Se les veía por los rincones más apartados de Culebra, como cumpliendo alguna penitencia, con los brazos en alto, sosteniendo en sus manos un pequeño aparato que expedía una luz azulosa, implorándole a algún dios que los devolviera al Siglo XXI. 

Bien mirado, así es como mejor puede describirse: invocaban a “Señal”, el dios de la comunicación, cuya misericordia nos da oír la voz del ser querido, dar al mundo nuestra mejor cara con la ayuda de uno de los exóticos filtros de Snapchat, saber qué cenó el compañero de trabajo a través de Facebook o recibir los últimos memes llegando en ristra por WhatsApp.

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Los primeros vientos del huracán Irma el pasado miércoles devolvieron a Culebra a la prehistoria al dejarla sin señal de celular y sin internet. Pasaron muchos larguísimas horas sin saber cómo le había ido a su ser querido o su amigo aquí. 

Se volvió a las comunicaciones del pasado: alguien le decía a alguien que a fulano le había pasado tal cosa, y ese alguien se lo decía a otro alguien que, a su vez, lo repetía al alguien que necesitaba saber. 

Días después, como una leyenda urbana, corrían rumores de que “de aquí a allá” había señal. Hay un monte, a unos minutos en carro desde el casco urbano, donde ubica un tanque de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA). Allí llegaba por rebote la señal de una antena para Vieques. 

Decenas estaban desde la tarde hasta la noche hablando por teléfono o en el internet. A lo oscuro se enteraba uno de a quién la tormenta le voló el techo y quién tenía primos que habían desalojado sus casas en Florida. 

Cuatro días se tardó en llegar a Jorge Peña, alias Guilín, quien ha vivido aquí sus 66 años de vida, el preciado secreto de donde había señal. Fue al tanque de la AAA para decirle a su hija, que vive en Nueva York, que estaba bien. Allí, dijo Peña, “había que hacer fila como pa’ coger cupones”.

Héctor Pérez, por su parte, no tuvo suerte. Tuvo que ir a un monte todavía más arriba a contarle a sus dos hijos, en la isla grande, cómo le había ido acá con Irma. Una vez supo de ellos quiso relajarse en Facebook, pero hasta ahí llegó la bondad del “dios Señal”, cuyos caminos eran a veces tan incomprensibles, y tan insondables sus designios, como los del dios que más a menudo invoca la humanidad. 

“La tableta esa me dijo que tenía que esperar”, contó Pérez con evidente decepción sobre su experiencia tratando de actualizar su estatus de Facebook. 

Entre el domingo y ayer, empezaron a reportarse avistamientos esporádicos de señal en diferentes partes de la isla. Tenían estas apariciones propiedades místicas. La gente iba caminando o en carro y quedaba atónita al escuchar el teléfono avisándole de un mensaje de texto que había llegado. “¡Mira, señal!”, se decían, incrédulos. 

En poco tiempo, ya era noticia de dominio público que aquí, allá o más allá, a veces, si había suerte, se podía hablar. 

Ya en la tarde de ayer, prácticamente toda la isla tenía otra vez señal y los culebrenses, aliviados, volvieron a la modernidad. Pero no todos olvidaron las lecciones de haber vivido unos días sin redes sociales. 

Eso le pasó a Jared Arizmendi, quien a sus 21 años tiene un negocio de venta de limonadas a orillas de una carretera cerca del aeropuerto. Él es un vicioso de las redes sociales. “Yo tengo Snapchat, tengo Facebook, tengo WhatsApp”, contaba ayer.

Arizmendi aprendió algo de estar sin señal. 

“Pues, fíjese, me vino bien estar sin señal, porque yo soy una persona que está todo el tiempo en el teléfono… y me pude dedicar a cosas más productivas. Es mejor sacar tiempo para la familia y cosas del hogar. De por sí lo hago, pero lo hice con más énfasis”, contaba. 

Amén, dígase entonces.