Johanna Rosaly
Johanna Rosaly (Suministrada)

Sé que cada persona es un mundo y que las circunstancias de cada cual son para su propia lucha, aún en esta experiencia colectiva de la pandemia que hace ya diez meses nos tiene atenazados, encerrados, afectados económicamente, y distanciados de familiares, amigos, vecinos y compañeros de trabajo.

Sé que son muchos los que han visto sus negocios —grandes y pequeños, desde un centro comercial hasta un carrito de papas asadas— perder ingresos, comerse las ganancias y en algunos casos hasta cerrar sus puertas o irse en bancarrota.

Sé que son muchos los estudiantes y maestros —desde kindergarten hasta universitarios— que hacen malabares para dar seguimiento a la educación, para no “perder” el año escolar, para encontrarle el sentido a una interacción cibernética sin la retroalimentación del colectivo presencial.

Sé que son infinidad los padres que están agobiados de permanecer en casa 24/7 con sus hijos —niños o adolescentes— demandando atención los primeros, rechazando atención los otros.

Sé que son muchas las parejas que anhelan un respiro a la interminable convivencia, un espacio para la individualidad, sin que eso signifique menos amor o compromiso.

Sé que abundan los trabajadores de las artes que se consumen en su propia creatividad, sin poder compartirla, que es su razón de ser después de todo.

Sé que la clase profesional de la salud está extenuada, pero más aún aterrorizada al poner sus vidas en peligro cada vez que se ponen el uniforme, la bata o los ‘scrubs’.

Pero todo esto que sé no hace menos mi lucha personal e íntima, aunque reconozco que en comparación he sido y soy una mujer afortunada.

Batallo cada día para no asumir esta realidad que vivo como mi realidad permanente y para siempre, así como con resignación se asume la realidad luego de la pérdida de un familiar, un amor, un trabajo o una posición económica; todas ellas situaciones que —como todo el mundo— me ha tocado vivir a lo largo de mis muchos años.

Lucho por recordar cómo era moverme libremente... conversar de trivialidades con un vecino en el trayecto del ascensor... entrar a un Marshall’s simplemente a ver qué encontraba... jugar May I en un Kasalta lleno de gente ruidosa... volar mensualmente a acariciar, besar y dormir en mis brazos a mi nieto... ser cariñosa y expresiva con amigos y conocidos...

Lucho por no olvidar mi “normalidad” ni perder la esperanza de reanudarla.

Pero si algo agradeceré de este año pandémico que pronto se cumplirá y habré vivido, será que he reafirmado que mi vida ES BELLA, y que amo vivir las experiencias sencillas tanto como las trascendentales.

Por eso invito a todo aquél que se sienta abrumado con el encierro, la soledad, las deudas que se acumulan, los gritos de sus hijos niños y los desplantes de sus hijos adolescentes, a que descubran con ojos nuevos cuáles son sus bendiciones.

Porque como reafirmo con su debida etiqueta a mis cerca de 40,000 seguidores en cada nota que escribo en Instagram (@jrosaly0113), #lavidaesbella.

La vida ES bella.