SANTIAGO DE CHILE. Chile recuerda el martes el 45 aniversario del golpe militar que dio paso a la larga dictadura de Augusto Pinochet con violadores de los derechos humanos liberados por la Corte Suprema, que responsabiliza al Congreso de no legislar para que estos criminales no disfruten de beneficios carcelarios. 

La jornada se inició con el paso de manifestantes por un costado del palacio de gobierno hasta una plaza donde está ubicada una estatua del derrocado presidente Salvador Allende, a cuyos pies depositaron flores. 

Por ese lado del palacio fue sacado el 11 de septiembre de 1973 el cadáver de Allende, quien prefirió suicidarse antes de caer en manos de los militares sublevados. 

Relacionadas

 Simultáneamente, en el interior del palacio, el presidente centroderechista Sebastián Piñera participó en una ceremonia ecuménica en la que dijo: “Quiero reafirmar una vez más que ninguna circunstancia, contexto, va a justificar jamás los graves, sistemáticos, reiterados y condenables atropellos a los derechos humanos que ocurrieron durante el período militar en nuestro país”. 

La dictadura dejó un saldo oficial de 40,018 torturados o presos y 3,065 opositores asesinados de los cuales un tercio permanecen desaparecidos. Los militares procesados o condenados nunca colaboraron con la justicia para encontrar sus restos. 

Actualmente hay 174 militares y un puñado de civiles cumpliendo condenas por crímenes de lesa humanidad en dos penales exclusivos. 

El 31 de julio la Corte Suprema le otorgó la libertad condicional a cinco represores y un par de días después confirmó la liberación de otros dos que había sido dispuesta por la Corte de Apelaciones, lo que conmocionó a los activistas de derechos humanos y a familiares de las víctimas de la dictadura. 

Los ministros de la Corte alegaron que las convenciones suscritas por Chile en materia de derechos humanos no impiden reconocer a los condenados su derecho a reincorporarse a la sociedad mediante mecanismos como el de la libertad condicional. 

Pero el dirigente comunista Lautaro Carmona sostuvo que “todos saben, y en primer lugar los jueces, que los delitos de terrorismo de Estado no prescriben, no son amnistiables y, por lo tanto, no tienen beneficios carcelarios”. 

Los liberados cumplían condenas promedio de seis años por secuestro permanente, lo que significa que los restos de los raptados siguen desaparecidos. Sólo cinco de los siete podrán disfrutar de la libertad porque los otros dos tienen procesos pendientes. 

Diez diputados comunistas impulsan una acusación constitucional para expulsar del Poder Judicial a los jueces del máximo tribunal junto con activistas de derechos humanos. Los legisladores buscan votos para que la acusación sea aprobada el viernes en la Cámara de Diputados, donde la oposición de centroizquierda es mayoría. 

Para los acusadores los jueces violaron el Estatuto de Roma que dio vida al Tribunal Penal Internacional y que establece una serie de exigencias para rebajar condenas. Pero uno de los defensores de los jueces supremos consideró que esos requisitos se aplican sólo a las sentencias que la corte internacional ha impuesto y, por tanto, no son aplicables a tribunales de otros países. 

El expresidente de la Corte Suprema, Milton Juica, recordó que en los últimos tres años la Corte Suprema condenó a 344 personas por crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, decenas no pisaron la cárcel y cumplen su condena en libertad. 

La decisión final quedará en manos del Senado, donde el resultado de la votación es incierto.

El terrible caso de Vittoria

SANTIAGO DE CHILE. Su comandante le gritó “¡Sométala!” y “El Perro” Pienovi obedeció. Vittoria, su pequeña de nueve años, lloraba y pataleaba porque dos marinos acababan de llevarse a su madre. Pienovi sabía que “someter” implicaba “violar” a su propia hija. 

Para Vittoria lo sucedido en la dictadura no ha quedado en el pasado. Aunque este no es su nombre real, eligió el seudónimo al convertirse en adulta para narrar sus experiencias sin temor a ser reconocida. En su libro de poemas “La hija del torturador” (2010) detalla su historia aunque dice que tras la publicación recibió amenazas para que no divulgara más lo sucedido. Actualmente, además de escribir, visita grupos en redes sociales que conversan sobre el tema y aceptó dar esta entrevista porque dice que le gustaría encontrar a otros hijos de represores con quienes pudiera compartir lo que sufrió. 

A esta mujer de 54 años le sobresalta algo que para otros parecería tan inofensivo como un ruido fuerte o la cercanía a un militar. “Hasta el día de hoy, yo veo un uniforme y me paralizo”, dijo a The Associated Press. 

En la vida de Vittoria la represión no estuvo en las calles, sino tras las puertas de su casa. Su padre la violó y permitió que su madre Matilde fuera torturada y abusada sexualmente por oficiales de la Marina once días después del golpe. 

Las desgracias familiares iniciaron cuando el jefe de “El Perro” Pienovi lo citó en su oficina para informarle que su mujer figuraba en una lista de comunistas y otros izquierdistas. 

“Si usted no es capaz de mantener el orden, es traición. Entonces, o van todos por traición al Lebú esta misma noche o hacemos lo que hay que hacer”, dijo el oficial a su padre, según dice Vittoria que él le confesó. 

