Estamos en pleno verano y una de las noticias que nos dejó el pasado fin de semana, fue la increíble historia de que una de las lanchas que brinda servicio entre Vieques, Culebra y la “Isla Grande” se quedó varada tras quedarse sin combustible.

El asunto representa una vergüenza pública pues no se trata de un elemento que no sea predecible y controlable por un buen supervisor. No se necesita título universitario para estar pendiente de lo más básico, como el hecho de que las lanchas tengan combustible para ir y venir. 

El bochornoso suceso ocurre en plena temporada alta, o sea, la de más uso por parte de turistas y residentes. El suceso representa el más reciente traspiés de una vieja problemática que alzó niveles insospechados.

Con toda la buena fe del mundo, el Gobierno forzó una mudanza de Fajardo a Ceiba, sin estar preparado.

El terminal no tenía un estacionamiento adecuado, no estaba asfaltado, carecía de instalaciones para que los impedidos tuvieran un acceso libre de barreras, improvisaron con una carpa que literalmente asaba a la gente, mientras se disponían a realizar la fila. 

Para ponerle la tapa al pomo, no tenían los tanques para almacenar el combustible de las lanchas. 

Existe una palabra que describe muy bien lo que acabo de narrar, pero no voy a herir sensibilidades a usted mi amigo lector, pues de seguro sabe cuál es. La prisa es mala consejera y los gobiernos les gusta casarse con ella.

Algo parecido ocurrió con el Centro Compresivo de Cáncer que Alejandro García Padilla inauguró a destiempo, pasando un largo periodo hasta que pudo abrir sus puertas bajo la presente administración. 

Además de la prisa por inaugurar las obras en las que se embarca, la situación de las lanchas denuncia alta incapacidad administrativa. Eso mis queridos amigos, no se consigue en la farmacia. La calidad de jefes de agencias, directores o secretarios ha bajado un montón. 

Una de las grandes virtudes que tuvo Muñoz Marín, Sánchez Vilella y Ferré fue la calidad de sus jefes de agencia. Eran hombres y mujeres exitosos antes de haber entrado al servicio público, y después continuaron con grandes carreras.

Con la debacle económica y moral en el servicio público, no se encuentran personas con resumés impresionantes que quieran venir a la línea de fuego. Estoy seguro de que si entrevistamos a los pasados mandatarios nos vamos a topar con el hecho de que sus primeras opciones les dijeron que no. Ante la situación, terminaron contratando los nombres que aparecían en los encasillados quinto o sexto de sus listas. 

Por eso vemos de manera más frecuente a personas sin peritaje en roles importantes o demasiado jóvenes, lo que no es necesariamente malo, pero cuando enfrentamos crisis de la envergadura del Puerto Rico del siglo 21, a uno le gustaría ver un poco más de canas en las cabelleras para que le ayuden a enfrentar la tormenta. 

Pienso que el asunto va a empeorar. Con la salida de cada jefe de agencia será más difícil reclutar a alguien. Con el paso de los cuatrienios será aún más difícil y se evidenciará en sus errores prontamente.

Ojalá me equivoque, pero mi olfato me dice que en el futuro no solo serán las lanchas las que se queden sin combustible. La gasolina cerebral estará escaseando. Usted ajústese el cinturón para lo que viene. 

“Además de la prisa por inaugurar las obras en las que se embarca, la situación de las lanchas denuncia alta incapacidad administrativa. Eso mis queridos amigos, no se consigue en la farmacia. La calidad de jefes de agencias, directores o secretarios ha bajado un montón”