Katmandú, Nepal. Desde que el personal de vuelo dio el aviso del descenso hacia el aeropuerto internacional Tribhuvan en la capital nepalés, la belleza montañosa del Himalaya se impuso a través de las ventanas del avión. Las nubes no permitieron apreciar los picos de nieve, y tampoco hizo falta. Lo que se observó fue sobrecogedor, tan así que atrás quedó el cansancio por las 25 horas de viaje, entre horas de vuelo y escalas.

La compañera fotoperiodista Vanessa Serra y esta reportera llegamos por primera vez a este país del sur de Asia para conocer la historia que escribe el matrimonio puertorriqueño conformado por Gilberto Santos y Mirely Rivera, naturales de Bayamón y Toa Baja, respectivamente.

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Un efusivo saludo: “¡Bievenidas a Nepal!”, seguido de la colocación de una colorida estola alrededor de nuestros cuellos, nos hizo sentir en familia.

Los contrastes se hicieron notar de inmediato. Eran cerca de las 4:00 p.m., y caminamos en un ambiente gris hacia el estacionamiento, donde enseguida tuvimos una breve muestra del tráfico caótico en las carreteras de cemento, ladrillo o tierra.

Cientos de motoras, algunas transportando cuatro personas, autobuses públicos sobrecargados de gente al punto de ver sujetos con medio cuerpo fuera de las ventanas, otros cientos de taxis y gente de todas las edades caminando en medio del agite urbano, la mayoría con mascarillas para protegerse de la alta contaminación, fueron parte del primer vistazo a la ciudad.

Gilberto (41) y Mirely (44) nos recibieron en su hogar, un espacio acogedor donde se cruzan costumbres del país al que llegaron hace 13 años, y otras muy propias de la identidad boricua. Los zapatos se quedan a la entrada de la casa y se camina descalzo o en medias, pero el pan, al momento del desayuno, se moja en el café, como lo hacían desde pequeños en Puerto Rico.

Este matrimonio de 19 años salió de la Isla en el 2005 movido por un “llamado” para servir a la niñez y juventud nepalesa, tal como lo hacían con sus coterráneos. Él como pastor de iglesia y grupos juveniles, y ella como maestra de arte.

“Uno de los propósitos principales por lo que llegamos acá es para traer ayuda humanitaria, para llevar el mensaje del Evangelio de Cristo a las personas”, compartió Gilberto junto con su esposa, en principio desde la terraza y luego desde la sala del hogar que comparten con su perra Crema.

“Empezamos estudiando la cultura, entendiendo y aprendiendo el lenguaje, y luego vimos oportunidades para comenzar un negocio acá, pero nuestro mayor deseo es que la gente tenga la oportunidad de escuchar el Evangelio de Jesús en esta área del mundo”.

¿Por qué escogieron venir a Nepal?

Llegar a este valle flanqueado por montañas fue un sueño cumplido, una alegría.

“La gente en India es un poquito más agresiva en el trato con las personas, la gente en Nepal es muy amable, muy hermosa, y hemos aprendido a amar a la gente de Nepal”, afirmó el mayor de seis hermanos.

El negocio que han levantado, Highest Link, es una firma de arte gráfico, en la que él dirige la parte administrativa y ella todo lo creativo. Mas su función primordial es el trabajo social que realizan como miembros de la organización pentecostal Asamblea de Dios, Misiones Mundiales, con la que ofrecen ayudas a niños, jóvenes y mujeres en áreas de higiene, salud, educación, recreación y si las personas lo solicitan, les introducen en la fe cristiana. La religión y doctrina predominantes en el país son el hinduismo y el budismo.

“Nuestra organización es una que lleva más de 100 años trabajando en diferentes países y respetar y entender la cultura es algo bien importante. Como pentecostales, como evangélicos, aunque valoramos predicar y ser abiertos en llevar el Evangelio, estamos muy conscientes de que el mensaje va a tener una barrera o un bloqueo si no conocemos la cultura, o si no sabemos hablar el idioma, así que cuando llegamos a cualquier país o cultura diferente, primero es entender a la gente, su cultura, el entorno; no es llegar y comenzar a predicar y enseñar acerca de Cristo, sino es entender cómo ellos van a entender el mensaje que estamos llevando”, apuntó el conocedor en administración de empresas.

