Los cuatro menores, dos niñas y dos niños, no paraban de jugar en el parque. Se treparon en columpios, chorreras y otros aparatos, mostrando una alegría contagiosa e imposible de ignorar. 

La feliz escena ocurre bajo la cariñosa, protectora y atenta mirada de la persona que los cuatro hermanos consideran su superhéroe… o más bien la heroína salvadora que apareció en su camino cuando parecía que no verían nunca la luz de la felicidad. 

Y es que Carmen Núñez, de 52 años, puede que no tenga una capa, ni un traje especial. Tampoco tiene un arma tremenda, ni una varita mágica, o un amuleto providencial. Es más, ni siquiera posee algún hechizo poderoso. Sus estrategias son otras. Su magia es el cariño. Sus armas son abrazos. Y, definitivamente, parece tener de sobra amor y fe como ingredientes secretos para dar sin límites a sus cuatro hijos adoptivos. 

Sí, así es. Leyó correctamente. Carmen, una mujer soltera, adoptó no uno, ni dos… sino a los cuatro menores que hoy llama hijos y que de manera recíproca la llaman mamá. 

La increíble historia comenzó hace más de cinco años, cuando colaboraba con el Departamento de Familia asistiendo a menores que necesitan ayuda. Y lo que en su momento se pensó como una solución temporal creció hasta convertirse en una de las más exitosas historias de adopción. 

“Llegaron a casa porque tenía un hogar de crianza. Pero yo los amé tanto y… son mis hijos. Siempre los fui amando. Y no los quise soltar. Y decidí adoptar a mis cuatro hijos”, recuerda Carmen con evidente emoción. “Decidí quedarme con mis cuatro hijos, porque los amo y los quiero. Y ellos a mí también. Con los cuatro. Porque son hermanitos y no quería dejar que ellos estuvieran desapartados (separados)”. 

La ruta no fue fácil. No solo estaba el aspecto económico que supone acoger a cuatro menores. También había que atender, con una complicada mezcla de paciencia y urgencia, las dificultades emocionales que traían los pequeños luego de la traumática experiencia de tener que pasar por la separación de sus padres biológicos y las razones que llevaron a las autoridades a tal decisión. 

“Ha sido fuerte. Una lucha. Porque son niños… no tengamos que decir, cómo vienen, y qué tienen. Cada uno independiente. Porque son cada uno con condiciones independientes. Pero, gracias al Señor, y la fe mía y mi fuerza, y el amor de ellos hacia mí y yo hacia ellos, pudimos trabajar en eso. Poquito a poco, con amor, con cariño y ternura. Y mis hijos están sanos. Yo no los veo con condiciones, son niños normales”, reflexiona Carmen. 

“Pero sí, es fuerte. Al principio era, los problemitas que ellos tenían, la escuela, pa’ allá. Yo iba. Por la mañana, iba al mediodía, iba por las tardes. Me llamaban. A veces tenía que estarme todo el día, pedir permiso en el trabajo. Pero gracias al Señor, trabajamos, los cinco. Todo con mucho amor”, dijo quien trabaja en ventas.

En esa empinada cuesta, relata, “dejé de ser yo para cuidar a mis hijos. Dejé de ser yo para poder sacarlos adelante. Porque como ellos estaban, era fuerte. Pero gracias a Dios, aquí como que no ha pasado nada”.

Insiste en que esa mezcla de amor y fe “es lo bueno”. 

“Amarlos, entenderlos, jugar con ellos, cuando ellos te necesitan. Porque te necesitan mucho. A veces tienen algo y tú vas donde ellos. A veces no quieren hablar. Pero si tú vas con amor, poquito a poquito. Si tú les dices que los amas, eso ayuda mucho. Porque eso es lo que ellos más necesitan, el amor. Cuando tú les dices que los amas, puede ser que ellos estén enojados, tristes, y eso. Pero los pone a ellos bien. Un abracito que tú les des, y mucho amor”, resalta.

Carmen sostiene que ha podido lidiar con la carga económica gracias a su trabajo, en el que “han sido bien buenos” y le han dado la facilidad de tomarse los días necesarios para las terapias de sus hijos y para atender situaciones en la escuela. También cuenta con una amiga “que es como mi hermana, me acompaña a todo”. La familia de Carmen, que vive fuera de Puerto Rico, también “quieren mucho” a sus nietos, sobrinos y primos y “están locos por verlos”. 

