Por Mary Jo De Soto / Mamá

La vida nos lleva por caminos inesperados. Día a día uno se va formando ideas, sueños, planes para cuando llegue el día x, cuando cumpla cierta edad, cuando los hijos crezcan, cuando esté en mejor forma, cuando haga un buen día, cuando sea el momento, cuando, cuando, cuando...

La vida nos va dando sacudidas. Esperando ese momento ideal, cambian los planes. Cambian el rumbo y la dirección de lo que anhelábamos. Las rupturas, la muerte de personas queridas, enfermedades familiares, son eventos que cambian totalmente nuestros sueños. Lo que teníamos pensado, lo que creíamos que iba a pasar y no fue. A la gran mayoría de las personas nos gusta planificar y que todo sea perfecto y cuando nos cambian las cosas, esto es un gran reto. En estos días, vuelvo a pasar por otro evento que me marca, que me cambia los planes, y los sueños. Esta vez con mucha intensidad, ya que este retiro espiritual obligatorio que nos ofrece la cuarentena por el COVID-19, nos da la oportunidad de tener más tiempo para pensar, meditar y para quizás, darle más fuerza a las cosas.

Llegó el último día de clases de mi hijo. Termina su año senior de escuela superior y, contrario a todo lo que yo había soñado, a mis expectativas, a mis planes, hoy termina sus clases en nuestra casa. Con sus amigos en distanciamiento social, sin estar físicamente en su colegio, sin cantar el himno, tirar su camisa senior al árbol y sin bajar las escaleras por donde subió en su entrada senior en agosto.

Yo me imaginé este momento tantas veces… Lloré de emoción al ver a los hijos de mis amigas pasar por este evento. Pensaba: ¡cuando me toque vivir esto a mí! Después seguía la cena de exalumnos, la misa de graduación, la graduación, el senior prom. ¡Tantos planes! Me imaginaba desfilando con mi príncipe, verlo recibir su diploma y que sus abuelos, primos, tíos, amigos celebraran este gran evento con él. En fin, todo perfecto y debidamente planificado desde que era pequeño. Hoy la realidad es otra, el destino nos cambió los planes. En ese vaivén de pensamientos, como toda madre en mi situación, comencé mi recuento mental de todas sus etapas, desde bebé hasta ahora. Repasé fotos, vídeos, dibujos, detalles. Sin contar las fotos, vídeos y chats que hemos compartido los padres de su clase en los últimos días. Fue en ese momento cuando más que llorar de tristeza o nostalgia, lloré -¡y cómo!- pero de alegría. Además de, por supuesto, reprenderme mentalmente por, en algún momento, haber verbalizado mi incomodidad ante este cambio de planes.

Mary Jo de Soto se enfoca en las cosas que el coronavirus no nos puede arrebatar, por ejemplo, lo vivido con nuestros hijos.
Mary Jo de Soto se enfoca en las cosas que el coronavirus no nos puede arrebatar, por ejemplo, lo vivido con nuestros hijos. (Suministrada)

Si bien es cierto que las cosas no ocurrirán como pensábamos, mi hijo está aquí, conmigo. Está vivo, bien, saludable, tranquilo y feliz. Comencé a mirar a ese bebé y todas sus etapas. Agradecí que he estado en cada una de ellas, en cada invento, embeleco, en cada día de juegos, en sus días de logros, en sus obras de teatro, en sus bailes, talent shows, apoyándolo en cada ocurrencia, en cada pintura, en el club que se inventó. Ayudándolo a aprenderse sus líneas, a estudiar, a buscarle sus materiales para sus dibujos y sus disfraces. En cada momento he estado ahí. He sido su cómplice en muchas cosas. Me lo viví, lo aplaudí cuando lo ameritaba, me reí con sus cosas, lloré de emoción o de tristeza, pero me lo he disfrutado.

Gracias a Dios, que siempre me ha permitido estar ahí. Siempre presente, aunque estuviera atendiendo mil llamadas del trabajo, haciendo mil malabares. Dividida muchas veces entre él, su hermana y múltiples responsabilidades. La vida me ha dado la oportunidad de tener varios maestros y personas que me han enseñado a manejar las situaciones. Buscar y ver el para qué y lo que nos enseña cada uno de estos eventos. A darle fuerza a lo que verdaderamente lo tiene. Luego de esta introspección, he comprendido que aunque es maravilloso soñar, tener planes y visualizar el futuro, vivir el momento, disfrutar el día que estoy viviendo, apreciar los detalles, dar amor en el momento es lo más importante. Haber vivido a plenitud todos esos momentos con mi hijo, tienen mucho más peso que estas otras cosas que había soñado. Eso me llena de una inmensa alegría.

Como muchas madres y padres, hoy celebro la culminación de esta etapa en la vida de mi príncipe. Igual que como comenzamos el inicio del curso escolar: con emoción, con la casa decorada para la ocasión, con campanazos, cacerolazos, pitos y una copa de champán. ¡Con toda la alegría del mundo! De todo se crece, de todo se aprende. Espero que mis hijos, viéndome, también se inspiren a vivir el momento agradecidos.

Y que no olviden la moraleja: ¡hay que vivir!