Han pasado 30 años desde aquel día en que cayó lo que, de un lado, era denominado como “Muro de la protección antifacista” y de otro “Muro de la vergüenza”. 

Eran los años de la guerra fría cuando una Alemania divida enfrentaba dos sistemas políticos, lo que culminó en la construcción de un muro de seguridad el 13 de agosto de 1961 como parte de la frontera interalemana. Así amigos y familiares terminaron separados, unos en la República Federal de Alemania y otros en la República Democrática Alemana. 

El este construyó el muro para “protegerse” del antifascismo, y el oeste lo catalogó de vergüenza. Muchos murieron y miles fueron arrestados en el intento de cruzar de la Alemania Soviética a la Democrática. Así pasaron los años hasta que en 1989, con la caída del bloque soviético, la emigración de miles de ciudadanos desde la Alemania del este a otros países y las fuertes manifestaciones en contra del sistema, se destruyó el muro y todo lo que representaba.

Recuerdo ese momento cuando me tomé el tiempo de ver cómo ciudadanos abrían huecos para pasar de un lado a otro y reconciliarse entre sí y abrazar a sus familiares y viejos amigos. Así, con martillos, marrones y hasta sus manos, el muro fue cayendo en pedazos, como ocurrió con la guerra fría.

Fue un momento grande y poderoso en emociones que provocó que las lágrimas corrieran por nuestras mejillas.

Hoy Alemania es un ejemplo de lo que es capaz un pueblo que encuentra su norte, lucha por lo justo y se une en un fin común. 

Desde entonces son muchos los muros que han comenzado a derrumbarse o que han recibido el primer golpe que provocará su caída.

La igualdad racial, los derechos de las mujeres, la igualdad de género, los derechos de los trabajadores y la comunidad LGBTT y muchos otros son “muros” que por tener una base débil fueron derribados. 

Pero aún queda mucho camino por recorrer. Todavía hay explotación en África, guerra y división en el Medio Oriente; en Suramérica y el Caribe se sigue batallando contra la desigualdad y, en países como Haití, el desdén y la falta de un propósito para sus habitantes es el muro que el mundo ha creado.

En Puerto Rico existen diferentes muros. El colonialismo, la politiquería, las tribus, la desigualdad social y económica, el menosprecio del Gobierno de Estados Unidos y la falta de visión de país representa una separación y división como pueblo. Contrario a los 28 años del muro de Berlín, Puerto Rico ha vivido más de 520 años en el mismo limbo. 

Hoy día el gobierno del Presidente de Estados Unidos, Donald Trump, construye su “muro de la infamia” en una política racista, de aislacionismo y de supremacía que se asemeja a esos tiempos de guerra fría. Como dice el refrán: quien no conoce la historia está condenado a repetirla. 

Nosotros no sólo no la conocemos si no que también la ignoramos. Y mucho menos aprendemos de las lecciones de otros países para no cometer el mismo error.

El resultado de la denominada Revolución de Julio que forzó la salida del entonces gobernador Ricardo Rosselló podría ser una señal de que existe una generación dispuesta a luchar por la verdadera justicia e igualdad. 

Derribemos nuestros muros y abracemos la idea de un Puerto Rico de futuro, justo y limpio de corrupción que nos permita tener el país que soñamos.