“A mis hijos gracias a Dios nunca me les ha faltado nada. Papá Dios suple. Porque cuando tú quieres, tú haces el esfuerzo, tú lo buscas”, afirma sin dejar espacio a dudas. “Me decían que estaba loca. Pero no, yo no estoy loca. Es que amo a mis hijos. ‘¿Cómo les vas a dar?’ No, Papá Dios suple. Dónde come uno, comen dos, comen tres y comemos cuatro. Estoy feliz. Doy gracias a Papá Dios”. 

Admite que no imaginó que adoptaría a cuatro niños. Pero no vacila ni un instante en asegurar que todo el esfuerzo ha valido la pena. 

“Cuando tú ves eso, que llegan de la escuela, que todos corren, corren a darme besos. Se pelean para darme besos primero. Y todos… hasta me tumban casi cuando llegan”, dice entre sonrisas. “Valió la pena. Porque cuando van y te dicen, ‘te amo’. Y te dan apapachos, y no dejan a uno en la cama, ‘hoy quiero dormir contigo’, y viene el otro. Ahí tú dices: gracias Señor, gracias Diosito. Porque fue cuatro hijos que te llegaron así, y tanto amor”.

Amor reciprocado

A los cuatro niños parece iluminársele el rostro cuando hablan de su mamá. La mayor trata de lucir más seria y responsable. La segunda se muestra más alegre y habladora. El tercero parece el más travieso. Y el más pequeño exhibe una pícara sonrisa. 

Todos, sin embargo, reflejan lo que transmite Carmen. 

“Mamá es buena y nos ama mucho”, dice Taisha, de 13 años. “Nos apoya y nos quiere mucho, y nos da muchos besitos”, agrega Cris, de 11. “Nos ama y nos quiere. Y cada vez que nos ve triste, nos da cariño”, expresa Ángelo, de 10. “Es cariñosa con nosotros”, añade Angeniel, el más pequeño, de 8 años. 

Esta familia que vive en Toa Baja y pronto celebrarán seis años juntos tiene un mensaje para quienes estén considerando adoptar, pero a veces se limitan por temas como la edad del menor, o las condiciones que tenga. 

“Exhorto a las personas que están adoptando, a que no tengan miedo. Que no tengan miedo porque son grandecitos. Porque a veces esos grandes necesitan más amor, más ternura, un amigo, un abrazo. Y tú le hablas, y le das cariño, y te haces su amiguito, y lo que le gusta o no le gusta, lo que no ha tenido. Le preguntas qué quería hacer en su vida, qué haría, qué no haría. Y uno va hablando con ellos y atendiéndolos. Y a veces dicen que tienen miedo a los grandes. A veces los bebés dan más trabajo cuidarlos”, afirma Carmen. 

“Ayuda a ese ser que te necesita, que está con tanta sed de amor. Y están así perdidos, solos, porque están grandes. Necesitan mucho. Y si los pueden ayudar… Yo tengo mis cuatro hijos. Si pudiera más, yo ayudara más. Pero no les tengo miedo a los grandes. Porque necesitan más amor. A veces lloran más y sufren más. Aunque digan que son fuertecitos, que ya son grandecitos. No. Esos necesitan más de uno. No pueden tener miedo, porque esos grandecitos son más cariñosos, que a veces tú no sabes que lo tienen escondido ese amor que les hace falta a ese niño. Lo tienen escondido, y se los puedes dar. Y tú con miedo. No, no tengan miedo. Lánzate, lucha y da la fuerza. Porque Dios es bueno, y si tú tienes la fe en Dios, y la fuerza, vas a salir adelante y vas a sacar a esa persona que necesita de ti”, reitera. 

“Anda a ver cuánto amor necesitan muchos niños. Anda a darle unas manos, ayúdale a cuidarlos. Hay hogares que necesitan ayuda, de niños que están impedidos, con problemas, enfermitos. Y uno va y los ayuda y va conociendo los niños. Hay muchos niños que necesitan de mamá, un hogar. Y me dicen, ‘ay es difícil’. No, no es difícil adoptar. Un niño te está esperando. Uno, dos, tres. Si puedes dos. Y si hay dos hermanitos, no los dejes. Si hay hermanitos, llévatelos juntos, para que esos niños puedan subir más”, insiste Carmen, mientras sus cuatro hijos la rodean y se funden en un abrazo con ella, como si quisieran decir que, si hay alguien que puede dar un consejo sabio sobre adopción, esa es su mamá, Carmen.