Noche tras noche se suben a un bote y se adentran a la oscuridad, saltando sin cesar sobre las olas, para patrullar y vigilar las costas. Su misión es detectar y detener a narcotraficantes, traficantes de personas, pescadores ilegales, migrantes ilegales y, en ocasiones, realizar rescates. 

Esta patrulla de las Fuerzas Unidas de Rápida Acción (FURA) en particular se encarga de vigilar el área norte de la Isla grande, entre San Juan y Fajardo. En esta zona, explican los agentes, son más comunes los incidentes con narcotraficantes. 

“Hemos tenido persecuciones bien agresivas. Nos han tirado las lanchas encima”, cuenta el coordinador marítimo Omar Álvarez, mientras la patrulla se alista para zarpar, revisando las armas y colocándose los salvavidas. 

Afortunadamente, agrega, no han tenido que repeler ataques a tiros en altamar. Pero otras patrullas sí han tenido incidentes con indocumentados, quienes les han lanzado cocteles Molotov y hasta un machete que se quedó encajado en una puerta. 

Todo eso suele ocurrir en medio de una oscuridad casi total, dependiendo de los radares y otros equipos electrónicos, y teniendo que lidiar, además, con el desequilibrante tambaleo que ocasionan las olas. 

La lancha sale de la base de FURA en Piñones. A bordo están el operador Ángel Delgado, el navegante Javier Hernández y el sargento Wilberto Pérez. 

Por un instante se activa el peculiar ruido de las radiotransmisiones. “Buenas noches. Buen turno”, dice una voz a la tripulación.

El sargento apunta una lucecilla en un peñón en la orilla. Advierte que es algo a lo que también deben estar alerta, pues “puede ser un pescador, pero también puede ser alguien que esté ahí para alertar a otros de que estamos saliendo”. 

Luego aceleran los motores. La salida a mar afuera conlleva una serie de maniobras que han de tener en cuenta el oleaje, típicamente más fuerte en la costa norte, y las rocas que hay en el área. 

A falta de luz, el trío confía en los aparatos electrónicos. Una pantalla redonda marca los arrecifes, algunos sumergidos y otros que sobresalen de la superficie. 

Esta complicada maniobra de salida y entrada la llevan a cabo a diario, si las condiciones climatológicas lo permiten. 

El bote avanza dando saltos entre el oleaje. En ocasiones, parece quedarse suspendido en el aire, para caer luego estrepitosamente con el golpe del casco metálico sobre el agua. A pesar de la rudeza del recorrido, Pérez aclara que, esa noche, el mar está “bastante bueno, con olas de tres a cinco pies (de altura) y algunas ocasionales de siete u ocho pies”. 

La lancha se aleja de la costa, para luego avanzar hacia el este. Solo las luces más potentes son reconocibles al mirar al sur. La vista al norte es de oscuridad total. 

“Aquello es el puente. Allí está el aeropuerto (Luis Muñoz Marín). Aquellas otras son del parque de pelota de Loíza. Más allá son las de (la prisión de) El Zarzal”, indica el sargento. 

La lancha da otro salto que pone a prueba las piernas. Uno de los aparatos marca que fue una ola de entre siete u ocho pies. Hernández advierte que al aproximarse a algunas áreas con menos profundidad las olas sacuden más fuerte. 

Pérez habla de otro de los peligros que supone navegar a velocidad en la oscuridad: los objetos que puedan estar flotando, desde troncos de árboles hasta otros lanzados por la gente, como neveras. Explica que esos indeseados encuentros son más comunes luego de episodios de lluvias, cuando los ríos transportan la basura hasta el mar. 

La embarcación se detiene. Parte de su labor y rutina diaria incluye largas horas de vigilancia en alta mar. Como antes, dependen de los aparatos electrónicos, aunque también es esencial su experiencia. El tambaleo de la lancha es ahora más errático, pues sin el empuje de los potentes motores, queda por completo a la merced de las olas. 

El radar indica que hay otra lancha cerca. Es otro navío de FURA. A pesar de que el sargento indica la dirección donde está, no se ve absolutamente nada. Solo el radar y la radio aseguran que está en algún punto de la oscuridad en el horizonte. 

Esa noche, no hay intervenciones ni operativos. Todo transcurre en relativa calma, contrario a los días en que amanecen con detenidos y grandes cantidades de droga ocupada. 

El regreso a la base es un poco menos dramático, pues con el oleaje a favor la lancha no salta tanto y además se mueve a más velocidad. Frente al puente, no obstante, hay que poner otra vez toda la atención a los equipos electrónicos para poder eludir las rocas y transitar por el pasaje que lleva a la base. 

De vuelta a tierra, la misión aun no acaba, pues los motores y la lancha hay que lavarlos para asegurar que se mantengan funcionando y puedan rendir al máximo. Todavía la noche es larga para estos agentes de FURA, hasta que lleguen los compañeros que les relevan del turno y asumen la custodia costera.