El Paso, Texas, una comunidad de 700 mil habitantes, 80 por ciento hispanos, ubicada justo en la frontera entre México y los Estados Unidos fue el más reciente escenario de una masacre.

El sospechoso responde al nombre de Patrick Crusius de 21 años. El joven blanco condujo desde su residencia en la localidad Allen, al extremo este del estado, con un plan siniestro. Fueron diez horas de recorrido donde una mente torcida incrementaba su odio para cometer la acción cobarde.

El lugar escogido fue un Walmart localizado cerca del Cielo Vista Mall, a unas cinco millas de la frontera con Ciudad Juárez, México.

Crusius entró armado y sin mediar palabra disparó a mansalva e indiscriminadamente contra todo y todos. Para él no había diferencia. Jóvenes, ancianos, hombres, mujeres y niños, todos eran invasores que habían llegado a territorio estadounidense a “desplazar a los blancos ”. 

El área estaba abarrotada de personas que fueron de compras previo al inicio de clases. Hasta el momento, 20 víctimas perdieron la vida y unas 26 resultaron heridas. La tragedia pudo haber sido peor.

La polica informó de un escrito publicado poco antes de la matanza que hablaba de “una invasión hispana en Texas” y advertía “el reemplazo de la gente de raza blanca por extranjeros”. La narrativa del manifiesto descubre el odio y el racismo. 

Es triste que una nación como Estados Unidos -forjada por migrantes- haya retomado el discurso racista y de supremacía blanca. La campaña a la presidencia de Donald Trump estuvo matizada entre otras cosas, por el discurso de un país antiinmigración, de aislacionismo y de divide y vencerás.

Desde entonces, múltiples eventos violentos han ocurrido como consecuencia de ese discurso. 

Hoy, con las miras puestas en su reelección, Trump retoma el discurso contra la gente que llega a ese país buscando un mejor future, como hicieron esos primeros habitantes y como hizo su actual esposa, Melania. 

Sus balazos verbales y raciales ahora encuentran nuevas víctimas cuando a través de la plataforma Twitter pidió a “esos políticos demócratas extranjeros a que retornaran a sus países de orígen y arreglaran el desastre que hay en ellos”. 

Trump se refería a las congresistas Alexandria Ocasio-Cortez, representante por Nueva York; Rashida Tlaib (Michigan), Ayanna Pressley (Massachusetts) e Ilhan Omar (Minnesota). Esta última es la única que nació fuera de Estados Unidos.

Los políticos y los llamados líderes deben entender que sus palabras y acciones pueden redundar en el triunfo de un país o la debacle y la anarquía. Que sus intereses personales no pueden ir por encima del de los ciudadanos que los eligen y que tarde o temprano sus verdaderas personalidades saldrán a relucir y serán juzgados.

Las voces incendiarias, los discursos xenofóbicos, homófonos, racistas, de prejuicios, misóginos y de supremacía, entre otros, han tenido un alto costo para la humanidad. Más aún en aquellos que dicen defender la democracia. 

Dos guerras mundiales tuvieron su inicio en esos discursos y los resultados son conocidos. 

Hoy Texas llora el asesinato de sus hijos y la destrucción emocional de familias. Los muertos no tienen ciudadanía. Son todos seres humanos víctimas del odio, las armas y manifiestos.