Guánica/Guayanilla/Peñuelas. Han pasado 1,229 días, pero esta tierra no olvida.

Aquella sacudida telúrica el 7 de enero del 2020 aún se palpa en la casa #41, del casco urbano de Guánica. Sus puertas no abrirán, pilladas por el peso de un techo colapsado y rodeadas de paredes pulverizadas. A pocos pasos, otro edificio, cual estado original es una incógnita para aquellos que lo descubren post enero 2020, se mantiene en ruinas, recordándole constantemente a quiénes entran al pueblo de aquella temible madrugada.

Hasta el suelo sureño susurra el recuerdo del terremoto de 6.4 que irrumpió aquella alba. En la comunidad de El Faro, del barrio Rufina, en Guayanilla, la tierra nunca será igual. Aún las aguas del mar se adentran en la vecindad desde que la tierra se desplazó 5.5 pulgadas bajo el nivel del mar, según la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, en inglés).

El mar ahogó el área recreativo comunidad, obligando a los residentes a concebir un pequeño puente improvisado- de tablas de madera y bloques de cemento- para llegar al final del vecindario. Los patios ahora son de gravilla o arena, una medida de auxilio para mitigar las aguas que arrastra una marea alta.

En Tallaboa Encarnación, en Peñuelas, se percibe en el silencio. Algún noticiero que reporta novedades lejanas al sur o el ritmo de una canción urbana puede ser que lo altere. Pero, es ese sosiego que pone en evidencia de que gran parte de las 250 a 300 personas que huyeron del municipio a consecuencia del desastre salieron de esta comunidad, tildada por el alcalde Gregory Gonsález Souchet como el “epicentro” de aquel desastre.

El recuerdo del sismo se escucha en las conversaciones, pues los prólogos de las conversaciones de los sureños suelen ser “antes de los terremotos” o “después de los terremotos”, agregando otro punto a la ya penosa línea de tiempo que se ha entrometido en el léxico boricua: “antes y después de María” y “antes y después de la pandemia”.

A 1,229 días del temblor, en la “zona cero”, o Guayanilla, Yauco, Peñuelas, Guánica y Ponce, los rasgos del desastre perduran. A veces es un recuerdo vívido y obvio, caracterizado por edificios destruidos. En otras ocasiones es más disimulado, como las grietas que aún rasgan las paredes de algunas casas o las “X” rojas que las distinguen de las demás, tal si fuera una cicatriz que aún sangra.

A 1,229 días del seísmo, ni los guayanillenses ni los guaniqueños pueden arrodillarse en los templos de su pueblo debido a los daños que sufrieron y tanto estas estructuras como muchas otras, se encuentran a la espera de una reconstrucción.

“A tres años de los terremotos del sur, la isla cuenta con sobre $810 millones de FEMA para su recuperación”. Con estas palabras la Agencia federal para el Manejo de Emergencias recordó el tercer aniversario del temblor. Dijo que ese monto se destinaría a 750 proyectos, que incluye obras permanentes como la reconstrucción de edificios públicos, instituciones educativas y otros espacios en las comunidades. Eso está por manifestarse.

“Se ha ido muchísima gente”, aseguró José Meléndez mientras martillaba un tablado para amenizar a los clientes del colmado de la comunidad Tallaboa Encarnación. “Nos preocupa”, agregó José Muñiz, quien reside en el área por más de 50 años, o “desde chiquito”.

Pero a 1,229 días del desastre hay algo que ningún seísmo pudo destrozar en el sur. No depende de un gobierno y no se construye con cemento. Es la afabilidad de su gente y el amor que le tienen a su hogar. Es la botella de agua que Meléndez regaló sin costo alguno de su propio colmado por apaciguar la calurosidad del día. Es el saludo y la sonrisa amable que le brindó don Luis Pacheco- pescador comercial retirado de 72 años y a quien ya no le molestan las aguas del mar que sumergen su comunidad de El Faro- a una desconocida. Es la conversación casi diaria que mantienen William Martínez Otero y Nelson Caraballo Torres, recordando viejos tiempos desde la plaza pública de Guayanilla. Es el orgullo de ser sureño.

“Yo no me voy de aquí. Yo elegí vivir aquí”, dijo Pacheco.