Marzo se está despidiendo de una forma horrible. Nos ha dado un portazo en la cara y muchos ni se inmutan. El “macharraneo” está campeando, dejando la equidad y el respeto en una cuneta.

El mes que alberga la Semana de la Mujer comenzó con la noticia de la separación amorosa de Dayanara Torres y el empresario Louis D’Esposito. La relación terminó de una manera atropellada al resaltarse la poca empatía, solidaridad, compromiso y, sobre todo, ausencia total de amor. El señor D’Esposito salió corriendo dejando a nuestra Dayanara enfrentando un diagnóstico de cáncer de piel. Incluso, trascendió que todo se dio por terminado mediante una llamada telefónica. El acto insensible sirvió para sazonar los programas de corte farandulero y los programas de la banda FM. Se pusieron las botas y a la misma vez, sirvió de escape para la denuncia. El caso de Dayanara no era único. Es más, resultaba más común de lo deseado.

Una amiga cercana, quien trabaja en laboratorios clínicos, se me acercó para compartir su terrible experiencia. Me contó que más del 50% de las féminas que daban positivo a condiciones de cáncer u otras enfermedades de corte catastrófico, regresaban solas a los laboratorios de seguimiento. En el camino eran abandonadas por sus parejas masculinas. Tristemente, se habían convertido a los ojos de sus “macharranes”, en mercancía dañada. 

¿En el caso de los hombres ocurría igual? Le pregunté a mi amiga, y ella señaló que no. Cuando la historia era a la inversa, la mujer permanecía al lado de su pareja en la mayoría de los casos. O sea, que mis colegas masculinos eran más susceptibles a rehuir al compromiso de mantenerse fiel y solidario, al llamado de la salud y la enfermedad que tanto hincapié se hace en el rito nupcial. Pasear a la pareja en salud les gusta a todos, pero cuando se trata de la solidaridad y empatía en tiempos difíciles, el macho no lo quiere hacer. Qué conveniente, por no decir asqueante.

De igual forma, trascendió que más de mil hombres habían puesto sus pies en polvorosa y se habían mudado a los Estados Unidos para salir del radar de ASUME y de sus obligaciones económicas con los menores procreados. Atrás dejaron a las mujeres que una vez dijeron amar y con ellas sus crías. De golpe y porrazo, los niños se convirtieron en una carga y es mejor juyir. Pa’ la gozaíta estuvieron prestos y perfumados, pero para la obligación, nacarile. Se divorcian de los hijos y de la esposa por igual. Ni una llamada dan, condenando a la pobreza y miseria a las féminas y sus hijos por igual. Lo más penoso es que la instrumentalidad gubernamental que se supone vele por ellos, queda impotente ante la fuga planificada del “macharrán”. 

Resulta inexplicable que no existan acuerdos cooperativos con otras dependencias de la gran “corporación del norte” que ayude a dar con ellos. Estos fenómenos tienen que sacar licencias, solicitar servicios o ayudas. ¿Cómo es posible que no se pueda dar con ellos? De esta forma, sin sonrojarse mucho, ASUME patinó y patinó hasta escocotarse de una forma que su ineptitud saltó a la vista de todos. Nadie ha tomado cartas en el asunto, nadie ha fijado responsabilidad. Repito, la impunidad al aire libre. 

Para cerrar con broche de moho, tenemos el caso de Cabo Rojo. Un semental de 19 años sacó el macho a pasear y roció con gasolina a una jovencita de 13 años porque ella, dis que lo había abandonado.

Los detalles de esta relación lastiman todo buen razonamiento. Aunque los padres del agresor aclararon que no consentían la relación y así se lo habían manifestado a la madre de la menor, las interrogantes no se detienen. ¿Cómo es posible que se permitiera una relación entre estas edades tan dispares; dónde estuvo la supervisión y acción inmediata de los adultos; cómo se permitió algún tipo de convivencia? Al mirar de cerca, salta a la vista el pobre juicio valorativo de las familias. ¿No tenían las herramientas para una orientación tan básica? Abren la puerta para quizás dar tela para cortar a los que defienden la enseñanza de la perspectiva de género en las escuelas. Tal vez allí estos jóvenes pudieron haber recibido esa orientación. Es cierto que la escuela no es sustituta de la responsabilidad de la familia, pero en el caso de Cabo Rojo hubo total ausencia de enseñanza moral, social, sexual y del más mínimo respeto. 

Mi gente, nos damos golpes de pecho de que ya estamos en el siglo 21, pero insisto en que como sociedad estamos muy atrás. Aquí el “macharraneo” aún vive y goza de cabal salud. Hoy siento bochorno.