Salí al patio de mi casa para recibir un nuevo amanecer. 

Las aves ponían música al momento, como dando la bienvenida a ese nuevo día. Su vuelo era firme, alegre y muy activo. Parecían celebrar la vida y sus colores. 

Pensé tanto en las víctimas del temblor de Día de Reyes que el pecho se me apretó, algo que ha ocurrido día tras día desde ese momento. No quería mirar las noticias para no enterarme de una nueva réplica que añadiera más dolor del que siento.

Pensé, ¿por qué las aves están tan felices y cantan cuando mi patria sufre tanto?

Como si el cielo mismo escuchara mis reclamos, un pequeño rayo de sol se asomó entre las ramas e iluminó mi rostro. Fue entonces cuando volaron los pensamientos, como el mismo vuelo de las aves.

Vi los rostros tristes, el llanto de mi pueblo, los derrumbes y hogares destruidos, los autos estacionados sirviendo de habitaciones, cobijando familias en estacionamientos de centros comerciales o en lugares a campo abierto improvisando refugios. 

La rabia llenó mi pecho cuando vi imágenes algunos de los ya conocidos buitres de la politiquería volando en círculo para ver de dónde podían sacar provecho para sus intereses.

Los términos “grados de magnitud e intensidad” retumbaban en mi cabeza y los números eran imágenes que ocupaban mi vista. Los nombres de personas fallecidas, la impotencia de las víctimas, la tristeza de los ancianos y la desorientación de los niños activaba el vértigo que por los pasados dos años me ha acompañado.

Entonces, tomé aire y al exhalar susurré las preguntas, ¿cuándo podremos decir terminó? ¿Hasta cuándo nos seguirá tocando la tragedia? 

La luz del sol se hizo más intensa y el vuelo de las aves comenzó a adquirir sentido.

Cerré nuevamente los ojos y vi un pueblo solidario y una gran fila de camiones llevando ayuda al sur. El auxilio llegaba con alegría, fuerza y sin detente, como las aves de este nuevo amanecer. De norte a sur y de este a oeste nuestra gente se unía en oración y espíritu.

Ya un poco más sosegado entendí el mensaje de la naturaleza. Aún en la lluvia, la tempestad, el frío, el calor o la adversidad las aves agradecen en su canto y su vuelo la llegada de un nuevo día. 

El sentido de supervivencia las hace retomar sus batallas para seguir adelante, buscar alimento, cuidar sus críos, ayudar a sus compañeras y seguir viviendo.

Como esas aves debemos sacudir nuestras cabezas y buscar las respuestas al por qué en otro momento.

No podemos detenernos ni detener el país por temor. Una vez confirmemos que el camino es seguro tenemos que seguir a paso firme y valiente para levantarnos y mover la economía, retomar la rutina y establecer nuevas metas. No podemos dejar que nuestros hermanos sigan durmiendo a la intemperie. Tenemos que ser decididos de un lado, y del otro cooperadores. Tenemos que mover a nuestra gente a lugares más seguros y protegerlos. 

Así descubrí que no somos un pueblo cualquiera. Somos el ave de plumaje exquisito y multicolor. De vuelo poderoso y firme, que no se deja morir ante la adversidad. 

Somos el ave que le canta a un nuevo amanecer y que no reconoce la derrota porque no se rinde. 

No somos cualquier país del mundo. ¡Somos Puerto Rico! Y desde el archipiélago y el corazón de los hermanos que viven fuera lo gritamos al mundo.

Levantemos nuevamente el vuelo como las aves que hoy dieron respuestas a mi corazón.