Los días y las noches de Ivelisse Esquilín Pagán, su esposo José Miguel Acevedo Méndez y sus cuatro hijos universitarios, transcurren desde hace más de un año en el refugio al que llegaron el 20 de septiembre de 2017 para guarecerse del azote del huracán María. 

Con el temporal, perdieron su casita de madera y zinc y junto con otras familias del sector La Hormiga de Juncos, se refugiaron en el centro comunal del barrio. Ivelisse ya hacía voluntariado en organizaciones sin fines de lucro y en medio de la emergencia tomó la batuta para llevar comida, suministros y ayuda al refugio que compartió con vecinos de la comunidad durante los primeros meses después del ciclón en lo que reconstruían sus viviendas.

Sin embargo, con el pasar del tiempo, ella y su familia tuvieron que adoptar el centro comunal como hogar. Vivir allí por más de 400 días, además de la falta de privacidad, no ha sido fácil, pues los fuertes vientos del huracán agrietaron el techo de la estructura en cemento que está tapada con toldos.

Cuando llueve, la familia tiene que colocar una ristra de cubos para recoger el agua.

No obstante, los días de infortunio quedarán atrás muy pronto, pues en las próximas semanas, la familia podría estrenar su nueva casa reconstruida en concreto con techo galvanizado. La ayuda que recibieron de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) sólo les dio para levantar las paredes de la casa, pero “un ejército” de buenos samaritanos, algunos desde el anonimato y de organizaciones sin fines de lucro, ha puesto su granito de arena para que vuelvan a tener su hogar.

“Esa es la losa que me donaron y yo estoy bien contenta porque nunca había tenido losa en mi casa. Es la primera vez que voy a tener losetas”, exclamó Ivelisse al mostrar a Primera Hora las cerámicas en tonalidades crema, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas.

“Dios no nos desampara y espero ya mudarme prontito”, sostuvo la humilde junqueña, quien en medio de la adversidad asumió el liderato en la comunidad para lograr que otras familias accedieran a ayudas y para que el marginado sector fuera reenergizado el pasado mes de abril. Para recibir las ayudas, Ivelisse creó una junta comunitaria e incorporó la comunidad. 

Pero, la labor de la luchadora mujer, quien este año recibió la medalla de servicio al prójimo Sor Isolina Ferré, ha llegado todavía más lejos al convertir el refugio en un centro de tutorías al que unos 45 niños de la comunidad acuden para hacer sus asignaciones.

“Hacen su tarea aquí porque como le cerraron la escuela, es muy distante para ellos poder hacerlas”, indicó para agregar que les provee meriendas que obtiene a través de donaciones. Además, dijo que los niños se entretienen en juegos y son atendidos por sus hijos.

El centro comunal es un espacio abierto sin divisiones donde hay mesas de juego para los niños, crayolas y un pequeño comedor. Como dormitorio, la familia habilitó una pequeña oficina donde tienen colocadas tres improvisadas camas y un sofá.

“Aquí estamos durmiendo para tener un poco de privacidad, porque el centro se usa constantemente y yo recibo visitas todo el tiempo”, narró Ivelisse. “El alcalde (Alfredo Alejandro) me trajo los catrecitos y una amiga de labor voluntaria me trajo los matress”, detalló.

¿Cómo se puede vivir más de un año en un centro comunal?

“Es duro. Para mis hijos yo sé que ha sido bien duro porque ellos estaban acostumbrados a tener su cuartito. Estamos aquí en familia, apretaditos, pero cuando salimos a la calle y vemos gente todavía que está peor que nosotros, somos más que agradecidos. Le digo a mis hijos, nosotros estamos bien comparado con otras personas que no tienen nada actualmente y nosotros como comunidad, hemos conseguido ayudas y las hemos compartido”, dijo Ivelisse.

En la pequeña “habitación”, única con puerta, duermen todos y tienen apretujadas todas sus pertenencias personales. Dos cojines de los Reyes Magos daban un toque navideño a un sofá cama.

De la familia, el mayor de los cuatro hijos, José, de 24 años, va a estudiar mecánica a la escuela de aviación en Ceiba en un carrito viejo, y le da pon a su hermana menor, Génesis, de 18 años, quien comenzó a labrar una carrera en trabajo social en la Universidad de Puerto Rico en Humacao.

Michael, de 19 años, también se mueve a estudiar diseño gráfico en la Universidad del Turabo en Caguas en otro carrito usado. Mientras, Beverly, de 23 años, tuvo que poner en pausa su carrera en nutrición en la Universidad del Este, en Carolina, pues el auto que le habían regalado fue impactado por varios árboles durante el ciclón.

“Me he aferrado mucho al dicho de la bicicleta, que dice que para poder mantener el equilibrio tienes que seguir pedaleando. Me he aferrado a eso y yo soy bien relax, bien chilling. Creo que todo pasa por un propósito”, dijo la joven, quien ha invertido el tiempo en el refugio en ayudar en las tutorías a los niños, igual que su hermana Génesis, que lo hace en su tiempo libre.

“Me gusta mucho ayudar los niños que vienen, porque hay mucha necesidad. Es como una terapia porque uno está entretenido y está aprovechando el tiempo para ayudar a otros. Los niños son felices aquí. Ellos ven la unidad de mi familia y eso los atrae y se mantienen entretenidos aquí con nosotros”, sostuvo Beverly, quien es amante de la música y compone.

Rompe estereotipos

Para que les pusieran la luz, Ivelisse relató que se iba detrás de los camiones de las compañías de electricidad de Estados Unidos. “Un día hablando con uno de los americanos le dije que mi comunidad era bien aislada y que íbamos a ser los últimos, pero ellos me dijeron: ‘no te preocupes’ y los traje hasta acá. Les hicimos una comida, dialogamos y nos conectaron”, relató para agregar que por ser La Hormiga una comunidad de alta incidencia criminal, ha tenido que luchar para romper estereotipos y para que les lleven ayudas.

“Mucha gente no quiere venir hasta acá, pero aquí hay mucha gente buena”, sostuvo la humilde mujer, de metal bajo de voz.

Antes de visitar el refugio, Primera Hora acudió a su casa, donde una brigada de voluntarios tiraba el piso en concreto.

“Estamos tirando los topings del piso. Yo no conocía a nadie aquí. Fue una persona de la iglesia a la que yo voy la que me habló de la situación de esta familia y me preguntó si yo podía ayudar. Llegué y lo estoy haciendo con mucho gusto”, narró Luis Torres Carradero, residente de Humacao.

Otro humacaeño dadivoso, Alberto Félix Cintrón, quien es compañero de trabajo del esposo de Ivelisse en una tienda por departamentos en Caguas, también dijo presente y adelantó que tenían unas sorpresas para la familia. “Queremos darle una sorpresa grande a ella y a sus nenas… Un día le vamos a pedir la llave y cuando ella regrese va a tener otra casa”, dijo Cintrón, quien llevaba colgado al cuello un rosario.

“La meta es tenerlos a ellos aquí antes del pavo (Acción de Gracias)”, agregó mientras Ivelisse no aguantaba las lágrimas.

Nelson Resto Rohena, un vecino de La Hormiga, también ayudaba con una pala. “Estamos aquí para ayudar a Ivelisse. Los poquitos de la comunidad la vamos a sacar de donde está y la vamos a traer aquí, al hogar”, indicó el hombre.

“Cuando entre a mi casa voy a hacer un culto de agradecimiento al Señor”, dijo la líder, quien es evangélica, pero destacó que en las ayudas a la comunidad junqueña se han unido personas de diversas denominaciones religiosas. “Nosotros hemos compartido con todos”, sostuvo.