No se asuste, sobre todo, no deje de leer. No se trata de una vulgaridad y mucho menos, pretendo hablar de nuestro presidente Donald Trump que con su Twitter manía le revuelca las vísceras a cualquiera. ¡No! Se trata del cuento de una experiencia de la vida real. 

Quiero relatarles la aventura de mi debut en el teatro. El pasado 29 de marzo, subimos a escena en el legendario teatro La Perla en Ponce. Un espacio mágico por el cual han pasado una larga lista de luminarias del arte actoral. En ese mismo lugar, estaba este jibarito de Utuado.

Los nervios me estaban traicionando y sí, estaba culi trinco. Esta singular frase define un estado de tensión que se ajusta a lo que estaba viviendo. El término ha sido acuñado por nuestra escritora y autora de las columnas que interpretamos en escena, Uka Green. 

Llegamos a Ponce en una guagua que nos acomodó a todos. Fue un viaje de picosos temas de mujeres, analizados desde una perspectiva inteligente y salpicada con ciertos matices de irreverencia. Era el anticipo de lo que la velada traería. 

El momento de ensayar y ajustar las luces nos brindó la oportunidad de estar ante el amplio recinto. Aún las sillas vacías, intimidaban. El momento se acercaba. Las manos sudaban e incluso, la voz temblaba. De seguro, más de una pensó lo peor. “Oh, este está culi trinco”. 

La hora de abrir las puertas llegó más rápido de lo pensando. La fila era bien larga. Muchos caballeros con babilla acompañaban a sus parejas. Era un público variado en edad. Poco a poco, las sillas vacías fueron ocupadas. Simplemente el teatro se llenó. La sonrisa era la orden del día en el rostro del equipo de producción y yo, pues culi trinco. Ni los espíritus destilados que por casualidad llegaron a mis manos, pudieron lidiar con la ansiedad. 

Las chicas entraron al escenario. Era el momento de la función. Atrás quedaba el relajo. Era el momento de la verdad. Todas estaban regias y libreto en mano, me dejaron atrás. Mi ansiedad subía. El sudor rodaba por mi frente. El culi trinquismo alcanzó niveles de desespero. Empecé a caminar de lado a lado. Subía y bajaba las escaleras para llegar al baño, que estaba en el tercer nivel. ¡Nunca antes había botado tanta agua!

Las chicas eran dueñas y señoras de la situación. Las risas se apoderaron del antiguo recinto. Columna tras columna se topaban con la misma repuesta. La carcajada. “El público está buenísimo”, me comentó una de nuestras productoras, pero eso no me calmó. Al contrario, veía cómo el libreto avanzaba anunciando la casi llegada de mi entrada. Terminó el primer acto y cayó el telón. 

Ya no había escapatoria. Llegó la hora de la verdad. Iniciaría el segundo acto solito. Allí estaba en mi lugar. Miraba a mis compañeras y sus sonrisas resplandecientes. ¿Estás nervioso? Me preguntó Uka. “Un poco” le riposté. ¡Embuste! Estaba cagao. Bien culi trinco. Mil cosas pasaron por mi mente. Entre ellas, el martilleo de “por qué dije que sí”. 

Ya no había marcha atrás, era sí o sí. Glenda, mi esposa, estaba entre el público, pues tenía curiosidad por saber qué haría. No le solté prenda del contenido, así que el espectáculo era para ella tan nuevo como para el resto de los demás. 

Subió el telón. El ambiente oscuro fue quebrado por una luz que se posó en mí. Un gran aplauso interrumpió el silencio. “¡Anda pal candao,” dije en mis adentros, “ese aplauso es para mí!” Un frío recorrió mi cuerpo deteniéndose al final de la espalda, donde se encontraba la zona culi trinca. Llegó el momento de abrir la boca y las palabras comenzaron a salir. 

La experiencia es sabrosa. La adrenalina se siente brutal y la solidaridad de mis compañeras es confortable. Al final, terminé mis parlamentos y el aplauso fue el mejor bálsamo. Una experiencia comparable con una montaña rusa. El público ponceño está brutal. Generoso, cálido y gentil. Una gran experiencia. 

Ahora queda la parada de San Juan. El teatro Tapia será nuestra casa por dos fines de semana. Allá los espero. La obra se llama Titantos y si me pregunta, de seguro le diré que estoy culi trinco.