Sólo pide ser escuchado.

Santos Medina Ciprián, natural de La Romana en República Dominicana, dice que no es ingeniero, abogado o doctor, ni tiene título universitario. Pero asegura que la nefasta experiencia de haber perdido a dos de sus hijos a manos de criminales es más que suficiente para demostrarles a los que están en el poder los cambios que necesita el país para darle la lucha al problema de la violencia.

Santos, un hombre alto y robusto, mostró ayer una fortaleza increíble al conversar con PRIMERA HORA en la parte trasera de la capilla de la Funeraria Arocho, en Barrio Obrero. A sólo pasos de donde se sentó, yacían los cuerpos de sus hijos Jean Carlos e Igor Emanuel Medina, de 19 y 16 años, respectivamente. Éstos fueron ultimados a balazos el jueves en la noche cuando regresaban a su hogar en la urbanización Los Angeles, en Carolina, después de salir de una fiesta.

En pleno Día de las Madres, mientras otras familias disfrutaban en sus hogares, la esposa de Santos y madre de los jóvenes, Rafaela Santana, de 42 años, lucía inconsolable. Lloraba sin parar. Clamaba justicia y llamaba a los asesinos de sus hijos unos abusadores.

“Decía un cuento que para remodelar un hotel había que agregar una escalera que llevara a los turistas al último piso. Ni los ingenieros del hotel sabían cómo hacerlo y tomó mucho, mucho tiempo encontrar la solución. Un simple camarero escuchó la conversación sobre la escalera y sin saber nada de ingeniería sugirió que la escalera se construyera por fuera, en vidrio, así sería más bonito y no se gastaría tanto dinero ni tanto tiempo. Yo no soy abogado, ingeniero, ni tengo título universitario, pero tengo muchas ideas que aportar para el pueblo de Puerto Rico”, comenzó diciendo Santos.

El hombre pedirá una reunión con el Gobernador, con el superintendente de la Policía y con la Legislatura. A su entender, las leyes están basadas en cómo era la sociedad puertorriqueña hace mucho tiempo y tienen que ser atemperadas a cómo se vive hoy día.

“Hay que modificar las leyes. Primero, para un crimen como éste, que no se fijen fianzas. Que rápido que ocurra el crimen se detenga a toda la comunidad donde ocurrió para interrogatorio. El problema es que en Puerto Rico nadie dice nada por temor a ser víctima de un ataque. Lo que no saben es que si se coge ahí en el mismo momento, rápido se aclara el crimen y se atrapa al responsable, se mete a la cárcel y así poco a poco se va eliminando el miedo. Los policías mismos tienen miedo. La justicia no es un negocio, hay que aplicarla en bien de todo el mundo”, elaboró Santos.

El padre de los jóvenes entiende que sus hijos fueron víctimas de un crimen motivado por la intolerancia. Y es que, a su entender, las personas en Puerto Rico no están teniendo destrezas para lidiar con “cosas mínimas”.

También exhortó a las autoridades a prestar más atención a las aduanas para incautar las armas ilegales.

Vital la comunicación

Santos hizo un llamado a los padres y madres a que siembren en sus hijos la semilla de la comunicación.

“Lamento tanto que esta desgracia me haya enseñado que la comunicación y la confianza son las mejores herramientas para protegerlos. Hay que ser más permisibles, si les restringimos de ciertas libertades, en lugar de hablarnos a nosotros cuando tengan algún problema lo harán con otras personas”, dijo el padre.

Un futuro brillante

Jean Carlos e Igor compartían como hermanos el gusto por la música.

“Jean se destacaba porque tenía habilidad para cantar reguetón. Se encerraba en su cuarto, escuchaba música y componía. A Igor le gustaba pintar, pero también era bueno para el canto”, narró el padre que disfrutaba con sus hijos paseos a la playa y a restaurantes.

Recordó con particularidad un escrito de Igor para una clase mientras cursaba el octavo grado en el que expresó sus aspiraciones de una “sociedad limpia, sin armas, con gente buena donde se pudiera vivir en paz”.

Carlos Nieves, un jovencito de 15 años, recordó a Igor como un “súper amigo que se llevaba bien con todo el mundo”.