“Hay situaciones difíciles sociales (trata humana, violencia de género, alcoholismo) que nos abren los ojos a tratar de ayudar a la educación de la niñez, al desarrollo familiar dentro de la comunidad y el trato de la mujer es algo que estamos tratando de empoderar, hablando de la salud, de nutrición y de la estabilidad familiar en los hogares”, agregó Mirely de la labor que comparten con otros servidores humanitarios de distintas nacionalidades.

Gilberto y Mirely se mueven en la calles y recovecos de la ciudad como si fueran locales. Se transportan mayormente en motora, aunque también tienen una camioneta. La congestión y el desorden en el tráfico, precisamente, es algo que él todavía no logra asimilar.

Ambos hablan el idioma nacional nepalí, aunque él con más soltura que ella, y cuando no entienden, el inglés es el salvavidas, al menos en áreas turísticas.

“El idioma es complicado. Tiene 36 letras del alfabeto y 11 vocales. Lo que nosotros llamamos diptongos, ellos le llaman vocales. El verbo es al final de la oración, así que tienes que pensar al revés. Cuando la gente me pregunta cómo es, les digo: ‘piensa en la película de ‘Star Wars’ y en cómo habla ‘Yoda’’, esa es la manera en que tenemos que hablar nosotros, y es complicado, porque nunca vas a dejar tu cultura. Seguimos siendo puertorriqueños y el puertorriqueño es bien impetuoso y le gusta plantar su bandera donde quiera”, afirmó Gilberto, cuyo orgullo por su pueblo Bayamón lo exhibe en una tablilla colgada en el comedor de la casa.

Costumbres a las que no se acostumbran

Llegar al punto de confraternidad con las costumbres y tradiciones del pueblo nepalés fue un proceso que les tomó alrededor de dos años, y todavía hay muchas cosas que les cuesta tolerar.

“Lo que nunca he superado y no superaré es que ellos se carraspean la vida, se la sacan, porque como hay contaminación, y la escupen donde sea. Eso no lo voy a superar por más años de que lleve en este país”, confesó Mirely, quien ha tenido anécdotas comiquísimas sobre las diferencias culturales.

Muchas de estas relacionadas al tema del baño y al contacto físico entre hombres y mujeres. “Estábamos en una aldea en la montaña viendo un juego de fútbol y ellos, entre el mismo sexo son bien cariñosos, puedes ver un varón agarrándole la mano al otro y no es que sean homosexuales, es que está demostrando su amistad y las mujeres son iguales. Pues viene esta bella y preciosa señorita y se para al lado mío a ver el juego y me echa el brazo. Y yo: ‘ok, me echó el brazo’, pero siguió bajando y bajando y bajando y la estacionó en mi trasero, y empiezo a gritar: ‘¡Gilberto, sálvame!’, y él me dice: ‘déjala, que ella nunca ha visto un trasero así’. Fue una experiencia bien incómoda, pero me hizo reír en cantidad”, contó con la simpatía que la caracteriza.

Los inodoros, como en otros puntos de Asia, son un hueco pegado al piso, unos cubiertos en losa y otros directamente en la tierra.

“Hay que ñangotarse para usar el baño, y en la mayoría de los baños no se usa papel, se usa agua y la mano izquierda para limpiarse. Por eso cuando usted se saluda en esta parte del mundo, se usa la palabra Namaste y se juntan las manos, no se da la mano, se dan abrazos como en Puerto Rico, y si te dan la mano siempre tienes que hacerlo con la mano derecha, porque la mano izquierda es para limpiarse”, explicó Gilberto antes de su esposa puntualiza que por más que respeten la cultura nepalesa, en su casa el inodoro es elevado y ellos llevan su papel higiénico a todas partes.