¿Por qué las mujeres no son ordenadas como sacerdotisas en la Iglesia Católica?

La respuesta a esa pregunta la ha dado la institución a y sus teólogos a  través de la historia.

La Iglesia, más recientemente, se ha cuidado de proyectar respeto por la dignidad de la mujer al abordar el tema, pero antiguamente los teólogos católicos no fueron tan cautelosos. Proclamaban que la mujer debía estar sometida al varón y que no se les debía permitir que hablaran en los templos.

Se explicaba la no ordenación de la mujer recurriendo a la famosa cita de San Pablo: “No permito a la mujer que hable en la Iglesia, ni que domine al varón”.

Santo Tomás de Aquino también había interpretado a la mujer como “algo defectuoso”; y en el Medioevo se enunciaría que la ordenación era exclusiva para los “perfectos de la Iglesia”; es decir para los del sexo masculino.

En el Decreto de Graciano, que fue redactado entre 1140 y 1142, se estableció que las mujeres no solo no podían ser conducidas al sacerdocio, sino tampoco al diaconado.

Hasta la menstruación llegó a utilizarse como una justificación para que ella no fueran sacerdotisas.

Hay que recordar que en el Concilio de Nicea se llegó al extremo de consignar  que la mujer cristiana debía abstenerse de entrar en la Casa de Dios durante su regla menstrual.

Otras razones promulgadas en el pasado incluían el que Cristo era varón y se le debe significar por medio de ese sexo y que la mujer no debía ser ordenada porque había sido causa de la condenación por el pecado de Eva.

En tiempos modernos, tal discurso se ha ido atenuado.

La Iglesia ha querido destacar que reconoce a la mujer en su dignidad; que el que no se le permita ser ordenada no tiene que ver con que se le menosprecie.

El 22 de mayo de 1994, el papa Juan Pablo II, en su “Carta Apostólica Ordinatio Sacerdotalis”, declaró que la Iglesia no tiene facultad alguna para ordenar mujeres y que ese dictamen debe ser considerado definitivo por los fieles de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Juan Pablo dice que la ordenación sacerdotal fue reservada “siempre” para los hombres. Que no es admisible ordenar a las mujeres, “por razones verdaderamente fundamentales”, que son las siguientes:

Que Cristo solo escogió varones para apóstoles y que la inclusión de las mujeres está en armonía con un plan de Dios para la Iglesia.

Cristo, al tomar al tomar la decisión de escoger varones como sus apóstoles –añade-  “no estuvo condicionado por motivos sociológicos o culturales de su tiempo”.

En la “Carta Mulieris Dignitatem”, Juan Pablo II también escribió que  “Cristo, llamando como apóstoles suyos solo hombres, lo hizo de un modo totalmente libre y soberano”:

“Lo hizo con la misma libertad con que en todo su comportamiento puso en evidencia la dignidad y la vocación de la mujer, sin amoldarse al uso dominante y la tradición avalada por la legislación de su tiempo”, dijo el Papa.

Juan Pablo argumentaría también que la Virgen María tampoco recibió una misión apostólica, ni la del sacerdocio ministerial, lo que demuestra que no ordenar a las mujeres no significa que se las considere en menor dignidad, ni que se discrimine contra ellas.

Añade el Papa que “los más grandes en los cielos no son los ministros, son los santos”.