Muchos puertorriqueños dieron ayer la bienvenida con optimismo y esperanza al 2018. En muchas casas no faltó el lechón, el coquito, las doce campanadas, el brindis y la alegría de recibir un nuevo año para dejar atrás otro que marcó una página triste. 

También, la distancia que el huracán María impuso a muchas familias que quedaron divididas por la emigración, arrancó lágrimas y provocó sentimientos encontrados en los boricuas que han tenido que partir en medio de la incertidumbre.

“No llores. Vas a estar bien”, le decía en la noche del 31 de diciembre Miraida Otero Rodríguez a su hija Orleane, de 20 años, quien el pasado 11 de noviembre partió con su pequeño Cristian, de tres añitos a Texas.

Era poco más de las 12:00 de la noche cuando Miraida, residente de un complejo de apartamentos en San Juan, se comunicó con su hija y su nieto a través de la aplicación Facetime. Por la diferencia de hora, allá todavía era Año Viejo, pero Orleane no pudo contener las lágrimas.

“Yo sé que tú puedes”, le decía Miraida a su hija con voz quebrada. “Siempre despedíamos el año juntas. Todo lo hacíamos juntas. Es la primera vez que nos separamos en sus 20 años, pero todo sea por su bien”, expresó a Primera Hora Otero Rodríguez.

La joven madre explicó que su hija Orleane perdió su casita de madera y zinc con el ciclón y aunque la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) le ofreció referirla para solicitar un préstamo, ella optó por mudarse a Texas con un familiar, en busca de progreso.

“No es fácil, pero sé que ella va a progresar. Ella es madre soltera y le pido a Dios que la haga una mujer independiente y que salga adelante. Cuando esté bien establecida con el nene, les daré una sorpresa”, sostuvo Miraida.

En el hogar de Celestino Rivera, en Canóvanas la despedida de Año también fue diferente. Hacía tres días que el líder cooperativista había despedido en el aeropuerto Luis Muñoz Marín a su esposa Dorca García y dos de sus hijos, de 14 y 7 años. “Ellos se fueron primero. Yo quedo unos meses acá en lo que vendo la casa”, dijo Celestino.

Narró que su esposa acaba de terminar una maestría en psicología escolar y decidieron emigrar para que ella pueda hacer un internado. “No lo puede hacer aquí porque las escuelas están cerradas”, afirmó el consultor de cooperativas.

Dijo que su esposa y los nenes viajaron casi a fin de año para empezar a hacer gestiones temprano en enero para matricular a los niños en la escuela en Dallas.  “Como que nos despistamos de que iba a ser en medio de las Navidades… Yo no me preparé emocionalmente”, confesó. 

“Este ha sido un proceso de muchos sentimientos encontrados. Jamás pensé que iba a vivir fuera de Puerto Rico. Siempre he vivido aquí. Hay que echar a la familia adelante. Mi esposa se graduó con una maestría y no conseguía ni siquiera dónde hacer un internado. Vimos la oportunidad allá, pero son sentimientos encontrados porque decidimos meterle mano al proceso, pero también está la tristeza de la separación de la familia, de los amigos y de la patria”, detalló Celestino.

Relató compungido que su esposa le dijo que cuando el avión aterrizaba al mayor de los niños “se le salió una lágrima, la abrazó y le dijo: “Mami, ahora comienza nuestra nueva vida”.

Antenoche, en Año Viejo, Celestino se comunicó por WhatsApp con su familia. “Nos pasamos la noche enviándonos vídeos”, sostuvo para agregar que tan pronto venda la casa se irá a Texas para que “la familia no se divida”.