Jerusalén. En poco más de dos semanas Israel ha suministrado la primera dosis de la vacuna contra el coronavirus a casi un 15% de su población, una cifra sin paralelos en el resto del mundo. ¿La receta? Un sistema de salud obligatorio, planificación eficiente y mucha, mucha voluntad política, con unas elecciones a la vista.

Superado únicamente en cantidad de vacunados por China y Estados Unidos, y con el promedio de inoculados por habitante más alto del mundo, Israel se encuentra en un esprint de inmunización que tiene como meta ser el primer país en vacunar a toda su población, unos 9 millones de habitantes.

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Más de 1,300,000 personas en 16 días, a un promedio de más de 80,000 personas cada venticuatro horas que no hace más que incrementarse desde hace casi una semana, con cifras superiores a las 150,000 inoculaciones por jornada.

El interrogante entonces es cómo y por qué Israel logró sacar tanta diferencia, considerando que ni siquiera está aplicando una vacuna de fabricación local sino la producida por Pfizer.

La respuesta, dicen algunos de los protagonistas de esta feroz campaña de vacunación, es multidimensional.

Un país pequeño, con un sistema de salud potente, tecnología avanzada y amplia infraestructura, enumera Arnon Afek, director del hospital Sheba, uno de los más importantes del país.

En Israel, todos los ciudadanos están obligados a registrarse a uno de los cuatro proveedores de servicios de salud, que no tienen fines de lucro y son supervisados y parcialmente subvencionados por el Estado.

“Entendimos que debíamos concentrar todos nuestros recursos en la necesidad del momento, y la necesidad ahora son las vacunas”, explica a Efe el doctor Ian Miskin, uno de los principales encargados de la gestión de la pandemia por parte de Clalit, el mayor de esos cuatro proveedores, responsable de cerca de la mitad de los ciudadanos israelíes.

“Dedicación total”, resume, y elabora: “Sacamos a enfermeros y enfermeras de las clínicas, lo mismo con el personal auxiliar, y los distribuimos en los centros de vacunación”.

Esos centros representan, precisamente, otra de las claves del esprint israelí: a diferencia de otros países, la población no debe viajar hasta los grandes hospitales o centros médicos para vacunarse sino que el gobierno distribuye las dosis directamente a las sedes de los cuatro proveedores en todo el país, desde las grandes urbes de Tel Aviv o Jerusalén hasta los pueblos más pequeños y desolados.

Esto no solo permitió una veloz y más directa distribución de las dosis sino que también facilitó la comunicación con los pacientes, quienes se encuentran claramente identificados en la red virtual del sistema de salud, donde se almacenan también todos sus registros médicos.

El envío de las vacunas a distintos puntos del país representó también, y sin embargo, uno de los principales obstáculos de la campaña nacional, dado que estas se distribuían en cajas de unas mil dosis cada una, que dificultó la precisión en el cálculo de envío y causó en algunos casos el desperdicio de las restantes. Frente a esto, la solución fue empaquetar las dosis en contenedores más pequeños.

“Israel sabe cómo movilizarse rápidamente y reaccionar y responder a situaciones de emergencia”, describe Afek, y argumenta comparando la pandemia con conflictos militares a gran escala: “Lamentablemente tenemos muchos ejemplos de eso en el pasado, y esto para nosotros no es diferente de cualquier otra emergencia, por eso reaccionamos tan rápido”.

Otros analistas remarcan también el importante papel que tuvo el gobierno previo al comienzo del proceso de inoculación. Este, destacan, consistió en la coordinación de una fuerte campaña de concienciación sobre la eficacia y seguridad de la vacuna y, sobre todo, en la temprana adquisición de varios millones de dosis.

Aquí es donde entra en juego la variable política: el primer ministro, Benjamín Netanyahu, no solo se jactó en repetidas ocasiones de ser el principal responsable de la llegada de la vacuna a Israel sino que montó una mediática ceremonia, transmitida en directo, cuando se convirtió en el primero en ser inoculado.

Con un juicio de corrupción en su contra y a menos de tres meses de unas elecciones generales en las que se juega su futuro político, muchos comentaristas insisten en que la veloz campaña de vacunación, es parte íntegra, precisamente, de su campaña electoral.

Ambas campañas podrían, no obstante, verse dañadas por la falta de suministro de dosis, que podría terminarse la próxima semana.

Así, de no adelantarse la llegada del próximo cargamento de tres millones de vacunas de Pfizer -previsto para febrero- o de las seis millones de Moderna -previsto para marzo o abril-, Israel deberá poner en pausa el proceso de inoculación y limitarse a aplicar la segunda dosis a quienes ya recibieron la primera, algo que las autoridades insisten está garantizado.

Más allá de esto, Israel se encamina a una rápida inmunización de su población, que actualmente se encuentra confinada por tercera vez y que, como el resto del mundo, no ve la hora de volver a la normalidad y reactivar su actividad económica y social.