mini-memoriales en medio del pavimento con los que uno tropieza y ante los que no se puede ser indiferente.

El de Josef Cyzner es uno de ellos. Fue colocado el 21 de julio de 2012, en la calle Büschingstr 2, en el distrito de Friedrichshain-Kreuzberg. Fue asesinado a los 51 años en un campo de concentración en 1942. Había nacido en Sianów, Polonia, el 23 de diciembre de 1891. Pero fue deportado de su hogar en Berlín en 1938; expulsado a Zbaszyn lo que se conoce como la Polenaktion o “acción polaca” en la que se desterraron unos 17,000 polacos de Alemania en octubre de ese año. Murió el 18 de febrero de 1942 en Auschwitz. Y un stolperstein lo recuerda.

“La belleza de Berlín no es tanto física, sino histórica”, reflexiona la soprano boricua Meechot Marrero, quien lleva tres años viviendo en la capital alemana.

“Cada vez que viene un amigo de Puerto Rico a visitarme lo llevo al centro histórico, a la Universidad de Humboldt, a la Puerta de Brandemburgo o al Memorial del Holocausto”, cuenta Meechot.

“Aquí no quieren que a nadie se le olvide lo que ha pasado. La historia está muy presente en toda la ciudad”, agrega Meechot, quien también lleva a sus amigos a ver los stolperstein.

Incluso, hay un mapa interactivo para ubicarlos.

Berlín tiene más de 180 museos, como el de Ana Frank, el del Muro de Berlín o el Centro de Documentación de Trabajo Forzado Nazi.

Tanto los museos como los adoquines de bronce son un obstáculo para el olvido. Un escollo para la indiferencia. Una espina que se clava en la memoria al andar por la ciudad y que acompaña por todo el recorrido para que nunca, nunca, jamás la historia vuelva a repetirse.