Cuando niño solía ver una pequeña carpeta negra sobre la mesa del comedor. Siempre había en mí una gran curiosidad sobre los “secretos” que guardaba. Fueron muchas las ocasiones en que despertaba y podía ver la luz bajo la puerta en altas horas de la noche. A veces escuchaba toser a mi padre como reflejo de agotamiento físico o tal vez el presagio de la enfermedad que años más tarde le robaría los sueños y las metas.

Recuerdo que en una ocasión encontré la carpeta abierta, pero como estaba aprendiendo a leer y escribir poco podía entender lo que estaba escrito. El tiempo pasaba y cada noche, incluso a veces los fines de semana, podía ver la luz bajo la puerta y escuchar a mi padre en la sala.

Una mañana encontré la carpeta abierta. Ya, con más años, pude leer lo que para mí era el secreto de mi padre. Eran unos planes, meticulosamente elaborados, estructurados, con notas al calce, muy pocas pues matemático al fin, mi padre tenía una capacidad increíble de organización de ideas y pensamientos. Su letra era hermosa y no cometía errores al plasmar la tinta. Gustaba utilizar una pluma fuente cuyos trazos dejaban ver una verdadera obra de arte. Había números, fórmulas y soluciones, además de exámenes bien elaborados que ponían a prueba el conocimiento adquirido.

Mi papá era maestro de matemáticas, álgebra y trigonometría en la escuela superior Ramón Power y Giralt de mi pueblo artesanal, Las Piedras. Todos decían que no había un mejor maestro de matemáticas en la región que Jesús Cruz Torres, míster Cruz, y para sus compañeros de labores “Susín”. 

Mi padre me atrapó en la curiosidad y lejos de molestarse me dijo: “esos son mis planes de trabajo. Aquí está todo estructurado para que mis estudiantes puedan aprender”. Seguía admirando su hermosa letra y pregunté por los nombres escritos al final de cada plan. “Son los estudiantes que necesitan un poco más de ayuda”, me dijo. “Ellos no salen de mi clase hasta que eliminen la más pequeña duda”.

Fueron muchas las veces que me quedaba con él observando su plan de trabajo. Luego descubrí que conservaba muchos otros y los utilizaba de guía para alcanzar la perfección en la enseñanza. Papi amaba el salón de clases como la enorme mayoría de los maestros de Puerto Rico. Fueron muchas las situaciones de frustración, tristeza y coraje al enfrentar escollos para hacer su trabajo. La caja de tizas que nunca llegó, la impresora de tinta dañada, las limitaciones de libros y materiales.

De su limitado bolsillo compraba lo que podía, al igual que muchos de sus compañeros. Le incomodaba el chismorreo y la politiquería que trastocaba el trabajo de todos. Recuerdo que el comienzo de clases era más estructurado, pero siempre afectado por un “Departamento de Instrucción Pública” que crecía en burocracia, necesidad de plazas por nombrar, salones con falta de equipo y materiales y muchos otros dolores de cabeza.

No me refiero al 2018. Son mis recuerdos de la década de 1970.

Aunque estaba preparado, mi padre nunca pudo dirigir la escuela que tanto amaba. La “política del sistema” lo envió a Yabucoa, lo que representó una gran dolor y profunda tristeza en su alma. Aun así y según me contaron, se enamoró de los yabucoeños, logró grandes cambios y dejó profundas huellas en la comunidad escolar. Tanto así, que al morir cuatro meses después de su inicio como director, cientos de personas y estudiantes viajaron en guaguas escolares a Las Piedras para su sepelio.

Por eso me duele el deterioro del sistema público de enseñanza. Son los mismos problemas, la misma escasez, las mismas limitaciones, la misma politiquería de años atrás, pero en su peor grado.

La enorme mayoría de los educadores del País sufren y lloran el desmoronamiento del sistema. En los países con sociedades de vanguardia el maestro es el mejor pagado, el más respetado, el tesoro más grande de la sociedad. Es la solución a las crisis. Las universidades son las respuestas a los grandes retos de una nación. Nuestra educación vive uno de los momentos más críticos en su historia y requiere el liderazgo y la participación social para formar mentes y nuevos líderes que nos guiarán a un mejor futuro.

Ha llegado el momento de engrandecernos como pueblo y sin divisiones ni agendas individuales darle la prioridad que requiere y necesitan nuestros estudiantes, nuestros maestros y profesores y nuestro sistema de enseñanza. Cuánto lamento no conservar la carpeta de mi papá. En ella estaba escrita con la letra más hermosa, la tinta más pura y el espíritu de nuestros mejores maestros el plan educativo, las experiencias que llevan a la perfección, los sueños de un mejor futuro para nuestros estudiantes, maestros, profesores, educadores y el futuro de la enseñanza de nuestro País.