Ninguna madre debería perder a un hijo. Owliyo Hassan Salaad ha visto morir a cuatro este año. La sequía en el Cuerno de África se los ha llevado, uno a uno.

Ahora, mece a su frágil hijo de 3 años, Ali Osman, a quien cargó durante los 90 kilómetros (55 millas) que separan su aldea de la capital de Somalia, Mogadiscio, que recorrió a pie, desesperada por no perderlo también a él. Sentada en el piso de un centro de tratamiento para la desnutrición repleto de madres ansiosas, apenas puede hablar de los pequeños cuerpos enterrados detrás de su casa, en un terreno demasiado seco para cultivar.

Los decesos han comenzado a aumentar en medio de la sequía más intensa registrada en la región en cuatro décadas. Datos inéditos compartidos con The Associated Press muestran que al menos 448 personas murieron este año en los centros de tratamiento de la desnutrición solo en Somalia. Las autoridades de Somalia, Etiopía y Kenia se vuelvan ahora la sombría tarea de tratar de evitar la hambruna.

Pero lejos del foco de las autoridades muere mucha más gente, como los cuatro hijos de Salaad, todos menores de 10 años. Algunos pierden la vida en sus remotas comunidades agrícolas. Otros mientras caminan en busca de ayuda. Algunos incluso después de llegar a los campamentos para desplazados, cuando su malnutrición es irreversible.

“Definitivamente, miles han perdido la vida”, indició el coordinador humanitario de Naciones Unidas para Somalia, Adam Abdelmoula, a reporteros el martes, aunque los datos que corroboran su afirmación aún no son oficiales.

Salaad dejó a otros cuatro hijos con su esposo. Estaban demasiado débiles para viajar hasta Mogadiscio, afirmó.

La sequía viene y va en el Cuerno de África, pero en esta ocasión es única. La asistencia humanitaria se ha visto mermada por crisis globales como la pandemia del COVID-19 y la guerra rusa en Ucrania. Los precios de productos básicos como el trigo y el aceite para cocinar se incrementan rápidamente, en algunos lugares en más del 100%. Millones de cabezas de ganado que proporcionan leche, carne y riqueza a las familias han muerto. Hasta la alimentación terapéutica para tratar casos como el del hijo de Salaad es cada vez más cara y, en algunos lugares, podría agotarse.

Y, por primera vez, las lluvias podrían no llegar, por quinta temporada consecutiva.

Una “explosión de decesos infantiles” acecha al Cuerno de África si el mundo se centra solo en la guerra en Ucrania y no actúa ya, dijo el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) el martes.

La hambruna amenaza incluso a la capital de Somalia mientras los campos de desplazados de las afueras crecen con los agotados recién llegados. Salaad y su hijo fueron rechazados en un hospital abarrotado cuando recalaron allí hace una semana.

En su lugar, los enviaron a un centro de tratamiento para personas con desnutrición extrema donde las habitaciones están llenas, se habilitaron camas extra y algunos tienen que dormir en el piso. Las madres hacen gestos de dolor y los bebés lloran mientras sus pequeños cuerpos, con llagas y las costillas marcadas, son revisados con cuidado en busca de indicios de recuperación.

“El centro está desbordado”, afirmó uno de sus doctores, Mustaf Yusuf. En mayo, los ingresos se multiplicaron más que por dos hasta los 122 pacientes.

Al menos 30 personas fallecieron allí y en otras seis instalaciones gestionadas por Acción Contra el Hambre entre enero y abril, según indicó el grupo humanitario. La cifra de ingresos en sus centros es la más alta desde que comenzó a trabajar en el país en 1992 y el número de niños con desnutrición severa aumentó un 55% con respecto al año pasado.

En total, al menos 448 personas perdieron la vida en lo que va de año (hasta abril) en hospitales y ambulatorios para el tratamiento de la malnutrición en todo el país, de acuerdo con los datos recopilados por grupos humanitarios y autoridades locales.

