Hace unos días hice uno de los programas de televisión que más satisfacción me ha dado. En la edición de octubre de Ahí Esta La Verdad, trabajamos el tema del ADN y cómo incide en distintos aspectos de nuestro diario vivir. Como parte del programa, me realicé una prueba de ADN para tratar de definir cuál era mi ascendencia étnica. Siempre se ha dicho que el puertorriqueño es una mezcla sabrosa de indio, español y africano. Queríamos corroborar ese aspecto con datos científicos. 

Adquirí una prueba que se vende comercialmente. Lo hice con recelo pues algo que se vende en las tiendas, aunque no es barata, siempre puede tener su signo de interrogación. Aun así, indagamos sobre la seriedad de la empresa y nos convencimos de que era confiable. La prueba consistía en recolectar la saliva del donante que en este caso era este servidor. Se enviaba de forma sellada en un tubito plástico muy parecido a los utilizados en los laboratorios clínicos. Ellos se encargarían de analizar la muestra y hacer las comparaciones con su banco de ADN para encontrar compatibilidad. 

La fecha del programa se acercaba y los resultados no llegaban. Buscamos un plan B que consistía en explicar lo que habíamos hecho y lo que se buscaba corroborar. Pensamos prometer el resultado para explicarlo luego en una de nuestras cápsulas de Wapa.tv que se llaman “Basta Ya” . Sin embargo, no fue necesario. Prodigiosamente los resultados llegaron el mismo día que se emitiría el programa y que por suerte iba en directo.

Para corroborar los datos y explicar el alcance de la prueba invité al profesor Juan Carlos Martínez Cruzado, quien dirige el Departamento de Biología de la UPR en su recinto de Mayagüez. Este profesor a dedicado gran parte de su carrera profesional al estudio del ADN, la presencia taína y de otras culturas en el puertorriqueño moderno. Los resultados me fueron informados en el mismo programa y no antes. Cuando Martínez Cruzado los vio dijo sonriendo, “felicidades, ¡eres puertorriqueño!”. De inmediato supe que el papel tenía pintado que las tres razas habitan en mí.

Los resultados arrojaron que 75.4% de mi ADN era europeo, un 49.1% de español y una pizca de portugués. El resto de ese 75.4% consistía en un 17.6% de lo que ellos llaman Broadly Southern European, así como un 1.6% de italiano, 1.2% inglés e irlandés y hasta .7% de judío. Sobre este último dato, el profesor Martínez Cruzado me comentó que tal vez era un por ciento más alto porque advirtió que las muestras que esa compañía tenían de ADN judío eran de muchos de los exterminados por los nazis y que no tenía judíos sefardíes, quienes se ubicaron en la península ibérica y están más presentes en nuestros ADN. 

Además de ese 75.4% de ADN europeo, la muestra reflejó que tenía un 8.3% de raza negra. Aquí salió mi abuela, como dice el popular dicho. Mis ancestros africanos provenían de Guinea, Nigeria y el Congo. También encontraron un .5% de ADN árabe. Había rastros del sur de África y de la zona este de ese continente. 

Ya tenía un 83.7% de mi ADN identificado y restaba saber qué porcentaje de los taínos quedaba en mí. La prueba arrojó que tenía un 12.6%. Según Martínez Cruzado, la media promedio de presencia indígena en el puertorriqueño es de un 15%.

El estudio dejó un 3.7% sin definir. Muchas etnias no identificadas en su protocolo. 

 El que no se pudiera definir en un 100% no me importaba. Ante mí y el público quedaba constatado que la fusión de razas había dado vida al boricua con sus rasgos distintivos. No es cuento de un libro de historia, los adelantos modernos permiten corroborar que nuestros antepasados viven. 

 El indio bravío, el esclavo liberto y el español conquistador nos dieron un legado de sabor. Hoy estoy feliz por toda esa etnia que se fusionó y reflexionó sobre la torpeza del racismo, pues eso es renegar de cualquiera de las razas del mundo que aportó un poquito para ser los hombres y mujeres del siglo XXI.