Naranjito. No hay mal que por bien no venga.

Igual que les pasó a muchos comerciantes en la Isla, el huracán María trastocó la vida de Carla Cabrera, quien tenía una pequeña empresa  familiar para vender bizcochos.

En su caso, contrario a otros negocios cuyos dueños no han podido reabrir, o han decidido cerrar, ella pudo reponerse y hace unas semanas se mudó al local de sus sueños, estableciendo el Sweet Stop Bakery and Coffe Bar, en Naranjito, donde tiene diez empleados.

El más joven de ellos tiene 16 años y es un experto innato en preparar café.

Carla está entusiasmada, al igual que su madre, Calily Santiago, quien hace un mes se acogió al retiro temprano del Departamento de Educación para estar con ella.

Hace ocho años Carla estableció un pequeño local donde hacía bizcochos para cumpleaños, bodas y quinceañeros y poco a poco se unieron sus otras dos hermanas.

Una estudió en la Escuela Hotelera de San Juan y la otra tiene un arte natural para la repostería.

“Después de María todo cambió… María nos afectó. Se me dañaron las ventanas, el acondicionador de aire, la mercancía y la estructura, que tuvo también problemas de filtraciones. Pero gracias a Dios me pude recuperar bien rápido, arreglarlo y seguir operando. Entonces vimos la necesidad de que todo el mundo se fue para afuera (Estados Unidos), los negocios siguieron cerrando y los únicos quizás que estaban abiertos -más o menos cerca por el área- éramos nosotros”, recordó la joven.

Sobre la amplia estructura en la que están ahora, ubicada en la PR-152, km 18.1, la estudiante de gerencia hotelera confesó que “es el local de mis sueños, porque mi papá trabajó aquí por 27 años y desde chiquita me crié aquí, y yo decía que este local iba a ser mío”. 

Y se le cumplió.

Fue después de María que se enteró que lo estaban vendiendo y  dijo: “¡Este es el momento!”.

Tomaba unos talleres de empresarismo, en la Puerto Rico Emprende Academy, de la organización INprende y la Companía de Comercio y Exportación de Puerto Rico, cuando supo de las ayudas disponibles y adquirió el local.

“Ha sido mucho esfuerzo, tiempo, dinero y sacrificio. Estuve seis meses remodelándolo. Desde el 1 de agosto estamos operando”, indicó la propietaria cuyo negocio opera los siete días en horario de 5:30 a.m. 8:30 p.m.

Carla aseguró que el café que venden es exquisito, y llega desde Arecibo. Además, sirven sopas variadas todos los días y lo mejor es que se puede comer hasta el envase donde se las sirven, ya que es el famoso “bread bowl”.

El pan lo compra a un productor local, así como los vegetales y otros productos frescos.

Además de los dulces de vitrina, los reyes son el budín y el cheesecake, ambos con la receta original del antiguo dueño del negocio: Tío Andrés.

También, tiene una unidad móvil al frente del local con su otro negocio, el Sweet Stop Truck, donde vende mantecados, cupcakes y café de jueves a domingo, de 11:00 a.m. a 8:30 p.m.

Trabajo duro

Lo que está cosechando la empresaria no llegó de la noche a la mañana. Se preparó, y al momento la inversión alcanza los $70,000.

“Tenía unos ahorros, ayuda familiar y tuve que adquirir una serie de préstamos. Estoy también con el proyecto del Instituto Socio-Económico Comunitario (en San Juan). Empecé de cero con ellos y me ayudaron con una aportación en inventario y de ahí para acá he continuado con ellos con propuestas de empleo. Ellos me han ayudado a seguir”, argumentó.

“Hay que atreverse, se puede. Mucha gente dice: ‘me voy para afuera a hacer unas cosas’ cuando aquí se puede. Aquí hay mucha necesidad y hay muchas ayudas que la gente desconoce, y a veces las ayudas se pierden. Hay fondos federales que llegan y la gente ni se entera, o tú le dices: ‘tienes esta serie de documentos para buscar y lograrlo y no los buscan”, denunció.

¿Qué sentiste cuándo entró la llave por vez primera en la puerta de tu nuevo negocio?

“No me hagas llorar otra vez... No lo podía creer… Dije: ‘el sacrificio valió la pena y lo logramos’”, confesó.

Además de sus hermanas y madre, Carla cuenta con la ayuda de su papá, Julio Cabrera, quien comenzó a laborar en ese local a los 17 años de edad, y ahora a los 59 la experiencia tiene otro matiz.

“Estoy ayudando en todo a mi hija. Yo soy el ángel guardián de aquí”, dijo riendo

Pero la joven empresaria quiere más. En sus planes está abrir un restaurante e, incluso, ya una amiga que es chef está preparándose para ese día.