Hola mamá.

Mientras observaba desde mi balcón el hermoso verdor de los árboles y disfrutaba el dulce sonido de una orquesta de aves, pensé en ti y comencé a escribir.

A mi mente vinieron recuerdos que marcaron mi vida y que forjaron el ser humano que soy.

Mi piel aún siente tus caricias, tus abrazos y tu calor. También las veces que me secaste las lágrimas en medio de la tristeza o de algún dolor físico o enfermedad. 

Cómo olvidar ese primer día de clases cuando me llevabas limpiecito y planchaíto a la escuela. No dejabas de tirar fotos a la vez que, entre lágrimas y besitos, intentabas despedirte una y otra vez. 

Cuántas veces te vi asomarte disimuladamente por la ventana para asegurarte que todo marchara bien.

Cómo olvidar tus gritos de celebración cada vez que llegaba con una buena nota, cuando entraba a la cancha a jugar o a la meta en cada carrera sin importar en qué lugar calificaba.

Todos me preguntaban si la que gritaba enloquecida era mi mamá, a lo que yo respondía que sí sonrojado, pero con orgullo disimulado.

Ni hablar cuando provocaba tu furia. Me temblaban las rodillas cuando retaba tu autoridad. No sé si le temía más a tu mirada amenazante de coraje o a la frase “no me provoques, que te tiro con lo primero que encuentre”. Para muestra sólo me faltó un botón.

Nunca olvidaré el día cuando estando en una actividad un niño impuso su tamaño para sacarme del área de juego. Hasta que entraste tú y suavemente, lo tomaste por el brazo y entre dientes le advertiste: “si lo vuelves a hacer yo lo haré contigo y me puedes traer a tu padre, tu madre y a quien quieras, que me los comeré también”. 

Hoy día entiendo tu temor a que fuera creciendo y mi paso asegurado hacia una menor dependencia. 

No olvido los cumpleaños en que te encargaste de todos los detalles para que yo la pasara bien. 

Se me hizo difícil entender el porqué de tus celos cuando te presenté mi primer amor de adolescente. Mi padre me hizo comprender, al decirme que ya veías cómo me crecían alas.

Mamá... Te pido me perdones por no ser tan agradecido, por no comunicarme contigo más a menudo, por hacerlo en este momento y de esta forma, cuando parece ser tarde. 

Sabes que agradezco cada segundo en que dejaste de ser tú y ser para mí. Sabes que daría cualquier cosa porque estuvieras aquí a mi lado solo para decírtelo.

Te amaré siempre, tu hijo. 

Así, guardé la carta en mi bolsillo y toqué a la puerta. Al abrirse, mi viejita me recibió con un fuerte abrazo, su hermosa sonrisa y un grito de felicidad. 

Fue entonces cuando mirándola a los ojos le dije “te amo mamá”. 

No existe llamada telefónica ni carta que pueda igualar ese momento de mi vida.