Tengo el corazón estrujao’ de ver tantos de nuestros viejos perder la vida en las carreteras. Cada dos o tres días me toca reportar de la muerte de una persona en la tercera edad que pierde la vida atropellado por un automóvil.

En algunos casos, el conductor hace lo correcto, se detiene y procura primeros auxilios para la persona. Pero en demasiadas ocasiones, el conductor sigue su ruta como si nada y allí queda una vida que, tal vez, se pudo salvar si llegaba ayuda a tiempo.

Creo que es tiempo de que esta situación preocupe a las autoridades. Ya no se trata de meros accidentes de tránsito. Hay factores que están agravando el riesgo para nuestros viejos y hay que atenderlos.

Un accidente, por su definición, es algo que ocurre de manera imprevista, que no se pudo evitar y que resulta en un daño involuntario. A los choques en las carreteras les llamamos accidentes, pero no todos lo son. Pues un accidente que ocurre porque el conductor maneja de forma negligente, no se puede llamar accidente, sino que el choque ocurre porque era la consecuencia natural y probable de conducir de determinada manera.

Los conductores estamos advertidos sobre la forma correcta de guiar un automóvil. Por eso tenemos que pasar un examen escrito y después uno práctico.

El peatón, sin embargo, no toma un examen, pero debe conocer cómo moverse si va a caminar por las carreteras. Ojo, que el peatón también puede también ser negligente y provocar accidentes; por ejemplo, cuando no utiliza el puente peatonal si lo hay, o no cruza en áreas designadas para cruce de peatones como la llamada cebra.

Ahora una persona muy mayor enfrenta retos que no afectan al adulto o al joven, y es que los reflejos y la rapidezno es la misma. Entonces tienes a un abuelito o abuelita, caminando solos muy temprano, tal vez todavía en la oscuridad de la madrugada o de noche, pensando que le da tiempo de cruzar antes de que pase el próximo carro.

Tenemos una población envejecida, eso ya hace años que es una realidad. Mueren más personas, pero cada vez nacen menos. Demógrafos estiman que al culminar esta década el grupo poblacional de la tercera edad alcanzará el millón de personas.

Un reportaje de “Las Noticias” (TeleOnce) mostró un estudio que encontró que, de toda América Latina, Puerto Rico es el país donde la población envejece de forma más acelerada.

Pero pareciera que el gobierno no se preparó para esta nueva realidad. Aunque la emigración de los más jóvenes aumentó con los desastres, la tendencia es ya clara hace mucho tiempo. El país no está listo para atender a personas que tienen cada vez menos recursos, en algunos casos con pensiones reducidas o sin posibilidad de añadir nuevos ingresos. Mientras sus gastos se han disparado.

La inflación es una realidad para todos. Sin embargo, golpea mucho más fuerte a los que tienen menos, como nuestros viejos.

Otra realidad del adulto mayor es la soledad, pues sus hijos se han ido del país y han dejado aquí a sus padres ya ancianos que, con el pasar de los años, son más vulnerables. No juzgo a los que se han tenido que ir de la isla, pero sí a los que se han desentendido de ellos. Y apunto a la realidad para la que el gobierno no está listo.

La muerte de nuestros viejos arrollados en las carreteras del país es un síntoma, un reflejo del problema mayor que no queremos ver. No creo que podemos decir que estamos a tiempo, pero es imperativo que se establezca una política pública para atender a esta población con esfuerzos educativos y de orientación. También hay que procurar incentivar los empleos dirigidos a servicios directos para los envejecientes.

La responsabilidad no es solo del gobierno, sino de toda la sociedad. Si la realidad actual no es suficiente motivación para atender ahora este problema, trata de imaginar cómo estarás de aquí a 20 o 30 años.