El pasado sábado en la noche, participé en un evento único en Toa Baja, donde 15 hermosas jovencitas, todas con grandes retos en sus vidas, fueron seleccionadas para la celebración de forma conjunta de su quinceañero.

Llegaron todas en una guagua, vestidas como princesas, sonrientes y llenas de alegría. Allí estaba esperándolas junto al alcalde Betito Márquez, pues los jóvenes me seleccionaron como su madrina, lo que para mí supuso un gran honor.

Inevitable que no se me aguaran mis ojos cuando la joven a cargo de leer mi semblanza, quien había perdido recientemente a su madre, expresara que las jóvenes veían en mí el tipo de madre que quisieran tener.

Me tocó dar el brindis, momento que aproveché para contarle a las chicas que mi quinceañero también fue uno muy particular. En aquel momento papi estaba apreta’o económicamente y mami embarazada de su cuarto hijo.

Mi papá, como de costumbre, me dijo la verdad. Distinto al año anterior, cuando le celebró a mi hermana mayor su quinceañero (una fiesta sencilla en mi casa), esta vez no había chavos para celebrar mis 15 años con una fiesta.

“De todas formas quiero que te vistas bonita para tirarte unas fotos y que las puedas guardar de recuerdo”, me dijo mi padre con una mezcla de sentimientos.

A pesar de que era aún una adolescente, comprendí perfectamente las razones de mi padre, pues crecí viéndolo rompiéndose la espalda en el garaje de mecánica donde trabajaba, y sabía que los chavos no siempre daban.

Cuánto me alegro de que me haya dicho la verdad. Que no salió corriendo a pedirle dinero a un amigo o a coger un préstamo en la cooperativa, que luego podría traerle problemas a la familia. Cuando no se puede, simplemente no se puede.

Haberme celebrado el quinceañero, comprometiendo los chavos de las obligaciones principales del hogar, hubiese sido irresponsable con mis otros hermanos y toda la familia. Tiene que haber sido un trago amargo para el viejo que se desvivía y aún se desvive por complacer siempre a sus hijos, pero lo enfrentó como suponía.

La realidad de aquellas 15 a jovencitas era por mucho, más dramática que la mía. Por eso aquel acto era tan significativo. Se sentían queridas, reconocidas como bien lo merecían.

Los rostros de alegría de aquellas jóvenes eran un poema. Terminé mis palabras brindando por su espíritu de lucha.

Brindé por sus deseos de vivir y echar adelante. Brindé por sus familias, que puedan resolver sus situaciones y caminar juntos hacia el futuro. Brinde también por los organizadores de aquel evento, pues esa voluntad para con poco hacer mucho, debe replicarse en cada rincón de nuestra Isla. 

¡Qué vivan las quinceañeras!