Los cooperantes advierten que los datos son incompletos y que la mortalidad total causada por la sequía es difícil de cuantificar.

“Sabemos por experiencia que la mortalidad sube repentinamente cuando se dan todas las condiciones — desplazamiento, brotes de enfermedades y malnutrición — y todo eso lo estamos viendo actualmente en Somalia”, dijo Biram Ndiaye, jefe de nutrición de UNICEF en Somalia.

Las encuestas de mortalidad realizadas en algunas partes del país en diciembre, y de nuevo en abril y mayo, por la Unidad de Análisis de Seguridad Alimentaria y Nutrición de la ONU mostraron un “severo y rápido deterioro en un plazo muy corto”. La situación más alarmante se registró en la región de Bay, en el sur del país, donde la mortalidad entre los adultos casi se triplicó, la infantil se duplicó con creces y la desnutrición severa se multiplicó por tres.

Las muertes y la desnutrición aguda han alcanzado “niveles atípicamente altos” en gran parte del sur y el centro del país, y el ingreso de menores de 5 años con esta patología aumentaron más del 40% con respecto al mismo periodo del año pasado, según la Red de Sistemas de Alerta Temprana de Hambrunas.

Una complicación importante en el recuento es el grupo extremista Al-Shabab, cuyo control de grandes partes del sur y el centro del país es un obstáculo para la llegada de ayuda. Su dura respuesta a la hambruna causada por la sequía entre 2010 y 2012 contribuyó a las más de 250,000 muertes registradas, la mitad de ellas de menores.

Otro factor fue la lenta respuesta de la comunidad internacional. “Un drama sin testigos”, dijo entonces el coordinador humanitario de la ONU para Somalia.

Ahora, las alarmas vuelven a sonar.

Más de 200,000 personas se enfrentan a un “hambre e inanición catastróficas, un dramático incremento desde las 81,000 previstas en abril”, señaló un comunicado conjunto de agencias de la ONU el lunes, que apuntaron que apenas se ha cubierto el 18% de la financiación total del plan de respuesta humanitaria para este año.

Somalia no está sola. En las regiones de Etiopía afectadas por la seguía, el número de niños tratados por la malnutrición más grave — “la punta del iceberg” - se disparó un 27% en el primer cuarto de este con respecto al mismo periodo de 2021, según UNICEF. El alza llegó al 71% en Kenia, donde Médicos Sin Fronteras reportó al menos 11 decesos en un centro de su programa para atajar la malnutrición a principios de año.

En uno de los atestados campos para desplazados de las afueras de Mogadiscio, los recién llegados contaban con angustia la muerte de sus familiares.

“Dejé a algunos de mis hijos atrás para que cuidasen de quienes sufren”, dijo Amina Abdi Hassan, que llegó desde una aldea del sur con su bebé malnutrido. Siguen pasando hambre porque la ayuda se está agotando, incluso en la capital.

“Michos otros vienen en camino”, añadió.

Hawa Abdi Osman señaló que sus hijos murieron por la sequía. Demacrada y debilitada por otro embarazo, caminó durante cinco días para llegar a Mogadiscio.

“Tuvimos que dejar a algunos de nuestros familiares atrás, y otros murieron mientras nosotros los veíamos”, explicó su prima, Halima Ali Dhubow.

Cada día llega más gente al campamento, que utilizan sus últimos resquicios de energía para levantar casetas improvisadas entre el polvo, mezclando ramas con telas y plásticos. Algunos caminaron hasta 19 días para llegar, según el Consejo Noruego para los Refugiados.

“Solo anoche, llegaron 120 familias”, dijo la directora del campamento, Nadifa Hussein. “Les estamos dando los pocos suministros que tenemos, como pan. La cantidad de gente es tan abrumadora que ayudarlos supera nuestra capacidad. Antes, las agencias de ayuda colaboraban, pero ahora la ayuda es muy escasa”.

“Solo Dios puede ayudarlos”, afirmó.