Varias puertorriqueñas llegaron en días pasados a las primeras planas de nuestros periódicos por situaciones lamentables, algunas desaparecidas, algunas fallecidas, algunas acusadas. Algunos son casos de situaciones complicadas familiares o personales, otra fue vilmente asesinada en lo que parece ser un incidente de violencia de género. Esto me lleva a reflexionar de las dificilísimas circunstancias de vida que tienen las mujeres en nuestro país. Es posible que en otros lugares sea igual, o tal vez peor, pero yo solo puedo hablar de lo que veo en mi tierra y lo que para muchas es un túnel sin salida.

Siempre hay gente dispuesta a juzgar y promulgar a través de las redes sociales su opinión sobre las motivaciones o circunstancias de una persona que toma una decisión que parece descabellada, como salir huyendo o aguantar hasta morir. Nadie debe sentirse autorizado a juzgar a otra persona de esa manera, pues no tienen derecho a ello. Particularmente si las actuaciones de una persona no le han hecho daño a otro, sino tal vez solo a si misma. El derecho lo tiene ella a decir basta, cuando la vida le es insostenible.

Hablemos de que, a pesar de todo el adelanto en términos de derechos, las mujeres estamos todavía luchando por la igualdad en muchos asuntos. Además de que nos sentimos obligadas a cumplir con los múltiples roles que la sociedad le ha impuesto a la mujer, desde tiempos inmemoriales; porque esos siguen intactos.

Entonces a la jornada laboral, que a veces son dos trabajos, hay que sumarle que la mujer se siente obligada a ser ella quien atiende a los hijos y a veces también a los adultos mayores en su familia; a manejar todos los asuntos del hogar, la escuela, las enfermedades y los contratiempos del día a día. Y Dios libre que le dé un par de chancletazos al niño, y esto lo digo sin entrar en las consideraciones específicas del caso con el que cerramos la pasada semana, pero vamos, que todos nos llevamos alguna vez un chancletazo.

Siga sumando: la presión social de que si vas a ser madre o no; y si eres madre, tienes que aguantar lo que venga, por tus hijos; si tienes una crisis emocional, te la callas; si te sientes cargada, no te quejes; si necesitas un “break”, espera a que te mueras. Ni hablar del estigma de las enfermedades mentales, porque el paciente de salud mental es incomprendido y marginado por la sociedad y por su familia. Si eres mujer, esa enfermedad invisible, se convierte en tu calvario.

Demasiadas mujeres han pagado un precio muy alto, por cumplir con los “estándares” impuestos. Yo le pido a mis hermanas que me leen hoy, que no esperen a llegar a una crisis para pedir ayuda. No soporten cargas injustas. No se dejen llevar por lo que hace la vecina o la mamá del amiguito de la escuela, porque ella no está en tus zapatos. Mucho menos observen a las madres perfectas de las redes sociales, que ahora son “influencers”. Lo más seguro es que nada de eso es real.

Aboguemos todas y todos por la educación con perspectiva de género. Es necesario para comenzar a nivelar con educación, esta lucha a la que nosotras llegamos con una mano atada.

Pero mientras eso llega, cada una tiene que vivir de acuerdo a su realidad, que no tiene que ser perfecta y los que están alrededor no tienen derecho a exigir, porque cada vida es un proyecto individual. Detenerte, respirar y reacomodar tu vida no está mal, por el contrario, es necesario. Y permítete cuando lo necesites el derecho a decir basta.