El Lebú era uno de varios buques usados por la armada chilena para torturar y mantener a opositores presos por largos periodos. 

Aunque no era militante, Matilde efectivamente trabajaba con la izquierda. Como católica reunía comida para los más necesitados y organizaba misas en su departamento y permitía que un cura obrero las oficiara para rezar por la patria. 

“El Perro” Pienovi aceptó entregar a su esposa el 22 de septiembre, que coincidía con el cumpleaños de su hija. Cerca de las once de la noche, alguien tocó a la puerta de su departamento en Viña del Mar y Vittoria pensó que le traían un regalo. Al abrir vio a dos infantes de la Marina que estaban armados. Uno le puso una metralleta en el pecho y otro entre las piernas. 

Ambos gritaban, preguntaban por su madre y ella observó cómo su padre fue por ella y la entregó. Vittoria gritaba. Pataleaba. El ruido llamó la atención del jefe de “El Perro” Pienovi, que entró furioso a la estancia y dio la orden que marcaría a Vittoria por el resto de su vida. 

“El comandante dijo “¡sométala!”, y someter es violar”. 

Vittoria habla de esa noche con los ojos llorosos. Dice que recuerda su ropa manchada de sangre aunque su padre le inyectó tres sedantes antes del abuso. 

Su madre tuvo “un trato especial”, dice. Por ser esposa de un miembro de la institución, sólo la violaron tres oficiales, pero según varios testimonios, hay militantes de las Juventudes Comunistas que incluso fueron atacadas sexualmente por los perros de los militares. 

Vittoria y Matilde se reencontraron dos días después. “Yo siento que mi mamá murió el día que se fue”. 

“La mujer que devolvieron era una mujer rota, cambiada, totalmente destruida, totalmente destruida, destrozada. Yo también, yo también”. 

Ella cuenta que en su familia nunca se habló al respecto. Pasó el tiempo y nueve años después de los abusos reunió fuerzas para echar a su padre de su casa. Durante dos décadas, ni ella ni su madre buscaron el auxilio de un psicólogo o psiquiatra. Dice que en su mente todo fue una maraña de recuerdos difusos hasta que en 1998 su madre la llamó para decirle que Pinochet había sido apresado en Londres. 

“Recordé todo de un plumazo”. 

El arresto fue ordenado por un juez español que intentó procesar al exdictador por violaciones a los derechos humanos, pero el gobierno británico lo liberó en marzo del 2000. 

La captura trajo de vuelta los recuerdos y Vittoria empezó a deprimirse. Tiempo después buscó ayuda médica, se casó y tuvo dos hijos. Tras su divorcio se llevó a su madre a vivir con ella. Hoy es profesora y está en contacto con algunos grupos de apoyo a personas afectadas por la represión a través de redes sociales, pero dejó de asistir a un colectivo llamado “Los Hijos de la Memoria, hijos de víctimas de la dictadura”. 

Al ser hija de un represor y no haber padecido abusos por motivos ideológicos o políticos, no siempre encaja entre los perjudicados por el régimen. 

“Para ellos es fuerte, es raro”, explicó apenada. Ellos también fueron víctimas de hombres como su padre, pero para ellos el peligro no estuvo en casa. “Para mí también es raro porque soy del otro lado pero no soy del otro lado. No soy de ningún lado, estoy al medio: soy hija, pero no estoy de acuerdo con lo que hizo mi papá”, afirmó afligida. 

Su padre, “El Perro” Pienovi, falleció en 2006. Nunca enfrentó algún proceso judicial y por haber pertenecido al Ancla2 antes del golpe militar --una fuerza de inteligencia y contrainteligencia de la armada-- terminó su carrera jubilado con grado de capitán de corbeta. 

La dictadura de Pinochet dejó un saldo oficial de 40.018 víctimas, incluidos 3.065 opositores asesinados y poco más de un millar de desaparecidos. Hasta el 4 de septiembre pasado, 174 personas --la mayoría exmilitares-- cumplían condenas por violaciones a los derechos humanos y otros centenares enfrentan procesos por las mismas causas. 

Hasta ahora no existe un cálculo que estime cuántos hijos de represores pudieron haber sido violentados en sus hogares, pero se cree que no es excepcional. Giorgio Agostino, psicólogo y sociólogo social, dijo a la AP que ha tratado algunos casos y explicó que hombres como el padre de Vittoria eran elegidos para ser represores por sus rasgos psicopáticos, que los hace carecer de empatía y sentido de culpa. Según el experto, casos así permanecen en las sombras porque “hay intereses políticos e ideológicos” que impiden que los torturadores puedan ser castigados. 

Por su parte, Marcelo Retamal, un psicólogo y experto en DDHH, Interculturalidad y Comportamiento Criminal, dijo que chilenos como Vittoria integran un grupo de subvíctimas debido a que fueron abusados por sus padres y sufrieron estrés postraumático. “Sabemos que los agentes de Pinochet fueron miles, por lo que no es raro pensar que al menos varios centenares llevaban la violencia a sus hogares”, dijo Retamal.