Estamos a pocas horas para conmemorar el primer año del impacto del huracán María, el más catastrófico de nuestra historia moderna. Un fenómeno que devastó casas, puentes y hasta borró algunas playas de nuestras costas. 

Miles de personas se quedaron sin hogar y están todavía en hoteles o algunas hospedarías en los Estados Unidos. Otros miles tomaron las maletas y se marcharon para no volver.

La infraestructura de comunicaciones colapsó totalmente, al igual que la eléctrica. En agosto pasado, fue cuando volvimos a tener en funciones el radar Doppler, no el que teníamos porque ese María se lo llevo como muchas otras cosas. Es uno nuevo. Fue la bofetada de realidad más fuerte que nos han dado. 

Los billones de dólares que serán necesarios para levantarnos finalmente aún están en trámite. Los representantes de FEMA estiman que tendremos trabajos relacionados a María por los próximos diez años. Toda una década para ponernos de pie.

No importa quién estuviera al mando de nuestra Isla, el resultado hubiese sido el mismo pues era imposible enfrentar un fenómeno de esta magnitud con una infraestructura descuidada, deteriorada y sin mantenimiento alguno. 

Aquí nuestros planes de emergencia contemplaban huracanes de categoría uno o dos, con mala suerte categoría tres.

Nuestro planeta, sin embargo, nos lleva al próximo nivel. El ser humano se ha portado tan mal con nuestra casa, que el calentamiento global nos cambió nuestra realidad. Ahora es habitual ver la formación de huracanes categoría 4 y 5. No tan solo eso, los estudiosos contemplan crear una nueva categoría para huracanes 6 que sería una nueva dimensión para ubicar los Katrina, María y otros que superaron los márgenes razonables de la categoría 5.

Se parece a la canción de Gilbertito que dice que cuando nos aprendimos las respuestas, nos cambiaron las preguntas.

La reseña informativa mediática tuvo sus retos. Nos acostumbramos a la modernidad de las redes e internet y no estuvo. Volvimos a la antigua. El radio de baterías fue nuestro mejor aliado y compañero de noches oscuras. “Joseamos” el periódico en las primeras semanas para ver las imágenes de la devastación. La televisión estaba inerte ante la falta de electricidad. De solo recordarlo nos lleva a levantar las cejas y encogernos de hombros. 

Pero no todo fue malo. Esas semanas volvimos a conversar en familia. Hablamos y nos escuchábamos sin la necesidad de mensajes de texto o de voz. Fue chévere ver a los niños correr por las calles. Había ruido en la vecindad. Se compartía lo que se tenía en la alacena o lo que de conseguía en la calle. Era una muestra de solidaridad. 

A un año, ganamos nuevamente el confort del aire acondicionado. La televisión por cable. El internet que nos conecta a Netflix, Facebook y otras redes sociales, pero perdimos la socialización cara a cara, el abrazo prolongado, el abrazo de refugio a los más pequeños en la noche oscura. 

No extrañaremos el ruido de las plantas, el calor de nuestro ambiente tropical o los molestosos mosquitos. María definitivamente nos movió la alfombra. Somos un País diferente de cara al futuro. Espero que para ser mejor. El tiempo dirá.

Mientras tanto, el cúmulo de recuerdos queda en la memoria para añejarse, esperando que algún nieto futuro prefiera la anécdota de su abuelo retirado en vez de “googolearlo”, como dicen ahora. 

María sigue dejando lecciones a un año de su paso. Un nombre tan lindo y especial. Así son las cosas.