Sábado 2 de junio de 2018, 5:00 a.m.

Una fecha muy especial, pues me uniría, por segunda ocasión, a Raymond Arrieta en la caminata “Da vida” a beneficio del Hospital Oncológico en el Centro Médico en Río Piedras.

Días atrás, en la conferencia de prensa del Comité Olímpico de Puerto Rico PURLosNuestros, mi hijo Jesús Gabriel se acercó a Raymond y le dijo que caminaría con él.

La respuesta del comediante fue inmediata: “¡Claro... te espero!”

Levanté a mi hijo temprano y su rostro de destrucción total y sueño absoluto era para morirse de la risa. Un buen desayuno y nos fuimos al barrio Beatriz en Caguas. Mi esposa nos llevó y nos dejó un poco más abajo del punto de partida, pues era imposible llegar allí.

A eso de la 10:45 a.m. nos unimos al grupo y fuimos recibidos con abrazos y entusiasmo por todo el equipo de trabajo. Allí había pasión, energía, entrega y amor. Raymond es un privilegiado al contar con gente tan comprometida como él en esta causa.

Mientras caminábamos observé el rostro de mi hijo impresionado por lo que veía. Las bromas, anécdotas y el agua fría nos ayudaban a combatir el sol y el calor extremo. Aun así, Raymond no dudaba en detener la marcha para abrazar, besar, escuchar y sonreír a quienes le pedían unos minutos para agradecerle la gesta y darle ánimo.

En cada parada mi hijo decía en voz baja “el tipo está fuera de liga”. Yo sonreía, pues sabía que estaba entendiendo el propósito y el mensaje. Jonatán Rivera, uno de dos zanqueros, animaba al grupo que crecía cada vez más. Caminaba de espaldas, de lado, bailaba, posaba, tiraba fotos, cantaba y convocaba al corillo a gritar.

Acercándonos a Cayey me di cuenta de que mi hijo nunca quitó su mano de mi hombro. Sabía que todavía me falta balance debido al vértigo que me perjudicó meses atrás. Fueron múltiples las ocasiones en la cuales me preguntó si estaba bien, me echó el brazo, me evitó tropiezos y se preocupó de que estuviera hidratado.

Llegamos a Cayey... meta cumplida. Jesús confesó que estaba “explota’o”, pero feliz, que fue una experiencia maravillosa. Entonces recordó que ésta sería la última caminata. “¿Y qué van a hacer?”, preguntó. “No sé...” -le dije. “Lo que sea debemos estar ahí”.

Siempre me pregunté por qué hay que hacer maratones y colectas para salvar vidas, llevar salud y cuidar de la gente. Quizás esto nos une en un propósito, nos hace parte y se crea conciencia de la necesidad del pueblo. Porque el caminar por diez años, como lo ha hecho Raymond y su equipo que incluye a los voluntarios, auspiciadores y entidades que lo apoyan, también ha dejado ver las grandes necesidades de nuestra gente.

María desnudó la pobreza oculta en el verdor y las montañas, pero Raymond y su gente lo han vivido paso a paso. Nos toca a nosotros hacer nuestra parte. Y luego de ocho millas caminadas, en la noche fui al encuentro de “Los Igualitos” de mi clase graduada de 1978, de la escuela superior Ramón Power y Giralt en Las Piedras.

Al llegar a la puerta del restaurante Zafra en Gurabo, me detuvieron y me dijeron: “¡Que no te vean, tú eres la sorpresa de la noche!” ¿Yo...? Mis amigos no estaban seguros si llegaría a la actividad por mi condición de salud. Al entrar me recibieron con tanto amor y alegría que se me quitó el ardor en los pies de la caminata y empezamos a compartir como siempre.

Sí, han pasado 40 años y aunque un poco más pausados, con más canas y libritas, estamos igualitos en corazón, alma y espíritu. ¡Los quiero chicos!

El pasado sábado fue inolvidable. Gracias a ustedes, Jesús Gabriel, Raymond, su equipo y los “Igualitos” ese domingo -ya de madrugada- me acosté feliz y satisfecho de la jornada.